sábado, 6 de marzo de 2021

Salida del baile de máscaras - Raimundo de Madrazo y Garreta

Uno de mis cuadros favoritos del Museo Carmen Thyssen de Málaga es la obra de Raimundo de Madrazo y Garreta, Salida del baile de máscaras, un coqueto óleo sobre tabla fechado en 1885. El cuadro es sencillamente maravilloso. La obra está en la colección del Carmen Thyssen-Bornemisza desde que lo adquirió en julio de 1992, en una galería de Nueva York, de una colección privada de Connecticut. El título original era en francés Bal Masqué (Baile de máscaras). En realidad es un cuadro atípico dentro de su obra, porque Raimundo de Madrazo se podría etiquetar casi como un pintor de retratos, especialmente de la aristocracia y la alta sociedad de París, que era su clientela habitual.

 

Siempre que visito un museo voy eligiendo mentalmente cuál sería el cuadro que elegiría si pudiera descolgar uno y llevármelo a casa. Es un juego tonto y caprichoso, casi una forma de soñar despierto, que además de entretenerme, me hace observar las obras con más detenimiento, porque colgar un cuadro en las paredes del piso es cosa seria. En el Carmen Thyssen probablemente saldría con éste debajo del brazo en cada visita, pero como por ahora no parece viable tal posibilidad, en una de mis primeras visitas me lo compré en forma de postal que aunque sé que no es lo mismo, al menos no tuve que salir a la carrera del museo. Me enamoré de él desde la primera vez que lo vi. Fue un flechazo a primera vista.

Decía que es un cuadro relativamente atípico dentro de la obra de Raimundo porque es posible que su obra más conocida, y la que más ha llegado hasta el público actual son los múltiples y variados retratos de su recurrente modelo Aline Masson. Seguro que han visto alguno. La gran mayoría de ellos son interiores donde la sensual joven exhibe con despreocupación sus momentos de ocio cotidiano, dejando así de lado los grandes temas de la historia clásica, como son los de temática mitológica y religiosa. Dentro del imaginario pictórico de finales del siglo XIX, la belleza física femenina era uno de los géneros que más éxito tenían entre los coleccionistas de arte. Se representaba el encanto y la gracia de las mujeres jóvenes,  como homenaje genérico de la belleza física femenina. Se buscaba especialmente  la emoción o el deleite estético. Los bailes de máscaras fueron casi un género.

¿Pero quién era en realidad Aline Masson? Poco he podido averiguar sobre ella salvo que parece ser que la hija del conserje de la residencia parisina de los marqueses de Casa Riera, muy cercana a la calle donde el pintor pagaba un alquiler para su atelier. Que la relación que tuvieron, ya fuera como amantes o pintor modelo duró más allá de 20 años. Si mantuvieron una relación sentimental, lo desconozco, aunque me inclino a pensar que sí. Porque contemplando los cuadros quien no se ha enamorado un poco de esta joven bella, de sensual figura y sonrisa espontánea.

Pongámonos en antecedentes. Hagamos un resumen rapidito. Raimundo nació casualmente en Roma el 24 de julio de 1841, en una familia de buena cuna. Eso que salió ganando. Desde pequeño tuvo muy buena mano con el pincel y la fortuna de convivir con los mejores pintores de su época a su alrededor.  Fue a las mejores Academias de Bellas Artes y en 1862 se trasladó a vivir y trabajar a París, donde se relacionó con la aristocracia artística y los exclusivos marchantes de arte. En 1966 conoció a Mariano Fortuny con el que hizo gran amistad y que poco después se casó con su hermana Cecilia. En 1874 Raimundo se casó con su propia prima Eugenia, un año después tuvieron un hijo, Federico Carlos, más conocido por Cocó, y la mujer falleció pocos días después por complicaciones con el parto. Su cuñado Mariano Fortuny había fallecido recientemente, por una hemorragia de una úlcera estomacal. Y estos son los antecedentes. Aproximadamente un año después comenzó a pintar cuadros con modelos. Uno de los primeros lienzos en los que aparece su modelo predilecta, Aline Masson, está fechado en torno a 1875 cuando aún era casi una adolescente. Nuestro cuadro, Salida del baile de máscaras, está fechado 10 años después.

