Enciendes el televisor y descubres que en la Costa Este Norteamericana está cayendo la mayor tormenta de nieve de los últimos 100 años, que se dice pronto. Es enero y todo esto es algo que ciertamente está dentro de lo posible, pero muchos nos preguntamos si esta desenfrenada espiral climática es un proceso natural o una consecuencia provocada directa o indirectamente por las acciones del hombre.
Dos mil vuelos cancelados entre Nueva York y Boston. 400.000 hogares sin luz, declarado el estado de emergencia. Los transportes públicos inutilizables, las carreteras cortadas. Se pide a la población mantenerse en sus casas. Nada hay abierto. Se pide encarecidamente no salir a las calles. La imagen de las calles desoladas, con todos los edificios con las luces apagadas, envueltos en una oscuridad ancestral, parece sacada de una de esas películas de catástrofes naturales, como si una era glacial nos estuviera amenazando.
Sin embargo, aquí donde tengo la fortuna de vivir, en el sur del sur de Europa el invierno apenas es perceptible. Ayer, sin ir más lejos, fui a la Rosaleda con una simple manga, y estamos con enero más que avanzado. Puede que sea el invierno más benigno que yo recuerde. ¿Esto significará que el verano será asfixiante? No lo sé, y no sé siquiera si es posible ofrecer una respuesta acertada a mi pregunta, puede que todo sea simplemente cíclico, o tal vez aleatorio. En cualquier caso sólo nos quedará encerrarnos en nuestras viviendas, como el caracol en su concha, y esperar que el temporal pase.
De modo que poco nos queda por hacer más que poner al mal tiempo buena cara. De esto Marilyn sabía bien.
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