Existe un periodo de tiempo indefinido que abarca desde el final de las fiestas navideñas hasta casi el comienzo de la primavera que es un bálsamo perfecto para los excesos de las fiestas. Un periodo de tiempo en el que apetece verdaderamente la austeridad. Las comidas, en la búsqueda de perder el sobrepeso adquirido en la sobreabundancia de las navidades, se vuelven frugales. Uno llega a terminar hastiado de tanta comida copiosa y desea comidas ligeras y sencillas. Vuelven el descanso y el tiempo libre paulatinamente y va quedando atrás la locura de las compras navideñas que sólo permanecen en nuestra renovada agenda en las devoluciones para aprovechar las rebajas.

Además, las comidas menos copiosas mejoran el descanso y activan automáticamente las ganas por realizar tareas: arreglar los cajones, ordenar la ropa, pasear, reencontrar tiempo para leer... Todo parece refrescar las actividades de la vida, hay una especie de complacencia hacia los demás, como una alegría y entusiasmo por retomar un ritmo vital que parecía perdido. Y esta alegría -a mi juicio- no es más que alcanzar pequeñas gotas de felicidad.
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