En el óleo se representan a un hombre acompañado de una joven que parecen abandonar la Sala de Fiestas Valentino, junto al Hôtel du Nord de París, donde se celebra un baile de máscaras. El hombre, elegantemente ataviado parece indicarle a la joven si desea subir a un coche de caballo pues la joven del antifaz verde, a juego con su calzado, aparenta, por la posición de los pies, que le dolieran, como sería normal después de haber pasado la noche bailando.

Además del coche de caballos y del cochero están el portero de la sala y una serie de personajes que completan la escena. Parece que hay un par de señoritas bastante animadas, pues están levantándose las faldas mientras alzan una pierna, suponemos al son de una copla, o eso me gusta imaginar a mí, también hay un hombre aparentemente vestido de uniforme, tal vez espadachín, con anchos pantalones blancos y holgada chaqueta azul con hombreras a juego con un casco dorado adornado con una voluminosa pluma roja.

Antes de escribir esta entrada de blog decidí darme una vuelta por Internet, averiguar cuatro cosas del cuadro, más que nada para no parecer un paleto integral, cosa que por otro lado nunca creo que consigo. Entre unos cuantos datos que ya he comentado antes, una de las afirmaciones que más me han interesado es que según José Luis Díez, existe cierto parecido con el galán tocado con sombrero de copa que invita a la joven a compartir asiento de coche de caballos con el autor del cuadro, y lo cierto, si comparamos el rostro del hombre del cuadro con el retrato que Federico Madrazo, que fue pintor de cámara de la Reina Isabel II, y grandísimo retratista romántico además de padre de Raimundo de Madrazo, tiene pinta que sí. La siguiente relación sugerida que me surge es: ¿Será la joven que le acompaña Aline Masson? Yo me atrevería a afirmar que sí, pero la verdad es que no puedo estar seguro.

Aline Masson solía posar con postura elegante, algo frívola, en situaciones a veces infantil, a veces maliciosa, muchas ocasiones vestida para el carnaval y siempre de manera idealizada. Este cuadro tiene ese ambiente noctámbulo y mundano que parece encajar con la temática de la que tanto gustaba al artista envolver en los cuadros a Aline.

Pero posiblemente el verdadero protagonista del cuadro, y lo que lo hace realmente sobresaliente es su luz. La incandescencia de los farolillos de gas, la claridad apagada que se deja entrever en la tasca de vinos junto al cartel luminoso del Hotel du Nord y especialmente la atrayente luminosidad que recorta el perfil de la pareja a la salida del baile de máscaras. La luz en varias intensidades y de distintos y singulares orígenes  es la particular maravilla del cuadro. El reflejo en el charco, la delicada luz en el lomo del caballo, o el ángulo de las distintas sombras de cada personaje podrían mantenernos ocupados durante un buen rato.

Dentro del cuadro cada figura, cada detalle, nada parece al azar, todo tiene su importancia, nada sobra  y lo que los une a todos es la luz, esa maravilla de luz. Fíjense bien. Tanto en el reflejo como en la sombra. El conjunto es una maravilla. Uno puede sentir que está en esa noche, y que en breves minutos estará en un carruaje acompañado de una bella joven camino del descanso en la noche.

Una fotografía de Raimundo de Madrazo y Aline Masson

sábado, 23 de enero de 2021

El caso Collini - Ferdinand von Schirach

Ferdinad von Schirach es un escritor y jurista alemán. Así reza en su biografía. No lo dudo, las cosas son como son, pero hubiera quedado más adecuado si dijese: Ferdinand Von Schirach es escritor y cirujano alemán. Me lo imagino más fácilmente con una bata y un bisturí que con una toga y un mamotreto del código penal.

El caso Collini es la primera novela suya que leo, los libros anteriores que he leído son todos colección de relatos. Todos muy buenos. La novela también. En realidad voy por orden de publicación en España, no es que sea algo que yo suela hacer, pero en esta ocasión he seguido el orden natural con el que han ido sus publicaciones apareciendo en las librerías.

