Un edificio en los suburbios de una populosa ciudad, una desolada pared en un bloque de viviendas, un inmenso cerramiento que ocupa toda una fachada, sin ventanas ni molduras, ningún detalle embellecedor, nada, tan sólo un monocromático aburrir sin mirar, un auténtico ahuyentador de contemplaciones. La ausencia total de atención.
Todo este aburrido sinsentido fue suplantado, un buen día, por una mente brillante, aquella que imaginó atravesar la plana y anodina superficie por una imagen vidriada de un mar de olas triangulares, montañas diagonales y paralelográmicas, donde un sol esquinado está apunto de recibir como ofrenda, de manos de una sirena, en un día de nubes doradas, la llave de la luz, la luz que florece atraída por todas las miradas que por su alrededor concurren. Un milagro de belleza.
Un fuerte aplauso a estos artistas callejeros.
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