lunes, 4 de abril de 2011

Una Córdoba relajada

Una de las cosas que uno va aprendiendo en la vida es a saber disfrutar más relajadamente de la vida.

Hace dos fines de semana mi señora y yo junto con una pareja amiga, nos regalamos una escapada de fin de semana a la cercana y multicultural Córdoba. No era nuestra primera vez en Córdoba y planeamos pasear distraídamente por las estrechas y caprichosas calles de la judería y el zoco, visitar los principales monumentos de la ciudad, pero sobre todo deleitarnos con la gastronomía cordobesa.

Lo principal y casi lo único que hicimos fue justamente eso. Poco más y nada menos. Tomamos cervezas frías con salmorejo, cervezas frías con flamenquines, cervezas frías con carne de presa ibérica a la piedra, otra vez cerveza fría con salmorejo, más cerveza fría a secas y con venado y con tortillón de patatas, y cerveza fría con cualquier cosa menos con los postres, que también tomamos más de uno, pero con café, con buen café.

Y es que esa era la idea, disfrutar un poco de lo que nos ofrece la ciudad, deleitar los sentidos exprimiendo cada posibilidad, bien sea admirando el Guadalquivir desde el Puente Romano o la arábiga estructura de la Mezquita, paseando por la quijotesca Plaza del Potro, o atravesando la Puerta de Almodóvar junto a la majestuosa escultura de Séneca, o bien fotografiándonos al atardecer, bajo cielos aranjandos, aprovechando los últimos rayos diagonales que el horizonte dejó escapar.

Y así se nos fue escapando por las esquinas de los sentidos esa Córdoba de plazas pedregosas donde las sillas de aluminio se sentían inestables, una Córdoba de bodeguitas y patios, de inicio de primavera, una Córdoba de paseos largos a pasos cortos, una Córdoba maestra, que nos enseñó que con la edad uno aprende a disfrutar más relajadamente de la vida.

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