Fui a desayunar a la calle. Me había levantado temprano y no había pan en casa. Mi mujer al oír como me deslizaba fuera de la cama me preguntó que a dónde iba, a desayunar a la calle -le contesté-. Trae churros, anda -dijo con la voz aún perezosa- y un chocolate -añadió-.
Diez minutos más tarde, tras recoger a mi padre que se apuntó a acompañarme, estábamos dando vueltas con el coche alrededor de la churrería buscando aparcamiento. Tardé más en encontrar un aparcamiento que lo que hubiese tardado en llegar desde casa andando, y eso que aparqué más alejado de lo que suelo hacerlo cuando voy a la churrería. Todo sea por volver a casa con los churros y el chocolate aún calientes.
Desde el aparcamiento a la churrería pasé por delante de un cajero y me acerqué para sacar algo de dinero, pues el veranito escarba en mi cartera de muy mala manera. Conforme me fui acercando al cajero fui comprobando que todas las personas que estaban en la acera no estaban esperando el autobús, ni charlando, no, estaban esperando a que una persona que estaba en el cajero acabase. Tenía tantos papeles en las manos que supuse que estaba resolviendo la quiebra española desde allí mismo. Abrí la cartera y tras unos breves cálculos decidí que volvería en otro momento, que aún había suficiente grasa para el desayuno.
Llegamos a la cafetería y estaba abarrotada. Mi padre y yo tuvimos que esperar un buen rato a que una mesa quedara libre. Agosto y sus inconvenientes. Lo hicimos pacientemente pues antes de que nosotros llegáramos ya había un par de personas esperando su turno para coger mesa.
Mientras esperábamos de pie, viendo como los camareros trabajaban afanosamente, con la bandeja en alto, rebosante de servicios de desayunos, pidiendo permiso para pasar entre los estrechos pasillos que dejan las mesas, esquivando los carros de los niños, sudando la gota gorda, soportando pacientemente las exigentes peticiones de los clientes: que si un café cargado doble y templado con dos azucarillos y un par de churros no muy hechos en una mesa, que si una tostada mitad de paté mitad de mantequilla y un café corto muy, muy caliente en la otra, que si un Colacao en vaso ancho, que si se me ha caído la cucharilla y si me trae otra, una sacarina para otra mesa, un batido de melocotón con hielo para el niño, un serranito con bastante pimiento, un mixto en mollete con un chorreón de aceite, una nube y un mitad, los dos dobles, uno con sacarina el otro con azúcar, la nube templada y el mitad muy caliente...
Finalmente alcanzamos a sentarnos en una mesa y levanté el servilletero mientras el camarero pasaba el paño húmedo por la mesa para borrar los restos del desayuno anterior en el mismo momento cuando con una sonrisa en la cara dijo: buenos días, ¿qué van a tomar?
No hay comentarios:
Publicar un comentario