Como ya era oficial que tanto Pepi, como Sofía y por último Miguel estaban de lleno en las vacaciones -a mí aún me quedaban unas semanas- fuimos el domingo a celebrarlo juntos.
Despertamos relativamente pronto, desayunamos y fuimos a pasear por el paseo marítimo una buena caminata y después a la playa, a descansar, a refrescarse y a leer un rato o escuchar música, y después para recuperar energía fuimos al chiringuito. Las sardinas en espeto son nuestra pasión. Luego una cerveza fresca, unos boquerones y unos calamares fritos y a regresar a la casa, darse una ducha fresca, y a disfrutar del resto del domingo con el aire acondicionado puesto.
Esa misma semana, el jueves, vino Rosalía a cantar a Fuengirola, al Marenostrum. Hacía meses habíamos comprado dos entradas, en principio para Pepi y para mí, que la vimos años atrás en Córdoba, y nos dejó un grato recuerdo. Pero Miguel no había asistido nunca a un concierto multitudinario y tenía ganas, y la madre le cedió su entrada. Fue su primer concierto. Pepi acompañó a Sofía a su primer concierto, que fue de Aitana, su cantante favorita, y Miguel vino conmigo a su primer concierto, Rosalía.
Disfruté del concierto, quizás no tanto como pude disfrutar aquel concierto íntimo en los jardines del Palacio de Viana en Córdoba, pero lo sufiente para que siempre recuerde los nervios de Miguel antes del concierto. Todos miraban a Rosalía, yo miraba a Miguel. Guste o no guste Rosalía ofreció un espectáculo en mayúsculas. Acompañada de siete bailarines basó su espectáculo en el baile y su voz. Detrás de ellos un lienzo blanco, delante luces y en medio del escenario una coreografía estudiada al milímetro. Envolviéndolo todo, o mejor dicho, o escrito, en el núcleo de todo, una intérprete como la copa de un pino, con temas que gusten o no, son frescos y algunos de ellos temazos.
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