El jueves pasado, como práctica de las clases de inglés, los grupos de cuarto nivel estábamos citados para ir al teatro. En total estábamos citados más de sesenta estudiantes, pero no fuimos ni una tercera parte de los convocados, y es que el precio de la entrada no era una ganga. Dieciséis euracos del ala por cabeza echaban para atrás. La obra era una adaptación de la película The Full Monty, que resultó ser muy divertida. Ni que decir que la obra era en inglés.
Durante la representación entendí más de lo que esperaba, aunque en más de una ocasión -y de dos- comprobé como el público en general soltaba una sonora carcajada mientras los estudiantes, que estábamos todos agrupados en la parte alta del teatro, nos mirábamos incómodos los unos a los otros en un embarazoso silencio.
Durante la representación entendí más de lo que esperaba, aunque en más de una ocasión -y de dos- comprobé como el público en general soltaba una sonora carcajada mientras los estudiantes, que estábamos todos agrupados en la parte alta del teatro, nos mirábamos incómodos los unos a los otros en un embarazoso silencio.
La obra se representó en el Teatro Varietés, un clásico dentro de los clásicos olvidados de las salas de Fuengirola. Estaba prácticamente lleno y me alegró más por sorpresa inesperada que por otra cosa. Hacía muchísimos años que no entraba a ese teatro y en cierta manera me agradó volver después de tanto tiempo. Ya la última vez que estuve en él lo noté muy descuidado, casi abandonado, pero a base de enfocarse a un público netamente anglosajón ha ido sobreviviendo. Enhorabuena a quien corresponda.
El ambiente -pueden imaginar- era completamente british. Sobre las mesas fish & chips y pintas de cerveza. La vendedora de tickets no hablaba español, el acomodador pelirrojo pecoso, las camareras tenían todas pinta de Margaret o de Mary. Todo tenía un peculiar aire británico.
El ambiente -pueden imaginar- era completamente british. Sobre las mesas fish & chips y pintas de cerveza. La vendedora de tickets no hablaba español, el acomodador pelirrojo pecoso, las camareras tenían todas pinta de Margaret o de Mary. Todo tenía un peculiar aire británico.
La obra duró casi tres horas con un descanso incluido de unos veinte minutos, durante el cual prácticamente todos los espectadores aprovechamos para levantamos de nuestras butacas y salir al bar (pub) situado en la planta de abajo, para intentar estirar las piernas y aliviar las gargantas, porque durante la primera parte de la representación el aire acondicionado brilló por su ineficacia.
Me acerqué a la barra y pedí una cerveza para mí y un botellín de agua para una compañera. Todo en inglés, claro. Volví con las bebidas hacia el grupo de compañeros que estaban reunidos en una esquina en silencio y mirando hacia los lados, observando los carteles de anteriores representaciones que adornaban las paredes. Por primera vez -pensé- un grupo de españoles en silencio en un pub. Parecía que estábamos en otro país, fuera de lugar, intimidados por el giro radical de las circunstancias. Estábamos en casa, pero nos sentíamos fuera de ella, éramos intrusos en nuestro propio territorio. El timbre que avisaba el fin del descanso sonó como un alivio.
1 comentario:
vaya, que interesante... la verdad es que dicho teatro lo he visto algunas veces, pero no tenía ni idea de qué es lo que uno se puede encontrar allí... magnífica descripción...
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