Escribía ayer sobre las personas que habitan este mundo con la facciones agrias y la mirada torcida. Personas con el espíritu insípido y malhumorado, aquellas que nunca están felices ni contentas. Comentaba también que todos, de alguna manera, hemos compartido experiencias con personas así. Es inevitable. Todos hemos rozado sus vidas funestas, nos los hemos encontrado en la cola del cine o en la de la gasolinera, aunque difícilmente nos los cruzaremos en la entrada de un museo. Los museos son para deleite y disfrute.
Estas personas arrastran un halo de malvivir su existencia y se les distinguen por el penoso rastro de tristeza que van desprendiendo. Suelen ser tacaños y terriblemente misántropos, además de huraños y ariscos. En definitiva, una joya para adornar sus vidas. Si quieren entristecer sus días no hay nada como adoptar la amistad con alguno de ellos. Los definí en el título de la entrada como la zona oscura de la humanidad, aunque quizá exageraba algo con dicha generalidad, pero ¿qué generalidad no es del todo injusta?
En definitiva que al concluir la entrada, y después de leerla, me quedó la impresión de que era una entrada escrita quizás demasiado rápidamente, y que me dejé mucha tinta fuera del tintero, pues mi primera intención era contarles que hay personas que encuentran la belleza en cualquier lugar y otras, en cambio, no la ven aunque Miss Felicity les agarre del cuello. Pero uno se pone a escribir y el teclado lo tuerce el diablo.
Quería explicarles que el mundo está lleno de variedad, del encanto de la variedad y que igual que hay quien disfruta estirándose al despertar durante un buen rato, también hay quien necesita dar un salto al galope de los días. Hay quien medita cada decisión paciente y metódicamente y quien se arranca por bulerías a las primeras de cambio. Hay quien antes de un viaje planea cada giro en cada una de las visitas que realice y a quien le agrada perderse. Hay, también, a quien le gusta probar comidas nuevas, probar nuevos sabores y quien prefiere no salirse del mismo plato de todos los sábados. Hay gente espontanea y gente visceral. Hay y debe haber de todo en la viña del señor.
Pues la vida, señoras y señores, en mi opinión, es un poco así. Hay quien prefiere lanzarse a sentir la novedad de vivir y hay quien prefiere sentarse a ver qué pasa. ¿Qué es mejor? Pues supongo que depende de cada persona. Es una percepción intrínseca de cada uno. Cada cual ha de hacer, dentro de sus limitaciones, lo que más le apetezca, lo que más feliz le haga, o simplemente lo que más le haga sentir la experiencia de sentirse vivo.
Un ejemplo claro de todo lo que les digo lo vivo cada fin de semana cuando voy al estadio de fútbol de La Rosaleda. Allí constato todo lo que les escribo arriba. Compruebo que hay aficionados que se pasan todo el partido insultando al árbitro, al entrenador o a los jugadores, del equipo rival o incluso a los de su propio equipo. Hay también aficionados que pasan todo el partido callados sin menear mínimamente una ceja, fumando cigarro tras cigarro y también los hay que celebran con entusiasmo cada detalle técnico de mérito. Pues la vida es un poco así. Hay quien ve la belleza por todos lados y los hay que no celebran el gol de su propio equipo vaya que se despeinen. Puede que todos, en su medida, sean felices tal cual, puede que cada uno en su fuero interno considere que su forma de interpretar las circunstancias es la mejor. Puede que sea algo natural y no aprendido, o puede que todo venga escrito desde el principio en el Ácido desoxirribonucleico. Puede. No lo sé.
Pero cuando la conclusión del partido llega y veo las caras de todos ellos, nunca es más evidente la diferencia como cuando sus equipos pierden. Cuando salgo y observo la cara de muchos de ellos, comprendo que sólo aquellos que disfrutaban con exaltación ante cualquier detalle, aquellos que se abrazaron al primero que pasaba por allí cuando su equipo marcó un gol, esos son, en la mayoría de los casos, los que se toman la derrota como algo connatural con el fútbol, son, en realidad, por decirlo de alguna ineficaz manera, los más felices en la derrota. Y es que, si se piensa bien, ¿no es el fútbol un juego? ¿no es la vida, al fin y al cabo, una posibilidad de jugar que se nos ofrece? Piénsenlo.
Háganme caso, intenten dar un toque de humor a sus vidas y tiren los dados si desean jugar. Y si meten gol celebren con entusiasmo porque ya les tocará recoger la pelota del fondo de sus redes.
Imaginen que comienza la segunda parte y aún hay tiempo para revertir el signo del partido. No esperen a disfrutar hasta después del pitido final, porque puede que el resultado no les convenga.
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