Acudí al Museo Carmen Thyssen en Málaga para disfrutar de la exposición temporal dedicada a Darío de Regoyos. La aventura impresionista. En general la exposición me agradó. Era coqueta, como viene siendo habitual en las exposiciones temporales del Thyssen, lo suficiente y más para conocer y tener una idea somera de la obra de Darío de Regoyos.
El impresionismo es probablemente la corriente artística que más me llena, aunque a mi gusto también tiene sus pasajes nublados, entre ellos, el puntillismo. No sé por qué pero no me suelen gustar demasiado las obras puntillistas, especialmente aquellas en las que el punteado es demasiado exagerado y recargado. Hay, sin embargo, cuadros puntillistas que me gustan, no crean, pero en general lo veo un recurso poco natural e inapropiado casi para cualquier pintura.
En la exposición sobre Regoyos se exhibían algunos de sus cuadros puntillistas, y la verdad, caminé a paso más ligero delante de ellos. Además la temática y la elección de los paisajes no siempre me parecieron los más acertados. Evidentemente este hombre sabría mejor que yo cómo realizar sus cuadros, y ahí yo no le puedo poner un pero, sin embargo, yo también tengo claro lo que más me gusta y ahí, que me perdone el señor Regoyos, le puedo poner bastantes quejas.
Sus cuadros, en general, ganaban con la distancia, lo que cuando hablamos de impresionismo es algo, incluso, conveniente. Pero el problema radica en que en las distancias cortas, a mi juicio, perdía demasiado. A algunos de sus cuadros, de hecho, y siempre según mi criterio, parecían fallarles la técnica y el dominio del pincel, especialmente en lo referente a las caras. Aún así algunos de sus cuadros completaron de sobra lo que yo puedo entender como una buena obra de arte. Uno de mis favoritos es Almendros en flor.
Almendros en flor es un cuadro absolutamente evocador, donde Regoyos representa a una mujer, a una hora imprecisa y soleada, que decide pasear y entregarse a la contemplación del estadio privilegiado de los almendros en flor. En realidad, a mi entender, el autor evoca un momento íntimo en la percepción de una mujer entregándose ante la absoluta belleza de la naturaleza, y esta entrega la realiza en soledad, cuando el abandono personal puede ser más profundo y sincero. Además, la mujer acude bajo el acomodo de un parasol, posiblemente inducida por la intención de los tiempos de mantener su piel limpia y pura, alejada de los rayos del sol, aunque yo prefiero pensar que ella busca en el parasol el abrigo de una mayor intimidad, dando sombra a todos aquellos pensamientos que la afligen e incomodan. La solitaria sombrilla, de un rojo apasionado, resalta, en el mismo centro del cuadro, la posición débil y abandonada de una mujer desamparada entre el espectáculo de la naturaleza. La solitaria figura localiza así, en el horizonte del cuadro, en el tercio superior, entre la orilla de un mar y a las espaldas de un río de aguas inquietas, una población donde quizá, quién sabe, se halle el origen y núcleo de sus preocupaciones.
La tormenta de sus pensamientos se encuentra así frente un cielo indómito y alborotado, como en una lucha interior que empatiza con el sentido natural y oculto que yo le atribuyo al cuadro. Al menos así es como yo me imagino la obra y así es como yo me explico lo que narra la obra más allá de lo que se precisa en pinceladas. No sé cómo lo ven. Así es como yo lo leo, y así se lo cuento. Si tienen otra opinión me encantará conocerla.
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