domingo, 16 de enero de 2022

El sifonier y el sillón

Es más que posible que ninguna de las entradas que escribo en este blog sean necesarias, de hecho, son quizás todo lo contrario, una forma como otra cualquiera de ocupar mi tiempo haciendo algo que me guste, y también de dar rienda suelta a estas ganas expansivas y sin freno que tengo de comunicarme.

Quizás es porque en mi trabajo paso mucho tiempo callado, a solas, y como no existe nadie capaz de tirarse todo el rato escuchando las cosas que se me ocurren, pues de esta forma alivio en cierta manera ese hueco que pueda sentir.

El caso es que venía a contar algo que no interesa a nadie, pero como cualquiera puede de dejar de leer en cualquier momento, me siento liberado de ser un pesado aburrimiento. A lo que iba, el asunto es que hace unas noches me desperté con ganas de ir al baño -algo que ocurre a veces- y me levanté de la cama cual mamífero tropical perezoso en dirección al inodoro. A oscuras y en silencio, tocando las paredes que sirven de norte y guía, cuidadosamente. Tratando de no despertar a la reina que comparte mi lecho. Lo conseguí.

La desgracia ocurrió una vez saciada la necesidad urinaria. En el oscuro camino de vuelta, insuflado por la confianza tras el éxito en la ida, caminando más ligero de lo que la prudencia aconsejara, fui directo y determinado de regreso a la cama, con la mala pata de que fui sin querer a apoyar el pie sobre un inesperado zapato, -mío para más inri-, que estaba completamente desaparecido de la superficie mental de mi camino de vuelta. En una reacción inmediata, para evitar doblarme el tobillo al apoyar el peso sobre un zapato ladeado y la consiguiente caída, estiré el pie buscando un nuevo apoyo, considerando que sería mejor que caer, pero con mis somnolientos reflejos madrugadores, encontré de lleno y de pico y con enérgica contundencia la esquina del sifonier, que debe ser, desde ese preciso momento, el lugar que más odio a este lado del universo.

No sé si me he partido el dedo chico del pie, que fue el que recibió la castaña de lleno, o tengo una fisura, pero el dedo aparte de estar hinchado como un pez globo, y con un llamativo color violáceo, veo las estrellas cada vez que doy tres pasos. De hecho, creo que en mis cortos caminos estoy aprendiendo a blasfemar en arameo.

Así que últimamente paso la mayoría del tiempo en mi sillón de lectura, con la pierna en alto, que no sé si sirve de algo, pero a mí me da la sensación de que es la posición que hay que colocar el pie. No he ido al médico porque soy muy trabajoso para ir a urgencias. Así soy yo, es lo que hay.

Pd: Pepi no tuvo más remedio que despertarse cuando escuchó cómo sapos y culebras abandonaban mi cuerpo por todos lados menos por la boca, que la apreté más de lo que ahora parece que me aprietan mis zapatos más holgados.

 

sábado, 15 de enero de 2022

Anfitrión de Molière

En este año, como regalo de Reyes a mi hermano y a Anita les entregamos Pepi y yo un par de entradas para acompañarnos al Teatro Cervantes de Málaga a ver una obra incluida en el Festival de Teatro. Entre la amplia variedad de obras, elegimos una de teatro clásico que cuadraba con los distintos calendarios de los cuatro. Una adaptación de la comedia Anfitrión de Molière, que a su vez -según leo- era una adaptación de una obra de Plauto. 

Los actores del reparto eran: Pepón Nieto, Toni Acosta, Fele Martínez, José Troncoso, Dani Muriel y María Ordóñez. ¡Ahí es nada! Lo cierto es que lo pasamos genial, y aunque al principio costó adaptarse a la velocidad del texto (quizás algo excesivo), poco a poco, fuimos cayendo en el juego de duplicidad, en el que las cosas son más lo que parecen que lo que son, y más reales en nuestra imaginación que delante de un espejo. Un divertido juego con un guion redondo y tremendamente entretenido.

Después de disfrutar de la obra no quedaba más remedio que ir a pasear por el centro de Málaga, comer algo y charlar un buen rato, en estupenda compañía. Pasear por el centro de Málaga siempre es una delicia.


viernes, 7 de enero de 2022

Las Navidades son familiares

Las Navidades son familiares, quizás excesivamente familiares, pero en la nuestra, desde que mi madre se nos fue un preciso día de Navidad, lo son aún más. Ahora tienen añadido un sentimiento nostálgico. Siempre está presente en nuestros recuerdos pero esos días lo está de una forma casi fantasmal. Como si la viéramos, como si nos estuviera acompañando casi presencialmente. La sugestión supongo o ese algo espiritual tan personal que todos tenemos en nuestro interior. Yo, al menos, lo siento así.

El asunto es que en el día de Nochebuena nos juntamos en casa de mi hermano y Anita, con sus perros, mi padre, mis niños, mi mujer, en definitiva, rodearte de seres queridos y disfrutar juntos de los estupendos manjares que los anfitriones siempre disponen delante de nuestro ojos. Un año es en casa de mi hermano, el otro, en mi casa, así vamos rotando. Un año somos anfitriones al otro comensales.

Al día siguiente, en Navidad, solemos juntarnos aún más, porque la familia de mi mujer es una familia más larga, sin perros pero con muchos más niños, que son siempre una distracción risueña.

Días más tarde, para el fin del año, lo normal es que vayamos a algún hotel a tomar las uvas, y ya, de camino, pues a pasarlo lo mejor que podamos. A despedir el año y a darle la bienvenida a ser posible en compañía de familiares y amigos.

Este año aún con la pandemia pudimos juntarnos, y fuimos a Mengíbar, al Palacio de Mengíbar, y allí, con las medidas establecidas, las mascarillas y las distancias sociales, pudimos reunirnos a celebrar la fiesta de fin de año. Tomamos uvas, brindamos con champán y nos reímos con el cotillón. Todo muy divertido.

Ya que estábamos cerca de Baeza y de Úbeda nos acercamos a visitarlas. La idea era ir a la Taberna el Pájaro en la Plaza de la Constitución de Baeza, que ya habíamos estado con anterioridad, pero estaba cerrado de manera que fuimos a la Taberna Casa Andrés, en la misma localidad, que nos gustó mucho también. Siempre es buena cosa conocer sitios nuevos. Desde allí fuimos a Úbeda directos a la Plaza Vázquez de Molina, donde está ubicado el extraordinario Parador Nacional de Úbeda, ocupando un singular palacio del siglo XVI. En la misma plaza está el Ayuntamiento y en un extremo la Sacra Capilla del Salvador. El conjunto es verdaderamente extraordinario.

Siempre que voy a Úbeda me acuerdo de Muñoz Molina, y de la Sierra de Mágina, y de la huerta de su padre, de los olivos y de cómo le estreché la mano no hace mucho con algo de nervios, por no querer estropear nada, no dañar la mano que tan bien escribe, una mano de periodista, de novelista, de escritor o del que recorta titulares de prensa para luego mezclarlos a ver qué sale, qué idea azarosa puede ser el germen de una frase, un párrafo o incluso una novela o un artículo y mi mente, nunca mejor dicho, se iba por los cerros de Úbeda.