No habíamos puesto un pie en el suelo firme, después de aterrizar en el aeropuerto de Málaga y teníamos muchas actividades por hacer. Lo primero era recoger el coche, regresar a casa, deshacer las maletas, lavar la ropa y colocarnos la camiseta del Málaga CF porque Miguel y yo teníamos partido en La Rosaleda. Al final fue un partido emocionante con empate final contra un Zaragoza que era, en principio, uno de los aspirantes al ascenso.
Dicen que la juventud no es tanto un tiempo de la vida, sino un estado del espíritu. Y cuando estás delante de niños de treces años, que es lo que cumplía Miguel, comprendes que la despreocupación de todo lo que no es el ahora, de todo lo que pase más allá del momento, de vivir el presente, les importa poco, o al menos, esa sensación me daba a mí. La juventud no es otra cosa, aparte de no sufrir dolores de espalda, que vivir con todos los sentidos puestos en el presente, en el instante.
¿Siento envidia? Pues sí, pero al mismo tiempo siento alegría. A uno le gusta de comprobar que sus hijos disfrutan de una juventud plena. Ellos tienen un futuro lleno de esperanza, yo tengo un pasado lleno de recuerdos. Todo tiene su parte bella.
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