Poco a poco las vacaciones se estaban acercando a su fin pero aún teníamos algunas actividades pendientes por realizar que debido al confinamiento no habíamos podido llevar a cabo. Una de ellas era dar un paseo junto al mar, los cuatro, sin prisas, para terminar en un chiringuito regalándonos un buen homenaje de sardinas al espeto, que lo estábamos deseando, y eso que ya en casa también las cocinamos, aunque claro, no es lo mismo, no son al espeto al fuego de leña junto a la brisa marina, sino al horno, pero bueno, también terminamos chupándonos los dedos.
El colofón tras la vacaciones fue el cumpleaños de mi padre. El abuelo Miguel para los niños. Ochenta años ya. El tiempo pasa para todos e incluso para él, aunque a veces no lo parezca. Recuerdo muy bien cuando cumplió los 40 años.
Llevaba mucho tiempo esperanzado en poder celebrar su cumpleaños y a todos nos rondaba el pesar de que, con este funesto virus, no fuese posible y que todas sus esperanzas e ilusiones cayeran en un pozo, pero se acercaba el día y al final sí fue posible. Algo más reducido, con menos pompa, pero se pudo. Que era lo importante. Felicidades papá.
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