Acabo de volver de disfrutar, junto a la santa, los niños y unos buenos amigos, de una escapada rural de cuatro días en la Sierra de Grazalema, concretamente en el pueblo de El Bosque, situado a los pies del Monte Albarracín, a unos veinte minutos escasos del pueblo de Grazalema, al que subimos a visitar en un par de ocasiones.
Podría decirse que el pueblo de El Bosque es famoso por encontrarse en la Ruta de los Pueblos Blancos, y también por sus dos piscifactorías de truchas ubicadas en el río Majaceite. Dicen que la trucha es sinónimo de aguas limpias, y aunque si bien es cierto que visité el río, y contemplé, supongo, algunas truchas (dudo porque no sé diferenciar una trucha de un sardina cuando está en el agua), en mi visita a El Bosque, no tenía la más mínima intención de contactar, de ninguna manera, con la fauna fluvial, si no, más bien, degustar la sabrosa -doy fe- gastronomía local, aparte de hincharme a dibujar curvas con el volante del coche.
Los que me leen de vez en cuando supondrán que con tanto tiempo libre lo lógico ha sido apiparme a beber cerveza, a comer buenos platos típicos de la zona y sobretodo a reposar a todo lo ancho de la hamaca, siempre situado lo suficientemente cerca de la piscina del hotel para no tener que andar mucho a la hora del chapuzón, pero lo suficientemente lejos para que no me salpicaran los niños desde ella, y por supuesto me mantuve todo el tiempo perfectamente colocado dentro de la sombra de una amplia sombrilla, a ser posible con un buen libro entre las manos.
Ya ven que mi escapada en esta ocasión ha estado más inclinada al "tumbing" que al andando que es gerundio, y muchísimo más cerca de la dieta escurridiza y curva antes que de la sosa y aburrida línea recta. Y es que después de tantas curvas que realizamos en coche para llegar al pueblo, hubiese estado feo homenajear lo contrario.
Pd: Para no perder la costumbre, o mejor, para ir perdiéndola poco a poco, nos trajimos para casa un queso de leche de cabra payoya.
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