Edmund Charles Tarbell fue un pintor norteamericano, nacido en Massachusetts en 1862. Comenzó a recibir clases de pintura desde muy temprana edad, y a los 17 años entró en la Escuela de Bellas Artes de Boston, donde coincidió con otros pintores americanos, algunos de ellos junto a él formarán lo que posteriormente se denominó como el grupo de Los Diez. A los 21 se trasladó a París, que en aquellos años era un auténtico hervidero de artistas. En París tuvo ocasión de copiar de primera mano a los más grandes pintores, además en la capital francesa se estaba desarrollando vivamente un nuevo movimiento artístico que luego se conocerá como impresionismo. Tarbell se impregnará de todo ello y lo plasmará de manera magistral en su obra. Durante un par de años viajó incansablemente por toda Italia, así como por Londres, Bruselas, Amberes, Colonia y Munich, admirando a los clásicos europeos in situ.
Tarbell volvería a Boston a los veintitrés años, donde se ganará la vida como ilustrador y pintor de retratos. A los 26 se casará con Emeline Souther, hija de una distinguida familia de Dorchester. Tanto Emeline como los cuatros hijos del matrimonio le servirán como constantes modelos en sus cuadros.
A los 27 años de edad, Tarbell sustituirá a su profesor en la Escuela de Bellas Artes. Con el paso de los años, gracias a su obra y a las espléndidas clases de pintura que impartió, se ganó cierto prestigio académico. Tanta fue la influencia que dejó Tarbell en la Academia de Bellas Artes que sus posteriores seguidores se conocerían como The Tarbellist. Además desarrolló trabajos como director de una prestigiosa Galería de Arte en Washington.
Personalmente, de entre su obra, siento predilección por sus interiores y sus retratos, a pesar de que uno de sus cuadros, el más aplaudido y premiado, sea precisamente un exterior, In the Orchard.
Pero el cuadro que he seleccionado para este mes es, sin embargo, un bello interior, Girl writing (Muchacha escribiendo), de 1917. La razón, o las razones que me han empujado a colocar el post de este cuadro son varias. Me explico:
Una de las razones principales por la que elegí esta obra es que aún estoy bajo la luminosa influencia de la exposición de Edward Hopper y esta obra de Tarbell respira ese inequívoco aire misterioso tan común en la obra de Hopper; sus luces y sus sombras aún descansan sobre mí y mis pensamientos. Otra destacada similitud es la cantidad de preguntas que encierra: ¿qué está escribiendo la muchacha? ¿una carta quizás? ¿una nota de despedida? ¿si es así, a quién va dirigida? ¿será sencillamente una nota recordatoria?, y lo más extraño de todo ¿por qué lleva el sombrero puesto en el interior de la vivienda? Ha regresado quizás solamente a escribir la nota y por eso está la puerta entreabierta? El cuadro es una absoluta joya en cuanto al juego de luces y sombras, a la más pura tradición holandesa del siglo XVII, con Vermeer como clara influencia, que era además, según me informo por Internet, uno de sus pintores favoritos.
Otra razón, y quizás la más relevante de todas las que me han influenciado a la hora de seleccionar este cuadro, ha sido que en estos días estoy leyendo Un cuarto propio de Virginia Woolf, y esta pintura representa perfectamente esa soledad, esa autonomía e independencia que Virginia solicitaba enérgicamente para la mujer. Un cuarto propio para que la mujer pudiera desarrollarse plenamente, tanto literaria como vitalmente. Y aunque bien es cierto que la habitación del cuadro no parece que sea el cuarto de la atractiva joven, sino más bien una sala de estar, al menos dispone de ese escritorio, anhelado e imprescindible, para poder expresarse libremente.
Por otro lado, el cuadro capta perfectamente ese instante pausado y sensible por el que cualquier persona obligatoriamente atraviesa alguna vez cuando escribe, bien en busca de una idea, de una manera de expresarse, o sencillamente pondera el uso de una simple palabra. Parece evidente que la bella joven es el centro sobresaliente del cuadro, donde todas las miradas se fijan, pero eso no debe apartarnos del atractivo latente del resto de la habitación: los cuadros del fondo, la puerta entreabierta, el mobiliario colonial, el jarrón de flores rojas, el mullido cojín, la alfombra interrumpiendo la cálida luz reflejada en el suelo, todo de una delicada calidez.
