Los datos de los contagios estaban bajado relativamente sus números alarmantes, se consiguió doblegar la curva de contagios, con muchísimo esfuerzo y el gobierno decidió flexibilizar el confinamiento. Estaba permitido salir de la provincia y decidimos hacer una escapada de una sola noche a Cádiz. Los niños han estado varias veces en la provincia de Cádiz, pero nunca en la capital.
De manera que despertamos temprano, levantamos ancla y pusimos rumbo a Cádiz. Hacía un día espléndido. El cielo era una sábana celeste y el sol lucía poderoso presidiéndolo todo. La intención era llegar pronto, aparcar el coche y patearnos la Tacita Plateada de cabo a rabo. Como Pepi y yo ya habíamos estado antes en Cádiz, decidimos llevar a los niños a visitar la Torre Tavira, que creímos que les iba a gustar, como así fue. Tuvimos que hacer reserva porque en algunos horarios se estaban agotando las plazas, ya que en estos tiempos todos los aforos se han visto reducidos y tuvimos que coger la visita para la tarde.
Antes de dirigirnos hacia la Torre para disfrutar del efecto óptico que encierra teníamos tiempo de realizar algunas visitas. La primera fue el Monumento a la Constitución de 1812, en la Plaza de España de Cádiz. Rodeamos la frondosa plaza y nos hicimos unas cuantas fotos frente al majestuoso monumento que guardaremos como recuerdo de nuestros primeros pasos por Cádiz. Pepi y yo aprovechamos la visita para tratar de explicarle a los niños un poco de la historia alrededor del acontecimiento que el monumento homenajea. Esperemos que sirviera de algo. Al terminar cruzamos hacia los jardines de la Alameda, con la idea de dar un pequeño rodeo, para poder ver el máximo de cosas en el camino. Desde la balaustrada que sirve de mirador al Atlántico se veía el Puerto de Santa María y en medio flotaba un gran buque, el cielo y el mar compartían a la altura del horizonte la misma tonalidad de azul y el buque daba la sensación de estar posado en el cielo. El mar estaba completamente en calma. Sólo unas pocas embarcaciones parecían desplazarse lenta y suavemente. Se respiraba una especie de lenta dejadez, parsimoniosa que siempre da la impresión de estar instalada en Cádiz.
Para todos aquellos que no las hayan visitado la torre y sólo la conozca de oídas o de haber pasado por su puerta, habría que advertirles que la Torre Tavira puede parecer engañosa. No parece tan alta pero lo es, no parece gran cosa, pero lo es. Desde la terraza las vistas son inmejorables y la visita a la cámara oscura es sorprendente a la vez de educativa. A todos los que tengan buenas piernas y ganas de subir escalones es, a mi juicio, una visita obligada en Cádiz, especialmente si es la primera ocasión en la que se visita la capital, porque da una vista muy completa de la ciudad.
Aletargados por tan conmovedora estampa nos acercamos al barrio del La Viña donde hay innumerables bares donde picar algo para terminar el día. Después de llenar algo el buche regresamos paseando haciendo camino hacia el hotel. Descansamos en el hotel cerrando los ojos asimilando que esa ciudad fue mil veces conquistada y mil veces defendida. Fue bombardeada desde galeones, invadida calle a calle y corrió la sangre y el oro por sus callejuelas. Todo lo ocurrido también ocurrió allí.
A la mañana siguiente, tras desayunar en el hotel, nos dirigimos frente a la fachada neoclásica del Ayuntamiento, donde habíamos sido citados para iniciar un recorrido con guía turístico, que fue muy simpático y chistoso, a la par que nos contó muchas de las historias singulares que envuelven los diferentes edificios, monumentos o calles que visitamos.
El recorrido duró más de tres horas, y hubo mil anécdotas y comentarios que no tienen cabida en esta entrada pero el itinerario a groso modo incluyó el Callejón del Duende, la Plaza de la Catedral, la calle Compañía, la Plaza de la Candelaria con la triste noticia de que estaba cerrado el Café Royalty, la Calle Sacramento, la Plaza de las Flores, el edificio de Correos, el Mercado de Abastos, el Gran Teatro de Falla donde incluso nos cató una copla, y desde allí hasta la Playa de La Caleta, junto a la Facultad de Cádiz, donde hay un par de ficus centenarios enormes. Allí acabó la entretenida visita.
De vuelta al céntrico hotel Argantonio, recogimos las maletas, las metimos en el maletero del coche, cruzamos lentamente por el impresionante Puente de la Constitución y ya lo único que nos quedaba por delante eran los algo más de 200 kilómetros de asfalto que unen una ciudad con tanta historia con nuestra casa.
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