sábado, 19 de septiembre de 2020

El comienzo deseado

El comienzo del curso en casa fue como un salto al vacío, una chispa en el zeppelin Hindenburg,  o la estruendosa erupción de un volcán extinto. El maldito coronavirus había tirado por tierra el final del curso anterior. Fue el fin de las clases presenciales, del viaje de fin de curso y la graduación de nuestro hijo Miguel, todo de un plumazo. Todo se había visto alterado en cuestión de días. Comenzaron las clases online, el teletrabajo, el uso de mascarillas, el lavado de manos intensivo, la distancia social, los aplausos en los balcones y mil actividades más. Todo necesario, todo doloroso.

La nueva normalidad fue integrándose en nuestras vidas tan rápido como nosotros nos fuimos adaptando a ella. Fuimos capaces como sociedad, sorprendentemente, y a pesar de los políticos, de ir doblegando la curva. Parecía imposible pero se fue consiguiendo. Día a día. Los médicos, los científicos, todo el personal sanitario, los cuerpos de seguridad del estado, y un sinfín de personas arrimando el hombro, tirando del carro, a pesar del sinsentido de muchos egoístas antisociales, escépticos y despreciables.

El asunto es que el curso comenzaba, de distinta forma, con mascarillas obligatorias, distancia social, a veces online, a veces asistencial, dependiendo de la edad y de las circunstancias. Se adaptaron las aulas, se adaptó el temario, se creó una figura nueva en los centros educativos, la coordinación Covid, y con la ayuda de todos, o de muchos, se consiguió reiniciar el curso.

Qué ganas teníamos todos de que los niños pudieran volver a salir, de poder asistir a clases, de ver a sus compañeros, de poder volver a sentir ser niños. Y lo mejor de todo posiblemente fue que se obedecieron las normas, y no se extendió el virus en las aulas, que a mí, siendo honesto, me sorprendió. Fue como una luz de esperanza.


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