Por una de esas inexplicables e incoherentes circunstancias de la vida, siempre he relacionado la poesía con los días tristes y nublados. Una noche solitaria, con la lluvia salpicando el cristal de la ventana tras golpear el alféizar, era sinónimo de lectura de poemas. No sé qué propiciaba la relación pero era así, era una inclinación natural, una predisposición propia. Sin embargo, creo que fue Juan Ramón Jiménez, con su Platero de color de miel, el que me deslumbró con el brillo soleado de su poesía. El sol protagonista de los paseos juveniles de Platero alumbró un nuevo horario para mis lecturas poéticas y desde entonces tengo la sensación de que la poesía dejó las noches de mis días para habitar mis atardeceres somnolientos, pues últimamente la lectura de poemas me acompaña justo antes de la siesta, si es que no me la roba.
Como viene siendo habitual últimamente cuando leo poesía, el ladrón de mis siestas ha sido el poeta granadino Luis García Montero, cuyo poemario, Completamente Viernes, me ha atrapado con la cercanía de sus rimas ausentes, con la ternura de sus dobleces y la sinceridad de sus sentimientos. Aquí un ejemplo:
Resumen
No existe libertad que no conozca,
ni humillación o miedo
a los que no me haya doblegado.
Por eso sé de amor,
por eso no medito el cuerpo que te doy,
por eso cuido tanto las cosas que te digo.
Luis García Montero
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