Ayer al anochecer, en la terraza de una casa de campo, celebrando el cumpleaños de uno de mis cuñados, entre whisky y whisky, me ofrecieron un purito, uno de esos que venden ahora que vienen con filtro como si fuesen cigarrillos -un quiero y no puedo- pero como me apetecía fumar, lo acepté.
Seguidamente me dieron un encendedor y tras treinta o cuarenta intentos no fui capaz de sacarle una llama al maldito encendedor, así que me dispuse a buscar otro mechero entre todos los que estábamos allí. Tras tres o cuatro intentos conseguí otro mechero, pero tampoco me sirvió de mucho ya que tras otros quince o veinte intentos (en esta ocasión desesperé antes) lo devolví otra vez sin conseguir encender el purito, de manera que comencé a buscar otro comenzando a sospechar que me quedaba sin echar el purito. Entonces alguien extendió el brazo y tras un chasquido seco colocó una llama delante de mí. Encendí el purito y le di las gracias agradecido. Me dijo que me lo quedara que se iba y que en el coche tenía más. Le respondí que no hacía falta que no creía que fumase más, que muchas gracias pero que no hacía falta, que se lo llevara, de manera que lo guardó en el bolsillo y se fue. Pude ver mientras fumaba apoyado en el antepecho de la terraza como montó en el coche, arrancó el motor y abandonó la parcela.
A los pocos minutos de que aquel hombre abandonara la casa de campo con el encendedor en el bolsillo colocaron la tarta con las velas sobre la mesa principal, y alguien preguntó si había algún mechero. Le ofrecieron el primer mechero que me ofrecieron a mí y se me escapó una carcajada irónica, entonces decidí entrar a preparame un whisky, y cuando mi señora me vio irme hacia dentro me preguntó que a dónde iba a ir justo en ese momento cuando iban a encender las velas y cantar el cumpleaños feliz. Enseguida vuelvo le contesté. Ni que decir tiene que me preparé el whisky con parsimonia y todavía estuve un buen rato esperando hasta que dieron con una caja de mixtos.
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