miércoles, 17 de octubre de 2012

Deutsch

Me he apuntado a clases de alemán. Ya saben, aquello que les conté de septiembre y las ganas de aprender un idioma. Podría afirmar que lo hago por diversión, pero tampoco es cierto, quiero decir que me he apuntado por mi propia voluntad, sin obligaciones ni nada de eso, simplemente por intentar aprovechar el tiempo, pero sobre todo, siendo sincero, para prepararme una mejor, o al menos más amplia, perspectiva de trabajo para el futuro.

Si hace tres meses alguien me hubiese preguntado que si me gustaría aprender un idioma, casi seguro que el idioma germano no estaría entre mis preferencias. El italiano, el francés, incluso el chino o el ruso creo que los hubiese preferido antes, pero ocurre que uno debe elegir entre la oferta que existe, y lo que existía para mí era alemán, así que... habemus alemán.

Esta tarde, en mi segunda clase, la profesora nos han enseñado, o más bien nos ha intentado enseñar, los diez primeros números y el alfabeto. ¡Caray, qué ganas de complicar las cosas! Durante un instante creí  comprender por qué los alemanes se involucran en tantas guerras: ¡está claro, lo hacen para desahogarse! Es un idioma terrible. Me parece que debe ser imposible escribir un buen poema en alemán. Simplemente no cuadra, no encaja. ¡Es imposible! Es un idioma perfecto para dar órdenes y también debe serlo para insultar -aún no lo sé- pero para susurrar palabras de amor íntimamente al oído es pésimo. ¿Cómo lo conseguiría Goethe? ¡Seguro que a los otorrinos alemanes no les falta trabajo! ¡Pero si la profesora me ha preguntado mi nombre y me he acojonado!


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