domingo, 31 de agosto de 2014

Una Affligem double

Fui al centro comercial en busca de cualquier cosa, y como iba solo, sin nadie que me persuadiera de lo contrario, me traje cualquier cosa y unas cervezas. Me decanté por una cerveza belga de abadía de doble fermentación, la Affligem double, con un contenido de alcohol de un 6'8 %. Nada exagerado para una cerveza de doble fermentación.

No la había probado nunca ni nadie me había hablado de ella pero no sé por qué yo tenía un buen presentimiento, y la verdad es que acerté. El color, el cuerpo, la sedosa sensación en la boca, la profundidad de sabores finales me han ganado desde el principio. Su pero, tal vez, es que puede que sepa demasiado afrutada y dulce, pero en ese momento me apetecía.

Su color rojizo y su espuma gruesa y tostada le aportan un llamativo y personal aspecto inicial que, a mi juicio, no hace más que mejorar trago a trago. Está presentada en botella de 300 ml, algo más chiquitina de lo habitual, y debido a que mi sed veraniega parece no tener límites, me tuve que echar al cuerpo un par.

En la etiqueta y en relieve sobre el vidrio de la botella viene indicada la fecha de 1074 como fecha fundacional de una larga historia cervecera en la región, en cuyos campos se ha venido recogiendo cosechas de lúpulo para la realización de esta cerveza. Cierto o no, la cerveza está más que rica. Así que les apremio a echarse unos tragos. Ustedes sabrán cómo se cuidan.

viernes, 29 de agosto de 2014

14 - Jean Echenoz

Había escuchado hablar mucho y bien de Jean Echenoz, especialmente de su último libro, 14. Así que para las navidades pasadas, en una de mis visitas a la librería, me lo traje bajo el brazo. Luego lo coloqué en la estantería para que esperara hasta el día que le llegara su momento. Hay libros que han caído en mis manos antes de su primera noche y otros, en cambio, que bien pueden llevar dos mil noches esperando que los abran. Éste no se ha hecho esperar tanto.

No quiero contar mucho del libro porque es un libro breve, quizás demasiado breve (apenas 91 páginas), y casi cualquier cosa que comente puede resquebrajar la idea inicial de cada uno. Especialmente en este libro.

En principio mi idea era leerlo de un tirón, pero al final, mientras lo leía, decidi hacerlo en dos. Cuando apenas me quedaban dos capítulos lo cerré porque me dio vértigo terminarlo y encontrarme que al día siguiente ya estaba concluido. Decidí dejarme los dos últimos capítulos para disfrutarlos a la mañana siguiente, con la plenitud que reposa en las primeras horas del día recién inaugurado, cuando todos en casa están dormidos y el silencio absorbe todos los rincones de la casa. Fue una buena decisión.

Con esto que les estoy contando no pretendo predisponerlos a que lo lean en dos días o en uno, sino a que lo lean. No se arrepentirán.

jueves, 28 de agosto de 2014

Tirar pa' lante

Uno de mis mayores dudas es cómo biengastar el tiempo, es decir, aprovecharlo. Es tanta mi ansiedad por querer hacer cosas que me gustan que después de un tiempo dedicado a pensar qué será aquello que deseo hacer, desgraciadamente una buena porción del tiempo regalado ya se ha esfumado, sin más. Puede que tal vez ese tiempo dedicado a la atención de mis futuros propósitos sea en sí una forma algo extraña de aprovecharlo. No sé. Puede.

Ahora mismo por ejemplo estoy en ello. Tengo por delante un par de horas de inesperada tranquilidad y heme aquí, escuchando buena música a un volumen considerable y volcando mis dudas sobre el teclado, por el simple hecho de que me gusta derramar mis pensamientos sobre el papel. ¿Es la mejor forma que tengo de ocupar este rato de sosegada tranquilidad? Pues no lo sé. Quizás sí, quizás no. ¿Hago bien? ¡Quién sabe! Ver algo interesante en la tele, leer un buen libro, prepararme una cena exquisita... Existen una gama tan amplia de experiencias que me agradan que quizás debido a ello me surgen tantas dudas. Podría yo tener un hobby o una distracción que me atrajese por encima del resto de manera que fuese siempre mi primera elección, pero no es así. Todo depende de mi estado de ánimo -supongo-. A veces deseo mucho una cosa, al día siguiente, o pasado un tiempo, otra distinta.

