martes, 21 de julio de 2020

Fin de curso y txuletón

Acabó el curso más extraño. El Covid lo transformó todo. Las desoladoras cifras de las gráficas de defunciones fueron derribando poco a poco nuestra forma de enfrentar el día a día. Nada se escapó de su depresiva influencia. La manera de relacionarnos sufrió un cambio absoluto. Cada pequeña cosa se vio alterada: la distancia social, la mascarilla, lavarse las manos, los geles hidroalcohólicos, la lista de la compra, los planes de futuro y nuestras pesadillas. Todo más distante, más higiénico, más triste.

Y el curso acabó. Intermitente y casi a empujones pero acabó. Nadie -o casi- repetiría por exigentes directrices desde arriba. Hubo quién se esforzó, hubo quién se echó a un lado y quién se exprimió más allá incluso de lo aconsejable. En casa hicimos lo que pudimos, y un poquito más y luego otro pequeño paso y casi al final, otro pequeño esfuerzo más. Acabó el curso y no podía más que estar orgulloso de todos en casa. Sacrificamos muchas cosas, cierto, pero estábamos juntos, sanos y sin apenas un rasguño, con algo de sobrepeso, pero bueno, se acabó y fuimos a celebrarlo.

La idea era encontrar a un lugar ventilado, sin mucha gente, en un día de poca afluencia  y sobre todo que se comiese bien. Un homenaje se llama ahora. El premio al esfuerzo lo llamaría yo. Un asador, buenas carnes y mucho apetito. Así fue.

viernes, 10 de julio de 2020

Un par de días en Antequera

Cada final del curso a los estudiantes de segundo de bachiller que han aprobado en junio les llega la hora de la selectividad y a mi mujer algunos años le toca ser correctora. Este año le tocó en Antequera y a mí, afortunadamente,  me tocó acompañarla. Estábamos de lleno en plena pandemia pero fui encantado de la vida. De manera que aprovechamos la circunstancia para visitar Antequera, pasar unos días solos y una vez allí degustar sus platos, de los que yo soy un enamorado, pues nunca está de más de tomar una porra antequerana, y menos en los días de sofocante calor que nos cayeron.

El primer día tuve que hacer un ida y vuelta a casa por asuntos del trabajo pero el siguiente pude pasarlo de pleno en el hotel y en la piscina. Y una vez que Pepi terminaba su jornada paseábamos, pero sobre todo descansábamos. Necesitábamos un poco de calma y sosiego para romper con la rutina del confinamiento. Un descanso algo más espiritual que físico. Más necesario para la mente que para el cuerpo.

Un par de horas tumbado al sol junto a la piscina en mitad de la sierra con un buen libro entre las manos bastaron para cargar la batería. Pero todo llega a su fin. Unas cosas antes que otras.  Tocaba regresar y volver a la rutina infinita de los geles de mano, la mascarilla y la limpieza e higiene llevadas a límites antes insospechados para mí. Hay que aprender a tomarse las cosas como vienen, a habituarse a rituales específicos de limpieza y a la hostil y fría distancia social. No queda otra.

Últimamente veo menos la tele, y menos aún los telediarios, pero beso y abrazo más a mi niños.