sábado, 31 de marzo de 2018

El fetiche

Algunos sábados por la mañana cuando no tengo que realizar ninguna tarea ineludible suelo escaparme al rastro. Me gusta pasear por las mañanas, dar una vuelta cuando el sol aún no pellizca con tanta maldad. Pasear sin ningún rumbo fijo ni ningún objetivo previsto. Contemplando los puestos simplemente por el placer de pasear y la posibilidad de encontrar algo interesante. Libros y música es casi todo lo que acaparan mis adquisiciones en el rastro. Más de la mitad de los cds y los libros que atesoro los he comprado de segunda mano y a un precio irrisorio.

Encuentras algo que te interesa, compruebas que esté en buen estado, y si el precio te parece adecuado te lo llevas a casa. Así he descubierto grandes grupos de música -hoy Spotify me ahorra muchas sorpresas desagradables- y también he descubierto a un buen número de autores. Les aseguro que compensa con creces. Si se tercia también cae una cervecita o un café con churros, depende de la hora. Pero rara vez cae algo distinto a música y libros. Pero hace unas semanas encontré un figura que llamó mi atención. Un hombre estaba tallando figuras de madera, elefantes, jirafas y en un lado del puesto tenía una figura de un hombre sentado tapándose los oídos. Me gustó. Flechazo a primera vista.

Le pregunté si la figura estaba también a la venta y me dijo que sí. También me contó que la había hecho él y que era algo más cara porque era buena madera de ébano. No sé si es cierto, soy un verdadero ignorante en clases de madera, pero es cierto que tenía mejor presencia que las otras, parecía más lisa y más oscura. El caso es que me la compré. Es como un fetiche africano que ahora tengo en la estantería junto a la mesa de noche y es al que a veces le pido que el silencio que tanto añoro llegue a mí.

PD: Por ahora no parece que mis plegarias tengan mucho efecto, la verdad, y empiezo a sospechar que como tiene los oídos tapados igual no me escucha.


domingo, 4 de marzo de 2018

Ir a andar

Tengo un trabajo sedentario. Es lo que hay. A veces me gustaría poder abrir la puerta de la oficina y salir, respirar el aire fresco de la calle, ir de un sitio a otro, sin prisa pero sin pausa. Escapar de las cuatro paredes y sentir la brisa en la cara, pero no es posible. Tampoco hay que verlo con pesar, como un castigo. Estar todo el día en la calle de aquí para allá debe ser muy cansado. No lo sé pero lo imagino. Habrán con seguridad días de frío o de calor, lluvia, viento, tráfico, colas de espera...

De manera que para combatir mi sedentarismo voy y vengo caminando todos los días al trabajo, salvo raras excepciones en las que pueda necesitar el coche para realizar una compra pesada y abundante o algo así después del trabajo. El trayecto de apenas un kilómetro desde la casa a la oficina lo hago a pie. Unos quince minutos de paseo. Además, todo hay que decirlo, es un paseo muy agradable: un boulevard entre palmeras y casas encaladas de blanco, con una leve pendiente y sombras suficientes. Siempre lo recorro con los auriculares enchufados al móvil, reproduciendo una lista de Spotify creada a conciencia por mí. Como el camino lo realizo cuatro veces diarias, al final, son 1 hora de música caminando. Un lujo.

Pero desde hace unos meses, cada viernes, mientras el pequeño de la casa va a entrenar,  he decidido ir a pasear. Una hora caminando por el paseo marítimo. 30 minutos de ida y otros 30 de vuelta pero a un ritmo más alto. También acompañado por los auriculares, claro está. La idea es realizar de 6 ó 7 kilómetros. Y los fines de semana, cuando podemos, estamos yendo toda la familia a pasear juntos. Un par de horas mínimo. Lo cierto es que lo pasamos bien a la par que es sano. Y estamos recorriendo la senda del litoral, que para el que no la conozca es muy atractiva. Un camino junto a la playa, o los acantilados, normalmente sobre un entarimado de madera creado específicamente para el caso. Hay que ir temprano si uno no quiere acabar achicharrado por el sol, pero merece la pena.