Mientras escribo al menos sé que voy poco a poco ordenando mis pensamientos, y de alguna forma que no tengo aún controlada voy aclarando mis dudas. A veces me sirve para decidirme y otras veces no, a veces se pasó el tiempo y nada más. En ocasiones pienso que las distintas ocupaciones que me tienen liado todo el tiempo, es en realidad una de las mejores formas que conozco de aprovechar los días, pero al echar el cierre al día, siempre muchas veces me queda en el fondo el amargo sabor de que podía haber hecho otras cosas, menos empujado por las circunstancias y más tirando yo del carro, pero como tengo claro, clarísimo, que el tiempo pasado no va a volver, ni hay posibilidad de recuperarlo, no me queda otra que encogerme de hombros, levantar la cabeza y tirar para delante. Y bien pensado, eso, en definitiva, es lo mejor que uno puede hacer. Tirar pa' lante.


martes, 26 de agosto de 2014

Cuatro días consecutivos

Llevábamos bastante tiempo con la idea de colocar alguna estantería por el piso, donde poder almacenar libros y ganar espacio, porque literalmente los libros van invadiendo cualquier espacio libre de la casa. Nuestra primera idea fue llamar al carpintero y pedirle que nos hiciera una librería en una esquina del salón, pero echamos por encima unos números gordos, pero se nos iban fuera de la gráfica de la microeconomía doméstica. Imposible.

Pasó el tiempo y los libros, como los hongos en los pies de los nadadores de piscinas, extendían su ocupación por todo lo ancho de la planta del piso. No había manera de controlarlos. Había que tomar una decisión inmediata.

Fuimos a Ikea, mi santa, los niños y yo. Como otras veces, lo hicimos por impulso, sin pensar demasiado Decidimos plantarnos en Ikea sin consultar el catálogo, ni Internet, ni nada. A pelo. Un par de medidas por unos cuantos huecos de la casa y a ver qué nos encontrábamos. Un genuino día de cacería. Nos montamos en el coche, metro en mano, y nos plantamos en Ikea. Estaba cerrado. Si Ikea cerraba dos días al año, fuimos el que cerraba. Fiesta local en Málaga. La primera en la boca.

Al día siguiente -tras consultar por Internet que estaba abierto, ésta vez sí- nos presentamos allí. Tres horas llenando el carro de cosas útiles pero que no necesitábamos. Que si unas perchas, algunos vasos y una jarra, un plafón de techo para sustituir el que Miguel rompió, unas pilas, algunos marcos de fotografías, una alfombrilla de baño, algunas velas con olores exóticos, una especie de cepillo para la ropa, una pinza de cocina, seis salvamanteles, un peso (¡ay!) y unos cuantos artículos más que ahora no recuerdo. Pero de estantería para los libros sólo nos trajimos unas cuantas ideas, que por otra parte no hicieron más que emborronar nuestro inicial esbozo mental.

Tercer día consecutivo. Volvimos a Ikea. Otra vez atravesamos sus puertas mecánicas, mi santa, los cachorros y yo. Ésta vez tuvimos que ir primero a devolver los salvamanteles que habíamos comprado el día anterior. No nos pareció que quedaran muy bien, pero no pudimos devolverlos porque no aparecían en el ticket. Es decir, no nos los habían cobrado y no nos lo podían devolver, evidentemente. Así que ahora tenemos en casa seis salvamanteles obsequio de Ikea -se ve que no escanearon bien el código de barras-. Entramos, pues, con la única intención de comprar las estanterías que, tras consultar el catálogo online,  habíamos decidido previamente en casa, sin interrupciones ni cambios de ideas posibles. No estaba permitido traernos nada más. Nos trajimos ocho estanterías, dos almohadas, cuatro fundas de almohadas y algunas fundas del colchón y yo que sé qué más. Pero al menos, suspiré, nos llevábamos las estanterías.

