Comprar libros siempre en la misma librería tiene sus ventajas. La principal de ellas es que al conocer la librería sabes directamente, sin rodeos, donde se encuentra más o menos lo que andas buscando desde mucho antes siquiera de poner el primer pie en la librería, y ese conocimiento, esa ubicación conocida, te permite ir derecho hacia el objetivo, o bien, retrasar el encuentro, alargando así la búsqueda, deslizando la mirada distraídamente por los cuidados estantes, yendo y viniendo, disfrutando así de las bellas flores del jardín antes de recoger el fruto. Otra ventaja de repetir asiduamente las compras en una librería es que conoces a los dependientes y el trato con ellos puede llegar a ser más cercano y amigable, te informarán de las novedades y de vez en cuando te obsequiarán con catálogos, separadores o, incluso, ediciones no venales como la que me acabo de leer: Elogio de la Lectura y la Ficción, discurso ofrecido por Mario Vargas Llosa ante la Academia Sueca en la entrega del Premio Nobel de Literatura 2010. Toda una joya.
Estas son sólo algunas de las razones por la que no suelo comprar mis libros en las grandes superficies, siempre tan impersonales, desordenadas y cargadas de insulsas novedades.
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