Las novelas a los relatos son algo así como los cortos a las películas, o las películas a las series. Tienes, en principio, la atención del lector por más tiempo. el autor muniqués sabe lo que se hace cuando a mantener la atención se trata. En el primer párrafo ya te ha abierto los ojos de par en par, ya no puedes parar.

El caso Collini es una novela corta, se puede leer perfectamente en una tarde. Yo no soy un lector tan voraz últimamente y las distracciones me quitan demasiado tiempo, pero tuve que acabarlo pronto porque cada noche prolongaba la lectura más allá de lo que mi sueño me permitía.

domingo, 17 de enero de 2021

Buscar la belleza

Es posible que este tiempo pausado y apartado que nos ha tocado vivir, a pesar de las desgracias con las que se acompaña, tenga una cara positiva, mucho menor que la negativa, claro está, pero favorable al fin y al cabo. Uno de los posibles beneficios de esta pandemia, o al menos el más inmediato que yo observo, es que la naturaleza está descansando, nuestro planeta se está pudiendo dar un respiro. Hemos dejado de contaminar al incesante ritmo vertiginoso con el solíamos, los cielos no están a todas horas enredados de queroseno quemado intoxicando nuestra atmósfera. Hemos regresado a la cueva de la que nuestros ancestros del cromañón salieron y aún permanecemos en ella esperando que pase el chaparrón, que aparezca una poción mágica que elimine y de un puntapié a esta dichosa pandemia.

La unidad familiar ha recobrado su papel principal como eje de nuestras vidas. Este encierro ha permitido a muchas personas pasar más tiempo con sus  familiares y con la gente que nos rodea. Nos hemos visto obligados a mantener el contacto telemáticamente con casi todo conocido que no convivía con nosotros, hemos perdido los abrazos en muchos casos, pero la palabra solidaridad en cierta manera ha agrandado su sentido.

Muchos de nosotros hemos tenido más tiempo libre, más tiempo para nosotros mismos. Algunos lo habrán usado para ver más la televisión, otros para dormir, muchos para hacer deporte, vete a saber, cada cual habrá elegido aquello que haya querido o podido. Yo lo he repartido en escuchar música, leer un poco más, ver más cine, y cuando he podido salir a la calle, he intentado siempre buscar cielos ardientes al atardecer. Pocas cosas me sobrecogen más que un cielo encendido de tonos malvas. Por eso, cuando he tenido la ocasión, me he calzado unos tenis y he bajado al paseo marítimo, en busca de esa estampa casi fugaz,  de una acuarela difusa de colores cálidos. Sí, los he coleccionado, como un cazador de mariposas sale con su red yo he salido en busca de la belleza en forma de atardeceres. Lo confieso, soy un poco hedonista. Busco la belleza.




sábado, 9 de enero de 2021

Navidades pandémicas

La nueva normalidad de la que tanto se hablaba estaba tan instalada en nuestra cotidianidad diaria que no era nada novedosa, y de normalidad, lo cierto es que tenía poco. El curso escolar iba avanzando y sorprendentemente para mí no se dispararon los contagios en las aulas. No me lo esperaba y supuso una na sorpresa tremendamente afortunada. La temporada de fútbol de Miguel comenzó, al igual que las clases de pádel de Sofía, a las que también se había unido Miguel. Yo había dejado el teletrabajo y estaba de vuelta en la oficina. Las navidades estaban a la vuelta de la esquina y la incertidumbre de qué podíamos hacer era enorme.

Las restricciones en los horarios estaban dando saltos casi semanalmente, el clásico tira y afloja entre economía y salud para conseguir que las curvas de contagios mejoren al mismo tiempo que se pretende mantener la economía lo mejor posible, un balanceo casi imposible.

La navidad estaba a la vuelta de la esquina. No iban a ser unas navidades habituales, pero dentro de lo permitido procuramos hacerlo lo más normal posible, no tanto por nosotros -que también- sino por los niños. Al final la nochebuena la celebramos en casa, con mi hermano, Anita y mi padre. No se podía alargar mucho porque había toque de queda, tampoco podíamos ser muchos porque no estaba permitido. Al día siguiente, el día de Navidad, fuimos a almorzar con la familia de mi mujer a un restaurante, en una amplia terraza y separándonos en grupos de seis, que es lo que estaba permitido. Afortunadamente ninguno nos hemos visto maltratados por el dichoso virus hasta la fecha. 