Esa misma tarde coloqué las dos primeras estanterías en el cuarto de los cachorros, pero desde el primer momento, como en una tragedia Shakesperiana, comprendimos que algo estaba podrido en Dinamarca. Las estanterías que compramos estaban bien para colocar tres cajas de puzzles, cuatro peluches y dos muñecas, pero los libros, me dije, son palabras mayores, de mucho más peso. Efectivamente, consultando el manual de uso, comprobé que no era apta para sostener más de 15 Kg en su 1,10 m de longitud. ¿Cuánto pesa 1,10 m de libros? Agarré el peso y coloqué a boleo 1,10 m de libros encima -el metro lo tenía a mano-. La pantalla marcaba en rojo intermitente 19 Kg. Es decir, tendríamos que descambiarlas. Otra vez habría que volver a la tiendecita de los cojines.

Cuarto día consecutivo. Hasta el prepucio de ir a Ikea. Devolvimos las seis estanterías (éstas sí que las habían cobrado) y también un juego de fundas de almohadas. Y casi con los ojos cerrados fuimos a comprar la estantería que definitivamente ahora, tras transportarla ajustadamente a todo lo largo de nuestro coche, adorna coquetamente una pared de nuestro dormitorio.

Ni que decir tengo que aquella misma tarde, tras pasar por la ferretería, monté la estantería, y ahora, cuando entramos en el dormitorio, el nuevo olor a madera conglomerada ¿aglomerada? que desprende la estantería nos parece que estamos de vuelta en Ikea. ¡Horror!

lunes, 25 de agosto de 2014

Thunderstruck - Steve & Seagulls

Hace unos días recibí por whatsapp un enlace a Youtube de un vídeo de un grupo que no había escuchado en mi vida, Steve & Seagulls. Un amigo que sabe que me suelen gustar las versiones extremadamente curiosas de canciones conocidas me lo envió. Como el whatsapp me pilló en la calle esperando a mi señora, le eché un vistazo, pero en el móvil no se hacía justicia a la versión. Al regresar a casa me pasé por el canal de vídeos y le dediqué el tiempo que merecía.

Escuchar una versión de Thunderstruck de los AC/DC interpretada, en un paraje perdido en mitad de la naturaleza, con una introducción algo ridícula y motorizada, por un banjo, un acordeón, una bandurria o mandolina, con un batería tocando con unas cucharas y el oportuno timbre agudo de una llave inglesa a golpear un yunque, todo a la vez, es un auténtico homenaje al rock. ¡Joder, cómo suenan!

domingo, 24 de agosto de 2014

París era una fiesta - Ernest Hemingway

Como venimos repitiendo en los últimos veranos, mi santa, los niños y yo nos presentamos junto con unos amigos en la Sierra de Grazalema, con la intención de descansar unos días junto a una piscina donde refrescarnos, y también para aprovechar las noches frescas que el microclima de Grazalema y alrededores ofrece.

En Grazalema, entre abundantes comidas, siempre queda despejado algo de tiempo para leer. Allí me llevé el libro de W.G. Sebald, Los anillos de Saturno, que ya comenté en este blog, pero también lo acompañé con París era una fiesta de Ernest Hemingway, que es un escritor al que intencionadamente elijo de compañero en Grazalema. Supongo que relaciono el contacto con la naturaleza con la escritura directa de Hemingway. De manera que Hemingway se ha convertido en un escritor para el verano y también para la sierra, aunque, dependiendo de la edición, también podría ser un buen compañero de primera línea de playa.

Comenzaré diciendo que el libro no era en absoluto lo que yo esperaba, pero que sin embargo, o quizás debido a ello, me gustó. No sé por qué pensaba que era una novela. Mi mujer lo había leído hace unos pocos años y me dijo que le había gustado y que estaba segura de que a mí me gustaría, pero no dijo mucho más o, al menos no lo recuerdo, porque comencé leyendo el libro creyendo que era una novela, que trataba sobre una pareja americana enamorada en París, o algo así, pero en realidad es un libro de memorias del escritor, específicamente  de su etapa germinal como escritor de novelas en París. Es un libro póstumo, al igual que Islas a la deriva,

Como toda memoria, el libro es una crónica de época, y en él se expone uno de los períodos más atroces vividos en la historia de la humanidad, los años entre las dos guerras mundiales, sin embargo en el libro se respira una intensa felicidad, la felicidad que Hemingway disfrutaba en París junto con su primera esposa, Hadley Richarson. Eran jóvenes y pobres, pero felices: "comíamos bien y barato, bebíamos bien y barato, y juntos dormíamos bien y con calor, y nos queríamos". 

