viernes, 8 de agosto de 2014

Reacciones al infortunio

Sigo aquí, no me he ido ni a Nueva York, ni a Bangkok, ni a Honolulu, ni a ningún lugar apartado del globo, de hecho ahora mismo estoy en el mismo centro del universo de mis días, es decir, en Fuengirola. Como supondrán, ya que son personas inteligentes, lo cual es fácilmente demostrable pues están leyendo este blog en lugar de pasar el día bobaliconamente delante del televisor, no me ha tocado el Extra del Verano de la ONCE, ni eso ni nada, sino que me ha tocado lo de siempre, o sea, perder. Como suele decirse, al menos tengo salud, como si al que le tocase la lotería dejara de tener salud automáticamente.

Pero no se preocupen por mí, con el tiempo he aprendido a sobreponerme a la enorme tristeza que cae sobre mí cada vez que compruebo que no he sido, ni siquiera mínimamente, agraciado con un pellizquito de fortuna. Aprendí a superarlo, digo, casi desde la primera vez que salí perdedor, y desde entonces, con una técnica muy personal, he logrado no sufrir largas temporadas de penas de infortunio. Mi técnica es algo virulenta, lo confieso, pero es tan eficaz como inmediata.

Un buen día, tras comprobar concienzudamente dos o tres veces que el número premiado no era siquiera un primo lejano del que yo mantenía entre mis manos, observé que toda mi rabia y desazón iban diluyéndose, como la sal en el agua, conforme rompía furiosamente el boleto sin premio. Mientras más esfuerzo y rabia ponía yo en la destrucción del boleto o cupón, más rápidamente recuperaba el buen humor y disipaba mis irrefrenables arrebatos de estrangular a cualquiera que se me aproximara con una sonrisa en la cara. Cuanto más ímpetu volcaba en la descomposición del boleto, más rápidamente calmaba mis tensos nervios. De forma que cuanto más esforzada era la aniquilación, más veloz me dominaba, como Jekyll con su pócima lograba convertirse en Hyde, yo, desgarrando cada centímetro del papel, regresaba plácidamente a la calma que tan bien me hacía.

Así que si por alguna azarosa razón se cruzan conmigo en los alrededores de una administración de loterías y apuestas, y observan que estoy volcado sobre mí mismo, retorciendo y quebrando algo entre mis manos, e intuyen en mis gestos que la cólera aún envuelve mi maneras, por su bien, por favor, no me dirijan la palabra y esperen unos minutos antes de aproximarse, porque si mis pupilas todavía están inyectadas de locura, tal vez, quién sabe, ustedes pasen a sustituir al boleto entre mis manos. No digo más.


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