martes, 30 de septiembre de 2014

Una Franziskaner Weissbier

Durante este mes de septiembre que está a punto de acabar, en el que estoy siguiendo un no demasiado estricto régimen, lo que más echo de menos son las cervezas, aunque bien es cierto que alguna me he tomado, pues a lo largo del mes he asistido a una boda y a alguna que otra celebración, como el cumpleaños de mi padre y el de mi santa, en los que no he tenido ningún miramiento a la hora de pimplar cervezas. De hecho el servicio mínimo que he soplado en cualquiera de estas celebraciones ha sido al rededor del litro. Ya sean dos tanques de medio litro, tres botellines de tercio o cuatro cañas de cerveza. Además, en dichas celebraciones, también he disfrutado de las comidas sin ningún reparo. Y es que me he comprometido a seguir y observar el régimen de una manera rígida dentro de casa, pero eso sí, una vez que salgo de casa, el régimen se queda allí. Por eso tampoco me privé de mi bocata de tortillas de patatas con cebolla el pasado miércoles en el partido de la Rosaleda. Perdonen si no soy un ejemplo apropiado en lo que a dietas se trata, pero es que pretendo perder peso, no batir ningún récord. Por ahora he perdido seis kilos, así que no me va tan mal (vale, ya sé que los primeros son los más sencillos).

Pero les contaba que durante el periodo de régimen lo que más echaba de menos eran las cervezas, pues para evitar tentaciones, antes de comenzar el régimen, como medida preventiva, me tragué la mayoría de las cervezas que tenía en el frigo, y tan sólo dejé alguna de cortesía por si venía algún invitado, y también, todo hay que confesarlo, por si por cualquier causa justificada cedía a la tentación de un buen trago.

Una de las cervezas que más visitan mis deseos es un Franziskaner Weissbier, que es una cerveza de la que soy entusiasta seguidor. Hay probablemente cervezas mejores, y con más cuerpo y también con mejor sabor, pero, en conjunto, esta cerveza alemana es un caramelo para los cerveceros. Tienen un color y opacidad que me arrastran, una espuma persistente y abundante, con un aroma a tostado y frutal que me tiene ganado. Además el precio está bastante ajustado y para nada disparatado y se sirve en mi medida estándar preferida, 50 cl. El tanto por cierto de alcohol es, a mi juicio,  bastante esquilibrado,  5 %, y cuando la abro es como si acabara de recibir parte de la esencia de la  felicidad y, consecuentemente, una sonrisa se estira ampliamente en mi cara.

Creo que ya tengo decidido con qué cerveza voy a celebrar lo próximo que tenga que celebrar. Apuesten por ello.

Pd: Ya había presentado la Franziskaner en este blog, pero lo hice en la versión negra, que aunque también me gusta, normalmente prefiero la rubia.

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