Personalmente me han agradado los capítulos en los que Hemingway cuenta sus primeros contactos con Picasso, Gertrude Stein, Ezra Pound, Ford Madox Ford, James Joyce o Scott Fitzgerald y su relación con Zelda.

En el libro Hemingway dejó escrito: "Nunca escribas sobre un lugar hasta que estés lejos de él".  Yo le hice caso y dejé pasar algún tiempo para escribir esta entrada.

sábado, 23 de agosto de 2014

Arte callejero 28

Hay una gran variedad de elementos urbanos o mobiliarios urbanos - llámenlo como quieran- que invaden nuestras aceras y que claramente estarían mucho mejor con una buena mano de graffiti. ¿No opinan lo mismo?


miércoles, 20 de agosto de 2014

Berlín - Leonor Watling & Coque Malla

Yo era aún un adolescente cuando vi por primera vez en directo a Los Ronaldos, entonces el nombre de Ronaldo no sonaba todavía a futbolista brasileño. Si mi memoria no me falla -lo que sucede muy a menudo-  sería aproximadamente a finales de los ochenta y fue -esto seguro- en la plaza de toros de Fuengirola, en uno de esos maravillosos conciertos que se ofrecían cada verano bautizados como La Noche Rosa. Por aquellos conciertos se paseó lo más granado del panorama musical del momento: Danza Invisible, Los Ronaldos, Héroes del Silencio, Radio Futura, Mecano... y yo, afortunadamente, no me los perdí.

Después de aquel concierto iniciático me prendí de las guitarras vigorosas y de las letras atrevidas de las canciones Los Ronaldos. Y durante muchos años estuve siguiéndoles las pista, luego ellos se cansaron y yo también.

El último disco de Coque Malla es un caramelo, ya lo advertí antes en este blog, y la canción interpretada a dúo con Leonor Watling es una de mis favoritas. Leonor, por cierto, además de estupenda actriz, lidera uno de los grupos nacionales que más me agradan, Marlango, a los cuales también he disfrutado en directo hasta en cuatro ocasiones.  Si os gusta la buena música no os perdáis esta canción.



viernes, 15 de agosto de 2014

Los anillos de Saturno - W. G. Sebald

Tenía por casa un par de libros de Winfried Georg Sebald, pero nunca me había decidido a leerlos. Unas veces por una razón otras por otra al final siempre en el último momento de la elección les adelantaban otras lecturas, pero en esta ocasión, cuando unos buenos amigos me regalaron para mi cumpleaños el libro Los anillos de Saturno, tuve claro que esa vez sí iba a realizar por fin mi primer acercamiento a los libros de Sebald.

Lo primero que puedo decir de Los anillos de Saturno es que sobre todo es un libro muy original, escrito con una pluma muy suelta, donde se mezclan la crónica de viaje, el diario, el ensayo, la historia e incluso la biografía. El hilo conductor es un recorrido a pie del autor alemán por el condado de Suffolk, al este de Inglaterra, durante el cual Sebald aprovecha para ir rememorando pequeños pasajes de la historia, algunos muy particulares y locales, relacionados con los lugares que va visitando.

Al mismo tiempo que Sebald nos va contando las historias, nos va  describiendo su particular punto de vista sobre las distintas situaciones y aspectos tan dispares como por ejemplo el cielo al declinar del día, o el servicio recibido en la recepción de una pensión.

En varias ocasiones durante la lectura del libro, Sebald nos muestra cómo las anécdotas y los detalles de la historia son, en muchas ocasiones, tan interesantes como la historia en mayúsculas.

Conforme el libro avanza, el lector, siguiendo los pasos peregrinos y aparentemente desprovistos de propósito del autor, va poco a poco asimilando un estado impropio o letárgico entre sueño y realidad. Las vivencias descritas en el libro lucen en su mayoría bajo la luz del sol, pero queda la sensación imprecisa de que el relato está desarrollado bajo techo, en la soledad de las habitaciones en las que el autor va instalándose en su itinerario, como suspendido en el tiempo sin tiempo, como una situación casi atemporal.

