Es martes por la tarde y desde esta mañana hasta hace cinco minutos he estado trabajando intensa y cansinamente en un proyecto que me tiene las neuronas al rojo vivo, pero como humano que soy de vez en cuando necesito descansar, soltar un poco de tensión, estirar el cuello, crujir los nudillos, ir al baño, y tomarme un café. Y mientras tomo un café pocas cosas me relajan más que contarles cualquier estupidez que se me ocurra. Lo que sea, la cosa es despejar mi mente y, oye, si además despejan las suyas pues alabado sea este blog, pero no voy a seguir hablando de los beneficios de este blog que vaya que me cobren, que basta con que uno diga que algo le gusta para que te cobren por ello.
He llegado a ese punto en el trabajo en el que uno sube por el texto y baja, y cambia una palabra, mueve un párrafo para arriba, menea tres comas, precisa algún verbo y cree mejorar lo que está haciendo, hasta que vuelve al texto y lo vuelve a leer y piensa que quizás estaba mejor como estaba antes. Entran las dudas y uno decide volver hacia atrás, pero no se atreve a rebobinar en el Word porque recuerda que hizo algunos cambios por medio y, claro, si vuelve hacia atrás va a modificar algunas cosas que no desea, con lo que decide volver a cambiarlo pero a mano, como más jode, pero como todo en esta vida, el tiempo aprieta, casi que sería más acertado afirmar que oprime. Y llegado a ese momento de angustia por terminar algo que puede no terminar nunca, uno piensa:
Si no tienes tiempo para hacerlo bien,
¿cuando tendrás tiempo para terminarlo?
Ya ven, con esta manera de pensar apuesten a que me queda poco para acabar.
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