jueves, 25 de octubre de 2012

En el punto de mira de un tuerto

¿Cómo es eso que dicen coloquialmente que es cuando a uno parece que le han echado un mal de ojo? ¡Ah, ya! Que te ha mirado un tuerto. Pues hoy a mí no me ha mirado un tuerto, a mí me han perforado con la mirada trece tuertos con prismáticos y objetos telescópicos diversos nada más poner el pie fuera de casa.

Me explico: Imaginen que están en una rotonda, con el coche detenido, intentando arrancarlo una y otra vez sin éxito, mientras un lluvia torrencial cae sobre el coche hasta el punto de que la rotonda entera comienza a anegarse, el agua comienza a entrar al coche por todas partes, inundándolo hasta el extremo de que tienen los pies colocados sobre el embrague y el acelerador y mirándolos desde el asiento no son capaces de distinguir el color de los zapatos, un agua turbia y pesada lo cubre todo, entonces deciden subirse de rodillas sobre el asiento lo más rápido posible para intentar sacar el móvil del bolsillo de los vaqueros para buscar auxilio, pero instantáneamente se percatan amargamente de que la pantalla táctil de móvil está húmeda y que cualquier conexión con el exterior a través de él parece ser completamente imposible. No funciona el hijo de mala madre. Deciden en un ataque desgarrador de desesperación abandonar el barco. Abren la puerta del coche y se alejan, con el agua por encima de las rodillas, hasta encontrar un lugar donde poder resguardarse.

Pasados unos minutos la escena es la siguiente: ustedes se encuentran en lugar seguro, parapetados, a unos cuarenta metros del coche, mirándolo absortos e impotentes, y observan cómo el nivel del agua va subiendo paulatinamente más todavía en la rotonda, la lluvia aprieta firmemente hasta que ya no se distinguen las ruedas del coche. El coche parece estar flotando. Ustedes -en este caso yo- se llevan las manos a la cabeza, blasfemando en arameo, acordándose de la deshonrada madre que parió el demonio. Al menos -me digo- caí en la cuenta de salvar los papeles del coche, del seguro y algunas de las muchas cosas que vamos amontonando estúpidamente en la guantera.

Doce horas después de la desgraciada escena, después de presenciar el ahogamiento de mi propio coche, mientras me dirigía hacia la clase de alemán, después de haber aparcado el coche que acababa de alquilar, bajo una suave pero constante llovizna, escucho con una terrible rabia contenida cómo la pareja que me acompaña en el ascensor comenta que al final hoy no ha llovido tanto como se esperaba. Les juro que tuve que respirar muy profunda y lentamente, y  más de una vez, para serenarme.


1 comentario:

David dijo...

La verdad es que es toda una putada... uno no entiendo como pueden pasar esas cosas, pero está claro que el destino juega malas pasadas...

En fin, mucho ánimo, yo sé que tú sabes diferenciar cuando algo es importante y cuando no, saber diferenciar entre lo material y lo espiritual... aunque jode...

Ánimo y suerte!!!!