Para fin de año pudimos salir de la provincia y regresamos a Olvera, donde tan a gusto estuvimos en verano, con nuestros amigos Miguel y Sagrario y sus hijos. La cena de Noche Vieja la pasamos en el restaurante del hotel, en el que éramos los únicos huéspedes. Tomamos una cena fabulosa, donde nos trataron estupendamente y acabamos tomando las uvas delante del televisor del bar y como casi todo hijo de vecino pedimos el mismo deseo que todos los años pero en esta ocasión, si cabe, con más sentido.

En Olvera poco hicimos más que ir de un lado para otro, pasear por el pueblo,  respirar aire fresco -aunque fuese a través de una mascarilla quirúrgica- y comer en terrazas a pesar de ser invierno. Nos trajimos varias botellas de aceite de la localidad, algo de sobrepeso alrededor de la cintura, y la sensación de que le sacamos el juguito a la vida hasta el límite de nuestras posibilidades.


sábado, 5 de diciembre de 2020

Los asquerosos - Santiago Lorenzo

Después de leer Patria de Fernando Aramburu me apetecía llevarme a los ojos algo más alegre y divertido. Me decidí por un libro que me habían recomendado varios amigos, Los asquerosos de Santiago Lorenzo, que además suponía mi primer contacto con el autor de Portugalete. Acerté. Perdón, acertaron.

Comencé a leer con curiosidad y atención. Los asquerosos comenzó como un libro muy divertido sin duda, que aparentemente cuenta una historia sencilla, algo estrafalaria y alocada pero que te arranca carcajadas desde las primeras páginas. Hay un asesinato, pero no es un thriller, aunque en parte sí, hay una huida, pero no es para nada un libro de aventuras, aunque el personaje principal, Manuel, es un aventurero de tomo y lomo. Entre sus párrafos hay una crítica a la actual sociedad de consumo, y se defiende la austeridad extrema, siguiendo la máxima de que no es más feliz aquel que más tiene, sino el que menos necesita. La supervivencia es casi la única satisfacción final.

Conforme se avanza en la lectura uno comprende que es un libro muy particular, donde el lenguaje es tremendamente original, llegando incluso a ser rebuscado, gustosamente rebuscado porque al menos en este blog se aplaude la imaginación. Los personajes parecen caricaturas, o quizás son caricaturas de las que se crean personajes. 

Lo recomiendo para que ninguno de ustedes se conviertan en ... mochuflas. ¡Si no lo son ya!

 

lunes, 9 de noviembre de 2020

Paseos

La nueva normalidad parecía que iba ganando terreno a los cansinos y tristes días de confinamiento. Y aunque las mascarillas y los geles de mano seguían siendo una accesorio habitual en el día a día, poco a poco fuimos atreviéndonos a realizar algunas actividades.

Decidimos ir a visitar las marismas del Guadalhorce. Habíamos oído hablar sobre una pasarela de madera que cruza el rio Guadalhorce a la altura del Palacio de los Deportes Martín Carpena, además habíamos escuchado que había varios observatorios de aves cercanos donde poder avistar con tranquilidad y sin molestar a las aves. Así que ni cortos ni perezosos allí nos acercamos. 

La pasarela forma parte de la Senda del Litoral que hemos recorrido en muchos tramos, pero no precisamente ese. Visitamos dos de los observatorios, el de Laguna Escondida, que sin embargo fue el primero que encontramos y después el Observatorio de Laguna Grande, desde donde pudimos ver algunos flamencos, aunque no eran de color rosa, lo que provocó una decepción en Sofía, que se los esperaba del color que los ha hecho tan universales. También avistamos cormoranes, que si bien ninguno de nosotros es ni de cerca un avezado ornitólogo, sí nos informamos antes de acudir con la intención de poder distinguir  por comparación algunas aves, aunque fuese con ayuda de algunas fotografías. Me quedé con las ganas de disfrutar de la malvasía cabeciblanca, que es una especie de pato de cabeza blanca, con pico de color azulado. La desembocadura del Guadalhorce se ha convertido en un enclave ecológico único para el avistamiento de ciertas aves. Después de la gran caminata, regresamos al coche, y por el paseo  marítimo de Málaga, a la altura de la Playa de la Misericordia, antes de La Térmica, repusimos fuerza rellenando el buche en una terraza antes de regresar a casa.

