Continuando con Las Aventuras del Capitán Alatriste, ayer, mientras Dinamarca derrotaba a Holanda en el llamado grupo de la muerte de la Eurocopa, terminé de leer la cuarta entrega. Las aventuras, en esta ocasión, se desarrollan en el sur de España, en ese sur ingrato y desagradecido, en una Sevilla mestiza y turbulenta, donde se mataba al primero que tuviera una mala palabra o desaire, pero donde sobretodo se quitaban vidas por mujeres y por plata, o si había suficiente fortuna, por oro.
En un mundo donde la espada a veces llegaba donde no alcanzaba la pluma, el Capitán recibe un encargo donde habrá que matar y mucho, donde el instinto será el modo más eficaz de mantener a raya al destino.
Aquella Sevilla mal gobernada por Felipe el cuarto, estaba inundada por un ambiente barajado de rufianes, malhechores y sin vergüenzas, pero al mismo tiempo, era una ciudad rica, poderosa e influyente, donde atracaban los galeones que traían en sus bodegas el oro de las Indias y desde donde se disolvía, como sal en el agua, hacia el resto del imperio.
En un mundo donde la espada a veces llegaba donde no alcanzaba la pluma, el Capitán recibe un encargo donde habrá que matar y mucho, donde el instinto será el modo más eficaz de mantener a raya al destino.
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