Desde que leí Los peces de la amargura me recalqué insistentemente que tenía que repetir con otra lectura de Fernando Aramburu. Ahora, al comprobar que hace algo más de tres años desde entonces, me doy cuenta de dos cosas: la primera, es lo veloz que pasa el tiempo, y la segunda, lo olvidadizo que soy a la hora de elegir los libros para la siguiente lectura y es que dudo siempre enormemente, podría decirse casi que sufro, a la hora de decidir cuál será mi siguiente lectura.
El vigilante del fiordo me lo llevé a mi escapada a Madrid, y fue un libro que leí en gran parte en el AVE, tanto en la ida como en la vuelta, pero también en el hotel de la capital, tumbado en la amplia cama de la habitación, muy cerca de lugares nombrados en el libro, de estaciones de trenes, de metro o de plazas por donde paseé ese mismo día o en la jornada anterior. Esta casualidad ha hecho que sintiera las historias más vivas y más presentes, especialmente aquellas que tocan el doloroso tema de los atentados de Madrid del 11-M.
El vigilante del fiordo -el segundo libro que leo de Fernando Aramburu- es otro buen libro del autor donostiarra. Un libro de cuentos -en algunos casos sería más apropiado llamarlos relatos-, sin grandes pretensiones aparentemente, nada de historias complicadas ni de frases grandilocuentes. Un libro escrito con modestia y valentía. Un libro sencillo y directo pero, al mismo tiempo, profundo, en ocasiones doloroso, en ocasiones, también, esperanzador; elaborado con las mismas pinceladas sutiles que Los peces de la amargura. En la misma dirección, es decir, un libro bueno y bien escrito.
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