El fin de semana siguiente ya le habíamos cogido afición a esto de salir a caminar. La idea era ir a pasear, dar una buena caminata, ver algo interesante, picar algo en alguna terraza y regresar a casa.  En esta ocasión decidimos ir a pasear pero sin tanto ánimo ornitológico, la excusa era más bien gastronómica. 

Fuimos a pasear por El Palo, que es una de las zonas de la capital que tenemos menos visitada. Aparcamos cerca de una calle muy próxima a la costa que estaba plantada de enormes árboles eucaliptos, que me recordaba a la amplia zona de eucaliptos que había en Fuengirola junto al antiguo zoológico, lo que es ahora el Parque del Sol, donde ubicaban un mercado y mi madre me llevaba para comprar frutas y verduras.  Comenzamos por el paseo marítimo a la altura de Pedregalejo, paseando delante de un mar en calma, que bañaba con su tímido oleaje las orillas en forma de conchas de los Baños del Carmen. Miguel afirmaba que eran unas playas muy buenas para venir con niños pequeños porque al estar muy recogidos y tener poca profundidad podrían disfrutar del agua a sus anchas.

Al final del paseo está El Tintero, del que tengo muy gratos recuerdos, porque allí fui con mis abuelos casi la última vez que comimos juntos. Después deshicimos el camino completo, pero con un helado en la mano y el caminar más lento. Porque los niños siempre caminan más ligero cuando tienen el apetito abierto y saben que lo pueden saciar al final del trayecto.


sábado, 17 de octubre de 2020

Una escapada a Cádiz

Los datos de los contagios estaban bajado relativamente sus números alarmantes, se consiguió doblegar la curva de contagios, con muchísimo esfuerzo y el gobierno decidió flexibilizar el confinamiento. Estaba permitido salir de la provincia y decidimos hacer una escapada de una sola noche a Cádiz. Los niños han estado varias veces en la provincia de Cádiz, pero nunca en la capital.

De manera que despertamos temprano, levantamos ancla y pusimos rumbo a Cádiz. Hacía un día espléndido. El cielo era una sábana celeste y el sol lucía poderoso presidiéndolo todo.  La intención era llegar pronto, aparcar el coche y patearnos la Tacita Plateada de cabo a rabo. Como Pepi y yo ya habíamos estado antes en Cádiz,  decidimos llevar a los niños a visitar la Torre Tavira, que creímos que les iba a gustar, como así fue. Tuvimos que hacer reserva porque en algunos horarios se estaban agotando las plazas, ya que en estos tiempos todos los aforos se han visto reducidos y tuvimos que coger la visita para la tarde.

Antes de dirigirnos hacia la Torre para disfrutar del efecto óptico que encierra teníamos tiempo de realizar algunas visitas. La primera fue el Monumento a la Constitución de 1812, en la Plaza de España de Cádiz. Rodeamos la frondosa plaza y nos hicimos unas cuantas fotos frente al majestuoso monumento que guardaremos como recuerdo de nuestros primeros pasos por Cádiz. Pepi y yo aprovechamos la visita para  tratar de explicarle a los niños un poco de la historia alrededor del acontecimiento que el monumento homenajea.  Esperemos que sirviera de algo. Al terminar cruzamos hacia los jardines de la Alameda, con la idea de dar un pequeño rodeo, para poder ver el máximo de cosas en el camino. Desde la balaustrada que sirve de mirador al Atlántico se veía el Puerto de Santa María y en medio flotaba un gran buque, el cielo y el mar compartían a la altura del horizonte la misma tonalidad de azul y el buque daba la sensación de estar posado en el cielo. El mar estaba completamente en calma. Sólo unas pocas embarcaciones parecían desplazarse lenta y suavemente. Se respiraba una especie de lenta dejadez, parsimoniosa que siempre da la impresión de estar instalada en Cádiz.

