Una llamada lo cambia todo. No hace falta mucho más. Estábamos los cuatro en el coche, sonó mi teléfono y la buena noticia llegó en forma de una invitación para una boda, y no una boda cualquiera, sino para una boda en Holanda. Ilona y Yelle se casaban. ¡Es lo que tiene tener familia holandesa!
Desde el día de la llamada hasta el día de subirnos en el avión todo fueron preparativos. Buscar hoteles, vuelos, vestidos, corbatas y mil cosas más. Justo el día después del cumpleaños de Miguel tocaba volar desde Málaga hasta Ámsterdam. Vuelo directo. Mi tercera vez en la capital holandesa. La primera de los niños, la segunda de Pepi y la primera de mi padre, que también estaba invitado. Un viaje familiar.
Aterrizamos en el aeropuerto de Ámsterdam sobre las nueve de la noche, y allí, después de recoger todo el equipaje, nos estaban esperando en una amplia furgoneta mi hermano y Anita, que habían llegado varios días antes que nosotros. Nos acercaron al hotel que estaba en Almere, una localidad cercana a Ámsterdam, situada lo suficientemente cerca para que ir y venir no se convirtiera en una farragosa pérdida de tiempo, pero lo suficientemente alejada para que el precio del hotel tuviera un descuento sustancioso. Hicimos el check in y no tuvimos tiempo a mucho más, tocaba descansar porque el siguiente día iba a ser el día de la boda.
El día de la boda el cielo despertó densamente nublado. Miguel y yo, que habíamos despertado pronto, decidimos ir a dar un paseo por el pueblo antes de desayunar. Era como caminar por una ciudad fantasma. La niebla desdibujaba las fachadas de los edificios. El lago se perdía difuminado en la distancia. No había nadie por las calles, ni casi un coche, nos cruzamos con enormes aves, en el paseo tropezamos con un cisne enroscado sobre sí mismo en el césped de un jardín junto al lago. Comprobamos que algunos establecimientos estaban comenzando a abrir sus puertas. El frío comenzaba a calar, y ni Miguel ni yo íbamos muy abrigados pero como estábamos en movimiento lo llevábamos bien. Dimos una vuelta completa al centro de la ciudad y regresamos al hotel.
Tras desayunar, dimos todos una vuelta rápida por el centro de nuevo, pero ya se había levantado la niebla matutina y el cielo fue abriéndose hasta dejar un día completamente despejado. Pepi hizo alguna compra, Miguel le echó un vistazo a unas albóndigas que vio por el camino. Regresamos al hotel, cogimos nuestro equipaje y nos fuimos rumbo al lugar de la celebración, el Kasteel De Hooge Vuursche.
Imaginen un castillo como de postal de cuentos de hadas, al cual, miraras por donde miraras encontrabas una perspectiva preciosa, la arquitectura con muy buen gusto era un equilibrio entre simetrías y bellos detalles ornamentales. Un lugar verdaderamente bello. Mientras las mujeres comenzaba a engalanarse para la fiesta, nosotros aún tuvimos tiempo para dar un paseo por los exteriores, lo rodeamos entero y tomarnos un café en la terraza de la cafetería.
De la ceremonia entendimos poco de lo que se decía, algunas palabras sueltas que el director de ceremonias tuvo la atención de hacer en inglés e incluso en castellano, pero no hacía falta, bastaba con ver la cara de los intervinientes para hacerse una idea de lo que estaba ocurriendo. Todos derrochaban emoción. Fue una celebración muy emotiva a la par que divertida.
Todos lo pasamos genial. La comida estuvo estupenda. El sitio, ya lo he comentado, era bello por los cuatro costados y disfrutamos de la celebración hasta el final de la noche. Esa noche el descanso fue más que merecido.
A la mañana siguiente el sol seguía presidiendo el cielo con su orgullosa calidez, y más teniendo en cuenta que estábamos en octubre. Disfrutamos del servicio de un desayuno surtido y abundante en unas salas preparadas para tal en el castillo y nos preparamos para comenzar un día de turismo.
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