Uno avanza en la lectura y va comprendiendo que Sebald ya lo ha atrapado, y uno ya es un compañero fiel y silencioso que camina a su vera escuchando lo que la imaginación de Sebald, sea cual sea el pretexto, le va dictando. Se adentra en los capítulos expectante, no deseando un desenlace sino más bien por un nuevo inicio, una nueva pequeña historia contada con esa particular forma que tiene Sebald de contar las cosas, como si en realidad no las estuviera contando sino más bien pensando y nosotros leyendo su pensamiento.
 

jueves, 14 de agosto de 2014

Marilyn Monroe 20

El pasado martes falleció Lauren Bacall a la edad de 89 años. Bacall se casó con Humphrey Bogart cuando él tenía 45 años y ella tan sólo 20, y se mantuvieron casados hasta que él falleció de cáncer doce años más tarde. La leyenda dice que Humphrey era un gran seductor, y que cuando se conocieron el flechazo fue instantáneo. Cierto o no, la mítica pareja fue estandarte de glamour por donde quiera que fuesen. Lo que no quita que al bueno de Humphrey, alguna vez, se le escapase el rabillo del ojo hacia alguna belleza, especialmente si éste se dirige hacia el pomposo escote de la favorita de este blog y amiga de la pareja, Marilyn Monroe.

Y como en este blog en alguna ocasión se habla por hablar -lo confieso-, cuando escribo sobre algo comprobado me gusta mostrarles la prueba, para que no se diga.

Descansen en paz

miércoles, 13 de agosto de 2014

Tendencia por lo prohibido

Siento tendencia por lo que no debo, por lo que tengo prohibido o, por lo menos, desaconsejado. Deseo todo aquello que he de dejar de lado. No es algo superior a mis fuerzas, como suele decirse, sino que simplemente no hago otra cosa que ceder al atractivo impulso de lo prohibido.

Sé que la pimienta, el café, el alcohol... están estragando mi estómago. Que hay ciertas comidas que me perjudican y que hay también ciertos hábitos que debo observar y que me hacen bien, y, aunque no lo crean, intento ajustarme a los límites permitidos, aquellos a partir del cual sé que me pueden perjudicar, pero de vez en cuando, irremediablemente, como un niño que juega con el peligro, caigo en las redes de lo prohibido.

Al menos -me consuelo- eso de saber que no estoy haciendo bien y que hasta yo mismo me impondría un severo castigo, hace que ese momento de insensatez consciente, en el que estoy tomando un whisky scotch de 12 años, o un plato indio picante, por poner sólo dos ejemplos, multiplique la sensación de plenitud en el trascurso de la falta.

Saber que no se debe hacer algo incrementa largamente el deseo de realizarlo. Ya saben que basta que a uno le prohíban realizar cualquier actividad para que desde ese preciso instante no se piense en otra cosa que en saltarse la prohibición.

Cuando tomo asiento en un restaurante y estudio el menú, por alguna endiablada razón, siempre tiendo a desear justo aquellos platos que más perjuicio me hacen, ya sean unas patatas bravas o un entrecôte con salsa a la pimienta. Lo peor de todo esto es que cuando me salto las normas, el que termina pagando el pato soy yo.

viernes, 8 de agosto de 2014

Reacciones al infortunio

Sigo aquí, no me he ido ni a Nueva York, ni a Bangkok, ni a Honolulu, ni a ningún lugar apartado del globo, de hecho ahora mismo estoy en el mismo centro del universo de mis días, es decir, en Fuengirola. Como supondrán, ya que son personas inteligentes, lo cual es fácilmente demostrable pues están leyendo este blog en lugar de pasar el día bobaliconamente delante del televisor, no me ha tocado el Extra del Verano de la ONCE, ni eso ni nada, sino que me ha tocado lo de siempre, o sea, perder. Como suele decirse, al menos tengo salud, como si al que le tocase la lotería dejara de tener salud automáticamente.

Pero no se preocupen por mí, con el tiempo he aprendido a sobreponerme a la enorme tristeza que cae sobre mí cada vez que compruebo que no he sido, ni siquiera mínimamente, agraciado con un pellizquito de fortuna. Aprendí a superarlo, digo, casi desde la primera vez que salí perdedor, y desde entonces, con una técnica muy personal, he logrado no sufrir largas temporadas de penas de infortunio. Mi técnica es algo virulenta, lo confieso, pero es tan eficaz como inmediata.