El jardín lucía precioso. Los jardineros del Parque Genovés se ganan bien su sueldo y aparte tienen una innegable vocación artística. Al César lo que es del César.  Abandonamos el parque y decidimos cruzar vagabundeando por las callejuelas que van al Mercado de Abastos, que si bien, al ser domingo, sabíamos que iba a estar cerrado, al menos sí íbamos a encontrar abiertos los puestos que venden tapas típicas en la plaza central. A la hora que era y tras la larga caminata ya traíamos apetito. Picamos tortillita de camarones, tarantela de atún, ensaladilla rusa de gambas y unas croquetas de retinto, pero no nos podíamos entretener mucho porque teníamos la visita de la Torre Tavira reservada.

Para todos aquellos que no las hayan visitado la torre y sólo la conozca de oídas o de haber pasado por su puerta, habría que advertirles que la Torre Tavira puede parecer engañosa. No parece tan alta pero lo es, no parece gran cosa, pero lo es. Desde la terraza las vistas son inmejorables y la visita a la cámara oscura es sorprendente a la vez de educativa. A todos los que tengan buenas piernas y ganas de subir escalones es, a mi juicio, una visita obligada en Cádiz, especialmente si es la primera ocasión en la que se visita la capital, porque da una vista muy completa de la ciudad.

Después de la visita paseamos por el centro histórico, la Calle Pelota, la Plaza San Juan de Dios, donde está el Ayuntamiento, y también realizamos la visita del interior de la Catedral. La visita incluye una audioguía que se nos hizo un poco larga. La tarde estaba llegando a su fin. Bajamos al paseo del Vendaval desde donde hay un tramo donde, hacia un lado se disfruta de unas estupendas vistas a la catedral, y hacia el otro lado, según la hora, se puede contemplar cómo el sol se  disuelve en el Atlántico. Hicimos fotos preciosas ahí.

Aletargados por tan conmovedora estampa nos acercamos al barrio del La Viña donde hay innumerables bares donde picar algo para terminar el día. Después de llenar algo el buche regresamos paseando haciendo camino hacia el hotel. Descansamos en el hotel cerrando los ojos asimilando que esa ciudad fue mil veces conquistada y mil veces defendida. Fue bombardeada desde galeones, invadida calle a calle y corrió la sangre y el oro por sus callejuelas. Todo lo ocurrido también ocurrió allí.

A la mañana siguiente, tras desayunar en el hotel, nos dirigimos frente a la fachada neoclásica del Ayuntamiento, donde habíamos sido citados para iniciar un recorrido con guía turístico, que fue muy simpático y chistoso, a la par que nos contó muchas de las historias singulares que envuelven los diferentes edificios, monumentos o calles que visitamos.

El recorrido duró más de tres horas, y hubo mil anécdotas y comentarios que no tienen cabida en esta entrada pero el itinerario a groso modo incluyó  el Callejón del Duende, la Plaza de la Catedral, la calle Compañía, la Plaza de la Candelaria con la triste noticia de que estaba cerrado el Café Royalty, la Calle Sacramento, la Plaza de las Flores, el edificio de Correos, el Mercado de Abastos, el Gran Teatro de Falla donde incluso nos cató una copla, y desde allí hasta la Playa de La Caleta, junto a la Facultad de Cádiz, donde hay un par de ficus centenarios enormes. Allí acabó la entretenida visita.

Decidimos regresar al Barrio de La Viña para reponer fuerzas. Ya estaba acabando nuestra jornada en Cádiz. De camino al hotel procuramos cruzar por la Plaza de San Antonio, contemplar la atractiva fachada de la Casa Palacio de Aramburu, y por la Plaza de Mina para pasar por delante de la Casa Natal de Manuel de Falla.

