Basta que uno se tumbe relajadamente en la cama a la hora de la siesta, o tome asiento delante de la televisión, en la esquina más cómoda del sofá, dispuesto a disfrutar con tranquilidad de un buen programa grabado desde hace tiempo, o bien decida echar un agradable rato de lectura, para que en ese preciso instante, puntualmente, casi programadamente, suene el teléfono.
Uno desearía, en esos irritantes instantes, poder agarrar del cuello a aquel que se encuentra al otro lado de la línea telefónica, pero sabe que en realidad el molesto operador al otro lado de la línea telefónica no desea fastidiarnos, sino todo lo contrario. Posiblemente, y con un alto grado de probabilidad, el inoportuno interlocutor sea uno de esos trabajadores explotados que llaman con la intención de favorecer nuestra economía con una irrechazable oportunidad, con la única premisa de cambiar de compañía telefónica.
En esos momentos, con toda la voluntad que soy capaz de reunir, les digo que no voy a cambiar de compañía, que les agradezco la oferta pero que no tengo la intención de cambiar de compañía todas los fines de semanas, cuando en realidad lo que verdaderamente desearía sería decirle que voy a darme de baja eternamente de cualquier tipo de llamada que pueda importunar mi descanso. Eso sí que sería un cambio a mejor.
Marilyn, al igual que yo, seguro que también se sintió importunada en más de una ocasión.
No hay comentarios:
Publicar un comentario