Un buen día, tras comprobar concienzudamente dos o tres veces que el número premiado no era siquiera un primo lejano del que yo mantenía entre mis manos, observé que toda mi rabia y desazón iban diluyéndose, como la sal en el agua, conforme rompía furiosamente el boleto sin premio. Mientras más esfuerzo y rabia ponía yo en la destrucción del boleto o cupón, más rápidamente recuperaba el buen humor y disipaba mis irrefrenables arrebatos de estrangular a cualquiera que se me aproximara con una sonrisa en la cara. Cuanto más ímpetu volcaba en la descomposición del boleto, más rápidamente calmaba mis tensos nervios. De forma que cuanto más esforzada era la aniquilación, más veloz me dominaba, como Jekyll con su pócima lograba convertirse en Hyde, yo, desgarrando cada centímetro del papel, regresaba plácidamente a la calma que tan bien me hacía.

Así que si por alguna azarosa razón se cruzan conmigo en los alrededores de una administración de loterías y apuestas, y observan que estoy volcado sobre mí mismo, retorciendo y quebrando algo entre mis manos, e intuyen en mis gestos que la cólera aún envuelve mi maneras, por su bien, por favor, no me dirijan la palabra y esperen unos minutos antes de aproximarse, porque si mis pupilas todavía están inyectadas de locura, tal vez, quién sabe, ustedes pasen a sustituir al boleto entre mis manos. No digo más.


jueves, 7 de agosto de 2014

Ilusionado

Juego semanalmente al Euromillón, una columna el martes y otra, la misma, los viernes. Cuatro euros a la semana. Cuando hay competición liguera juego también a la quiniela, aunque no todas las semanas, y prácticamente nunca cuando la jornada cae entre semana. A la quiniela juego a medias con un par de amigos que pagamos a medias y cobramos a medias. Unos seis euros al mes, más o menos. Luego está el complicado tema del cupón de la ONCE. En principio sólo compro, y también a medias, el Cuponazo de los viernes. Lo que supone seis euros al mes, pero de vez en cuando juego algún cupón diario suelto, por compromiso, bien porque algún conocido compra uno delante mía, y no me gusta dejarle hacerse de oro en soledad o bien por ayudar a algún vendedor que conozco.

Aparte de eso, casi nada más, pero de vez en cuando la ONCE sortea un premio especial, de esos lustrosos y  generosos, con apellido largo, muy largo, que casi te obligan a rascar en el bolsillo con la esperanza de alcanzar una vida más despreocupada, aunque en realidad no tengo claro que el dinero posea la barita mágica de la despreocupación, pero seguro que ayuda.

En cualquier caso, agarrar uno de esos premios debe ser un auténtico bombazo de alegría instantánea, luego -supongo-  llegarán los quebraderos de cabeza, pero yo, al igual que la inmensa mayoría de este país, ardo en deseos de quebrarme la cabeza con semejantes cuestiones. Así que aquí estoy hoy, escribiendo esta entrada, ilusionado y esperanzado aún de que uno de los tres números que llevo para el especial de verano que se juega hoy sea gemelito al que salga esta noche en el sorteo. Que la providencia me reparta suerte.


lunes, 4 de agosto de 2014

Entre mujeres solas - Cesare Pavese

La grande Bellezza me llevó a Paolo Sorrentino, y éste a Toni Servillo y a Roma, y todos juntos envolvieron tan profundamente mis pensamientos que decidí inundar mis días de toda su música. Comencé por la Kronos Quartet, y desde ahí, sin meditarlo en demasía, me decidí por escuchar a Vivaldi y a Verdi, y a ratos a Jimmy Fontana. Pero no era suficiente, necesitaba más.

Me vi interesándome por los directores italianos, especialmente en Giuseppe Tornatore y en sus películas Cinema Paradiso y La mejor oferta. Dos grandes obras de arte. Después busqué la obra de Piranesi y regresé concienzudamente a los grandes: Caravaggio, Michelangelo y Leonardo da Vinci. Un asegurado placer visual sin igual. También leí algo de Alessandro Baricco, y después de Alberto Moravia, y ahora, el último que he leído ha sido a Cesare Pavese, como tal vez ya se podría haber intuido en una entrada anterior.