De vuelta al céntrico hotel Argantonio, recogimos las maletas, las metimos en el maletero del coche, cruzamos lentamente por el impresionante Puente de la Constitución y ya lo único que nos quedaba por delante eran los algo más de 200 kilómetros de asfalto que unen una ciudad con tanta historia con nuestra casa.

sábado, 10 de octubre de 2020

Patria - Fernando Aramburu

Hace años que leí Los peces de la amargura y me encantó. Es un libro crudo donde Fernando Aramburu explica, en forma de relatos, cómo en el País Vasco las voces fueron silenciadas por la vergüenza, el miedo y la sinrazón. Todo aquel doloroso ambiente está acertadamente descrito en sus páginas. Pasó el tiempo y el libro seguía todavía dándome vueltas en la cabeza. Leí otros libros por medio, e incluso otros libros de Aramburu, pero aquel primero es uno de los que más se acercaba a tocar en la puerta de mi memoria. Aquello que fue para mí un libro maravilloso, fue también para Aramburu el germen de otro libro alrededor de la misma idea, pero con más profundidad y probablemente la que es hasta la fecha y a mi juicio su obra maestra: Patria.

Desde antes incluso de que se publicara Patria supe que era un libro que quería leerme. Pepi me lo regaló y lo coloqué en la estantería con la intención de darle algo de tiempo. Lo hago a menudo. Es un tema duro, difícil y tenía que encontrar el ánimo adecuado. Cada libro espera su momento en las estanterías de casa, luego yo los voy viendo, los voy redistribuyendo de un lado a otro, recolocándolos a mi antojo. A veces algunos se mantienen varios años en el mismo lugar, otros en cambio van cambiado de ubicación cada poco tiempo. No hay un orden ni una distribución precisa, ni siquiera una querencia premeditada, cuando termino un libro o incluso antes me doy una vuelta por las estanterías, pasando la mirada por el lomo, esperando un clic que me haga seleccionar la siguiente lectura. En ocasiones elijo varios, los llevo a la mesilla de noche, y los tengo allí varios días, les doy un par de vueltas, disfruto de las portadas, leo las sinopsis y algunos regresan de nuevo a la estantería. Al mismo sito o a otro. Es una selección nada democrática ni consensuada, es simplemente arbitrario, una elección que depende de mí y solamente de mí y ni yo sé bien cuáles son las razones de la decisión.

Aramburu vino a Málaga hace unos tres años a presentar Patria en La noche de los libros. Una entrevista, charla o coloquio alrededor de la novela, presentada por Juan Cruz. También en su momento hablé de ello aquí. Asistí con Pepi, y tras la tertulia ella se sintió más atraída por leerse el libro. Así que se lo leyó y le encantó. Al año siguiente empezó a anunciarse una serie de televisión basada en el libro. Una miniserie que la llaman ahora. Tenía muy buena pinta. Así que una cosa me llevó a la otra y me lo leí: maravilloso. Altamente recomendable, pero no es nada nuevo. Ha obtenido múltiples premios y fue uno de los libros más vendidos del año por algo. Seguidamente vimos la serie en casa. También nos gustó. También la recomiendo.


sábado, 19 de septiembre de 2020

El comienzo deseado

El comienzo del curso en casa fue como un salto al vacío, una chispa en el zeppelin Hindenburg,  o la estruendosa erupción de un volcán extinto. El maldito coronavirus había tirado por tierra el final del curso anterior. Fue el fin de las clases presenciales, del viaje de fin de curso y la graduación de nuestro hijo Miguel, todo de un plumazo. Todo se había visto alterado en cuestión de días. Comenzaron las clases online, el teletrabajo, el uso de mascarillas, el lavado de manos intensivo, la distancia social, los aplausos en los balcones y mil actividades más. Todo necesario, todo doloroso.

La nueva normalidad fue integrándose en nuestras vidas tan rápido como nosotros nos fuimos adaptando a ella. Fuimos capaces como sociedad, sorprendentemente, y a pesar de los políticos, de ir doblegando la curva. Parecía imposible pero se fue consiguiendo. Día a día. Los médicos, los científicos, todo el personal sanitario, los cuerpos de seguridad del estado, y un sinfín de personas arrimando el hombro, tirando del carro, a pesar del sinsentido de muchos egoístas antisociales, escépticos y despreciables.

El asunto es que el curso comenzaba, de distinta forma, con mascarillas obligatorias, distancia social, a veces online, a veces asistencial, dependiendo de la edad y de las circunstancias. Se adaptaron las aulas, se adaptó el temario, se creó una figura nueva en los centros educativos, la coordinación Covid, y con la ayuda de todos, o de muchos, se consiguió reiniciar el curso.

