jueves, 7 de agosto de 2014

Ilusionado

Juego semanalmente al Euromillón, una columna el martes y otra, la misma, los viernes. Cuatro euros a la semana. Cuando hay competición liguera juego también a la quiniela, aunque no todas las semanas, y prácticamente nunca cuando la jornada cae entre semana. A la quiniela juego a medias con un par de amigos que pagamos a medias y cobramos a medias. Unos seis euros al mes, más o menos. Luego está el complicado tema del cupón de la ONCE. En principio sólo compro, y también a medias, el Cuponazo de los viernes. Lo que supone seis euros al mes, pero de vez en cuando juego algún cupón diario suelto, por compromiso, bien porque algún conocido compra uno delante mía, y no me gusta dejarle hacerse de oro en soledad o bien por ayudar a algún vendedor que conozco.

Aparte de eso, casi nada más, pero de vez en cuando la ONCE sortea un premio especial, de esos lustrosos y  generosos, con apellido largo, muy largo, que casi te obligan a rascar en el bolsillo con la esperanza de alcanzar una vida más despreocupada, aunque en realidad no tengo claro que el dinero posea la barita mágica de la despreocupación, pero seguro que ayuda.

En cualquier caso, agarrar uno de esos premios debe ser un auténtico bombazo de alegría instantánea, luego -supongo-  llegarán los quebraderos de cabeza, pero yo, al igual que la inmensa mayoría de este país, ardo en deseos de quebrarme la cabeza con semejantes cuestiones. Así que aquí estoy hoy, escribiendo esta entrada, ilusionado y esperanzado aún de que uno de los tres números que llevo para el especial de verano que se juega hoy sea gemelito al que salga esta noche en el sorteo. Que la providencia me reparta suerte.


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