El libro que elegí para iniciar la lectura de Pavese ha sido Entre mujeres solas, un título que me agradó desde la primera vez que lo leí, pero que conforme fui avanzando en la lectura me fue perdiendo. Mi interés fue decayendo poco a poco,  la trama es, a mi juicio, algo desvaída y apagada, y las páginas serpentean entre días anodinos y escenas sin fondo. Me costó terminarlo pero lo acabé, y eso que no llega a doscientas páginas. Me queda el amargo sabor de creer que no lo supe ver, o no lo supe entender o no estaba yo para tonterías de existencias transparentes. En cualquier caso, creo, aquí acabó mi encantamiento italiano. Una lástima. Pero volveré, o mejor dicho, volverá, porque como todos ustedes saben, Roma es la ciudad eterna.

viernes, 1 de agosto de 2014

El turista inesperado

Se recibe una llamada telefónica, o un aviso en el buzón, o el timbre de la puerta suena con alguien que viene a darnos una noticia, o simplemente se enciende una lucecita en el cuadro de mandos del coche, y todo, sin aviso previo, de repente, puede virar de una manera vertiginosa en el transcurso de unos instantes.

Uno plantea medianamente lo que pretende llevar a cabo al día siguiente, e incluso los días posteriores al siguiente, aunque mantiene la precaución de no tomar muy en serio todo lo que se adelante mucho en el calendario. Apunta pero no de manera muy concisa, prepara por encima lo que piensa que dará de sí el día. Calcula horarios, tiempos de traslados, anota las compras necesarias para cocinar el almuerzo, se cita a una hora y en un lugar con alguien para compartir el café, y todo, sin saberlo, en cuestión de segundos, puede variar de una manera insospechada.

Desde ese preciso momento, una vez que se tiene conocimiento de la inoportuna novedad, todo puede girar, cambiar por completo, todos los planes son tachados o quedan pendientes de evolución, suspendidos. Todo, de alguna forma, se ve afectado por los nuevos planes. Nada de lo previsto es irrevocable, ni ineludible. El azaroso vaivén de la vida, de lo que nos afecta en la vida, tan infalible como impreciso, lo ha cambiado todo. Nuestras dependencias hacia nuestro entorno, hacia lo que estamos atados, de alguna manera, coarta nuestra libertad.

Se encendió una lucecita en el coche, y rápidamente tuvimos que llevarlo al garaje. El mecánico nos dijo que teníamos que dejar el coche en el garaje, e, inmediatamente todos nuestros planes se fueron al garete. Sin rechistar. Sin el coche nada de lo planeado era posible.

Cuando el mecánico esa misma tarde nos llamó contándonos que el coche ya estaba listo, y que ya podíamos ir a recogerlo, comenzamos de nuevo a rellenar los huecos del calendario de los días siguientes, pero al recogerlo nos comentó que lo probásemos, que le pisásemos y que hiciéramos diabluras con él. Subid a Mijas, sugirió.

Desde Mijas las vistas son impresionantes, pero sobre todo cuando es de noche y la noche es completamente cerrada, y los bares ya han recogido la mayoría de las velas que adornaban románticamente las mesas, los burros han dejado de cargar, calle arriba y calle abajo, a orientales con cámaras con pesados objetivos y molestos flashes, y algunos portones de las tiendas de souvenir ya han resonado estruendosamente en su último recorrido del día.

Como un turista inesperado me apoyé en la herrumbrosa barandilla del mirador, después de haber disfrutado de un estupendo entrecôte a la brasa en una de las múltiples terrazas mijeñas, y contemplé la insondable oscuridad del negro mar, intentando imaginar hacia dónde se dirigiría aquel transatlántico, cuyas luces parecían flotar en un lugar indeterminado entre la línea de la costa y el manto infinito de estrellas, preguntándome, si quizás, alguien, en aquella ciudad flotante, como un espejo, mirase hacia donde yo estaba.

Minutos después, bajando hacia Fuengirola por la serpenteante carretera, comprobé satisfecho que la luz del cuadro de mandos se mantenía benévolamente apagada, pero que las luces del coche, tal vez, como un faro en la costa, podría ahora llamar más la atención a alguien de aquel barco fantasmal. Ahora era yo, con una luz zigzagueante, quién sabe si intermitente, quien provocaba en algún pasajero un pensamiento similar.