Esta pasada Semana Santa he terminado de leer el libro de Fernando Aramburu titulado Los peces de la amargura, el libro que me cayó como uno de los regalos por el día del padre.
La primera vez que escuché hablar de él fue en un artículo de Pérez Reverte, el cual ya me había descubierto anteriormente a Montero Glez, al que todavía disfruto leyendo. Así que lo apunté en mi lista de posibles compras en mi librería habitual.
No voy a hablar mucho del libro porque para eso ya está el artículo del académico. Pero sí quiero decir que es un libro que te toca y te afecta. No deja indiferente. Sus historias huelen a verdad, tienen el tacto áspero y sabor amargo. Lo lees incrédulo pero realmente sabes que es así. La realidad es así. Triste.
A partir de ahora, cada vez que alguien me pregunte sobre el problema vasco, Aramburu me ha hecho un favor. Recomendaré su lectura.
La primera vez que escuché hablar de él fue en un artículo de Pérez Reverte, el cual ya me había descubierto anteriormente a Montero Glez, al que todavía disfruto leyendo. Así que lo apunté en mi lista de posibles compras en mi librería habitual.
No voy a hablar mucho del libro porque para eso ya está el artículo del académico. Pero sí quiero decir que es un libro que te toca y te afecta. No deja indiferente. Sus historias huelen a verdad, tienen el tacto áspero y sabor amargo. Lo lees incrédulo pero realmente sabes que es así. La realidad es así. Triste.
A partir de ahora, cada vez que alguien me pregunte sobre el problema vasco, Aramburu me ha hecho un favor. Recomendaré su lectura.
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