La foto del cielo de la entrada de ayer la hice el día anterior, pero no la escribí hasta ayer. Algo parecido me pasó con la entrada del libro de Muñoz Molina, Todo lo que era sólido, lo había terminado de leer algún que otro día antes, pero no me paré a escribir la entrada hasta un par de días después. Suelo hacerlo así, es como si inconscientemente les diera un tiempo a las entradas antes de escribirlas, pero en realidad surgen como surgen y así se plasman en las entradas. No tengo un método, o mi método podría decirse que es no mantener ningún sistema reglado. Si acaso se puede entender como método, diré que lo que hago es sentarme cuando una idea imprecisa acude a mí y decido escribir sobre ella. Luego se me van ocurriendo cosas, y la intención inicial se va desbaratando hasta concluir en otra completamente distinta de la original, pero también ocurre a veces que mi determinación por escribir sobre algo aparta cualquier pensamiento que se me cruce por los dedos, pero son la minoría de las veces. Por eso puedo afirmar que este blog como norma general está escrito a golpe de espontaneidad.
De hecho, volviendo otra vez atrás a mis dos últimas entradas, releyéndolas, me doy cuenta que he alternado de la oscura crisis del libro de Muñoz Molina a los tenues y escurridizos cielos de la entrada de ayer. Lo sólido frente a lo voluble, lo pesado ante lo liviano. Y no estaba previsto. En realidad no me he dado cuenta hasta volver hoy al blog.
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