La primera en casa en vacunarse fue Pepi que trabaja para Educación y está en contacto diario con niños. Seguidamente fui yo, que por edad me tocaba. Luego tuvimos que esperar bastante para que le llegase el turno a Sofía y aún más para que por fin vacunaran a Miguel. El pobre se sentía dejado de la mano de Dios en esta pandemia. Su rango de edad nunca estaba en ninguna de las listas ni órdenes de vacunación. Le explicábamos que el virus estaba teniendo una incidencia muy pequeña en la población infantil. Lo comprendía y se aguantaba. No le quedaba otra.
Por fin se vacunó, y salimos de la sala después del tiempo estipulado de observación. Regresamos a casa paseando e iba más contento que unas pascuas. Al día siguiente se le inflamaron los ganglios de las axilas y tuvo que dejar de entrenar algunos día al fútbol y ya no le pareció tan emocionante. C'est la vie.
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