La grande Bellezza me llevó a Paolo Sorrentino, y éste a Toni Servillo y a Roma, y todos juntos envolvieron tan profundamente mis pensamientos que decidí inundar mis días de toda su música. Comencé por la Kronos Quartet, y desde ahí, sin meditarlo en demasía, me decidí por escuchar a Vivaldi y a Verdi, y a ratos a Jimmy Fontana. Pero no era suficiente, necesitaba más.
Me vi interesándome por los directores italianos, especialmente en Giuseppe Tornatore y en sus películas Cinema Paradiso y La mejor oferta. Dos grandes obras de arte. Después busqué la obra de Piranesi y regresé concienzudamente a los grandes: Caravaggio, Michelangelo y Leonardo da Vinci. Un asegurado placer visual sin igual. También leí algo de Alessandro Baricco, y después de Alberto Moravia, y ahora, el último que he leído ha sido a Cesare Pavese, como tal vez ya se podría haber intuido en una entrada anterior.
El libro que elegí para iniciar la lectura de Pavese ha sido Entre mujeres solas, un título que me agradó desde la primera vez que lo leí, pero que conforme fui avanzando en la lectura me fue perdiendo. Mi interés fue decayendo poco a poco, la trama es, a mi juicio, algo desvaída y apagada, y las páginas serpentean entre días anodinos y escenas sin fondo. Me costó terminarlo pero lo acabé, y eso que no llega a doscientas páginas. Me queda el amargo sabor de creer que no lo supe ver, o no lo supe entender o no estaba yo para tonterías de existencias transparentes. En cualquier caso, creo, aquí acabó mi encantamiento italiano. Una lástima. Pero volveré, o mejor dicho, volverá, porque como todos ustedes saben, Roma es la ciudad eterna.
No hay comentarios:
Publicar un comentario