viernes, 4 de marzo de 2011

La calle es mía

Jueves, ocho y cuarto de la mañana. Iba yo nadando de espaldas tranquilamente por mi calle, bien pegadito a mi corchera, a mi ritmo, intentando llevar lo mejor posible la respiración cuando, inesperadamente, me dieron un manotazo en el pecho, al momento otro en le pie. Levanté todo lo que pude la cabeza y vi que el nadador con el que me acababa de cruzar iba por medio de la calle. Ocupándola sin complejos. Se habrá despistado -pensé-.

Siguiente vuelta. Otra vez cerquita a la corchera de mi lado de la calle. Me llevé dos manotazos más, esta vez en la cabeza y luego en el muslo. De nuevo el agresor es el mismo despistado de gorro negro. ¡Será posible!

Dos vueltas más tarde. Nado a braza y me encuentro que tengo que adelantar al despistado, que va de espaldas ocupando toda la calle. Lo hago lo más rápido que puedo para intentar llevarme las mínimas tortas posibles. Consigo evitarlas.

Siguiente vuelta. Un manotazo más que me llevo del loco del gorro negro que va como un pato mareado por medio de la calle y que se cree que la calle lleva su nombre.

Siguiente vuelta. Voy de croll, el enemigo viene de espaldas, o algo parecido, se acerca por la mitad de la calle que lleva su nombre, ocupando todo su ancho. Cada vez está más cerca. Decido no predicar con el ejemplo de poner la mejilla 7 veces y cuando mete un manotazo en el agua, justo delante de mi cara, le pongo el brazo justo encima del suyo y cuando intenta subirlo no puede, se medio gira hundiéndose mientras sigo para delante.

Al llegar al final de la calle me vuelvo y veo al hombre agarrado a la tensa línea de flotación de la calle, con carita de haber tragado agua, medio asfixiado.

Siguiente vuelta. Paso junto a él, sigue recuperándose agarrado a la corchera.

Siguiente vuelta. No hay manotazos. Yo voy al lado de mi corchera y él a la suya.

Pd: No hay nada como dejar las cosas claras.

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