Tenía pensado esperar para escribir este post a que estuviera resuelta matemáticamente la salvación de mi equipo, el Málaga CF, y así poder afirmar rigurosamente, con hechos, todo lo que pienso. Pero no voy a esperar, por una vez no voy a ser tan cabal ni precavido y voy a arriesgar, aunque no mucho, porque si bien no está cerrada la permanencia, yo, y por lo visto ayer en La Rosaleda, todo el malaguismo, lo siente de esta manera. Y es que tendría que ocurrir una hecatombe para que sucediese otra cosa que no fuese la salvación del Málaga CF, la cual podría incluso producirse hoy, ya que existen dos oportunidades para que la salvación quede cerrada. Si la Real Sociedad o Osasuna pierden, en cualquiera de los casos, ya sería oficial la permanencia.
Pero lo que me trae hoy aquí no es la salvación, con remontada histórica final (cinco victorias consecutivas), ni el último buen partido del equipo (victoria 2-0 ante el Sporting de Gijón), ni el gran ambiente en el estadio (lleno absoluto), ni los abrazos con los compañeros de grada en cada gol, ni la alegría final al cantar el himno una vez que el partido había terminado, o la emocionante despedida de los jugadores desde el círculo central del terreno de juego saludando a la afición. Lo que me hace escribir hoy en este blog es un precioso sentimiento interior que se llama orgullo. Es la sensación de satisfacción del trabajo llevado a buen fin tras mucho, muchísimo sufrimiento. Y si bien todavía no es oficial, así me sentía yo ayer a las once y media de la noche, volviendo en coche desde el estadio a casa. Conduciendo solo. Con la radio a todo gas. Escuchando emocionado a los comentaristas deportivos elogiar el buen trabajo del Málaga CF, y hacer especial hincapié, una y otra vez, del prometedor futuro que le esperaba a este equipo.
Y es que para un aficionado harto de sufrir, desesperado de ver como año tras año nuestros mejores jugadores hacían las maletas hacia distintos equipos, casando de ver como recomponíamos la plantilla en el último minuto, sin un duro, observando como nos arrebataban de las manos a los jugadores que deseábamos por cuatro pesetas, temporada tras temporada, ahora, al escuchar las alabanzas y los supuestos proyectos cargados de ilusión, no puede uno sino sonreír y disfrutar del momento que está viviendo. Porque el fútbol, como la vida, va por rachas, lo que ocurre es que para los malaguistas la racha mala tocaba muy a menudo. Así que con la sola sospecha de que este verano la cosa va a ser diferente, y de que podemos pasar de ser un equipo vendedor a uno comprador, con ese poquito de ilusión a la hora de encarar el mercadeo estival, nuestros sentimientos andan alocados y solo podemos sentir orgullo por el presente e ilusión por el futuro.
¡¡Arriba el Málaga CF!!
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