Pero, al mismo tiempo, mentiría si después de escribir todo lo anterior, no les afirmo y asevero que la verdadera razón por la que este cuadro ha sido elegido es porque simple y llanamente es un cuadro magnífico. Una auténtica maravilla. Una obra de arte en mayúsculas.
Si desean ver el cuadro en persona, y tienen la suerte de poder permitírselo, les hago saber que se encuentra en el Museo de Arte de Philadelphia.
Pd: Esta entrada no tendría mucho sentido si no les anima a investigar más sobre la obra del genial pintor.
Tarbell volvería a Boston a los veintitrés años, donde se ganará la vida como ilustrador y pintor de retratos. A los 26 se casará con Emeline Souther, hija de una distinguida familia de Dorchester. Tanto Emeline como los cuatros hijos del matrimonio le servirán como constantes modelos en sus cuadros.
A los 27 años de edad, Tarbell sustituirá a su profesor en la Escuela de Bellas Artes. Con el paso de los años, gracias a su obra y a las espléndidas clases de pintura que impartió, se ganó cierto prestigio académico. Tanta fue la influencia que dejó Tarbell en la Academia de Bellas Artes que sus posteriores seguidores se conocerían como The Tarbellist. Además desarrolló trabajos como director de una prestigiosa Galería de Arte en Washington.
Personalmente, de entre su obra, siento predilección por sus interiores y sus retratos, a pesar de que uno de sus cuadros, el más aplaudido y premiado, sea precisamente un exterior, In the Orchard.
Pero el cuadro que he seleccionado para este mes es, sin embargo, un bello interior, Girl writing (Muchacha escribiendo), de 1917. La razón, o las razones que me han empujado a colocar el post de este cuadro son varias. Me explico:
Una de las razones principales por la que elegí esta obra es que aún estoy bajo la luminosa influencia de la exposición de Edward Hopper y esta obra de Tarbell respira ese inequívoco aire misterioso tan común en la obra de Hopper; sus luces y sus sombras aún descansan sobre mí y mis pensamientos. Otra destacada similitud es la cantidad de preguntas que encierra: ¿qué está escribiendo la muchacha? ¿una carta quizás? ¿una nota de despedida? ¿si es así, a quién va dirigida? ¿será sencillamente una nota recordatoria?, y lo más extraño de todo ¿por qué lleva el sombrero puesto en el interior de la vivienda? Ha regresado quizás solamente a escribir la nota y por eso está la puerta entreabierta? El cuadro es una absoluta joya en cuanto al juego de luces y sombras, a la más pura tradición holandesa del siglo XVII, con Vermeer como clara influencia, que era además, según me informo por Internet, uno de sus pintores favoritos.
Otra razón, y quizás la más relevante de todas las que me han influenciado a la hora de seleccionar este cuadro, ha sido que en estos días estoy leyendo Un cuarto propio de Virginia Woolf, y esta pintura representa perfectamente esa soledad, esa autonomía e independencia que Virginia solicitaba enérgicamente para la mujer. Un cuarto propio para que la mujer pudiera desarrollarse plenamente, tanto literaria como vitalmente. Y aunque bien es cierto que la habitación del cuadro no parece que sea el cuarto de la atractiva joven, sino más bien una sala de estar, al menos dispone de ese escritorio, anhelado e imprescindible, para poder expresarse libremente.
Por otro lado, el cuadro capta perfectamente ese instante pausado y sensible por el que cualquier persona obligatoriamente atraviesa alguna vez cuando escribe, bien en busca de una idea, de una manera de expresarse, o sencillamente pondera el uso de una simple palabra. Parece evidente que la bella joven es el centro sobresaliente del cuadro, donde todas las miradas se fijan, pero eso no debe apartarnos del atractivo latente del resto de la habitación: los cuadros del fondo, la puerta entreabierta, el mobiliario colonial, el jarrón de flores rojas, el mullido cojín, la alfombra interrumpiendo la cálida luz reflejada en el suelo, todo de una delicada calidez.
Pero, al mismo tiempo, mentiría si después de escribir todo lo anterior, no les afirmo y asevero que la verdadera razón por la que este cuadro ha sido elegido es porque simple y llanamente es un cuadro magnífico. Una auténtica maravilla. Una obra de arte en mayúsculas.
Si desean ver el cuadro en persona, y tienen la suerte de poder permitírselo, les hago saber que se encuentra en el Museo de Arte de Philadelphia.
Pd: Esta entrada no tendría mucho sentido si no les anima a investigar más sobre la obra del genial pintor.
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