Qué ganas teníamos todos de que los niños pudieran volver a salir, de poder asistir a clases, de ver a sus compañeros, de poder volver a sentir ser niños. Y lo mejor de todo posiblemente fue que se obedecieron las normas, y no se extendió el virus en las aulas, que a mí, siendo honesto, me sorprendió. Fue como una luz de esperanza.


domingo, 13 de septiembre de 2020

El candelabro enterrado - Stefan Zweig

Pocas cosas me ponen de tan buen humor como comenzar un libro, pero si el libro está firmado por  Stefan Zweig, el gozo está asegurado. El autor austriaco es para mí un ejemplo de maestría narrativa, ya lo he dicho antes y no me cansaré de repetirlo. Párrafo tras párrafo para enmarcar. Una delicia de lectura.

El candelabro enterrado fue publicado en 1937, cuando Europa era un campo de batalla, la locura se extendía día a día como ráfagas de metralleta, y Hitler ya había puesto en funcionamiento su maquinaria antisemita, los campos de concentración. Zweig que siempre se mostró muy pesimista ante la fatalidad judía, decidió escribir un libro con el que ofrecer una luz de esperanza, un punto de unión para su pueblo. La lástima fue que él no aguantó hasta el final.

El libro nos cuenta una epopeya histórica, una fábula tan antigua como los pasos de los hombres, un peregrinaje a través de la fe, el recorrido vital de un inocente niño hasta un resignado anciano. Una novela corta o un relato largo sobre el viaje de un objeto sagrado, la menorá, el candelabro de siete brazos del Templo de Salomón, que va cambiando de manos desde el inicio de la decadencia del Imperio Romano hasta un final rodeado de leyenda. Durante la búsqueda del candelabro, el destino se verá puesto en manos de un anciano que dudará sobre su capacidad, y necesitará de la perseverancia tanto como su sabiduría.


jueves, 10 de septiembre de 2020

El fin del verano

Poco a poco las vacaciones se estaban acercando a su fin pero aún teníamos algunas actividades pendientes por realizar que debido al confinamiento no habíamos podido llevar a cabo. Una de ellas era dar un paseo junto al mar, los cuatro, sin prisas, para terminar en un chiringuito regalándonos un buen homenaje de sardinas al espeto, que lo estábamos deseando, y eso que ya en casa también las cocinamos, aunque claro, no es lo mismo, no son al espeto al fuego de leña junto a la brisa marina, sino al horno, pero bueno, también terminamos chupándonos los dedos. 

Sofía tenía pendiente también un concierto de Aitana, que es su cantante favorita. El concierto, como casi todo en este año de Covid, había estado varias veces a punto de suspenderse pero finalmente se pudo realizar. Fue en Marbella, en el Starlite Festival, y se celebró al aire libre, con mascarillas y manteniendo las distancias de seguridad y todas las medidas que estaban contempladas para evitar al máximo los contagios. Mientras la madre y la hija asistían al concierto, Miguel y yo nos acercamos a comer a uno de los sitios favoritos de Miguel, el restaurante Bocaseca, que ponen unas costillas al estilo americano de rechupete. Luego bajamos a Puerto Banús para tomar un helado y contemplar los yates imponentes  atracados en el puerto. Nos despedimos del lujo de lo más elitista de Marbella y regresamos al Starlite para recogerlas tras el concierto.

El colofón tras la vacaciones fue el cumpleaños de mi padre. El abuelo Miguel para los niños. Ochenta años ya. El tiempo pasa para todos e incluso para él, aunque a veces no lo parezca. Recuerdo muy bien cuando cumplió los 40 años.

Llevaba mucho tiempo esperanzado en poder celebrar su cumpleaños y a todos nos rondaba el pesar de que, con este funesto virus, no fuese posible y que todas sus esperanzas e ilusiones cayeran en un pozo, pero se acercaba el día y al final sí fue posible. Algo más reducido, con menos pompa, pero se pudo. Que era lo importante. Felicidades papá.