viernes, 21 de diciembre de 2018

Jane Eyre. Novela y Teatro

Siempre que tenemos ocasión a Pepi y a mí nos gusta hacer una pequeña escapada juntos e ir a disfrutar de una obra de teatro, por eso estamos siempre atentos a las temporadas de los teatros cercanos, especialmente las del Teatro Cervantes, que es probablemente el teatro con más solera de la provincia de Málaga.

Esta temporada la obra que se ajustaba mejor a nuestro gusto y al calendario era una adaptación de la obra de Charlotte Brönte, Jane Eyre. Hacía tiempo que Pepi tenía ganas de ir a ver una obra clásica y a mí siempre me han atraído los clásicos, por eso en mi visita a la capital el septiembre pasado, me acerqué por la librería Méndez en plena Calle Mayor y allí me compré la edición de bolsillo en la editorial Peguin de Jane Eyre. Mi intención era leerme la novela antes de ir al teatro.

Comencé a leer la novela, pero mi propósito de acabarla antes de la fecha de la obra de teatro fue cambiando. Decidí que lo mejor era no terminarla, que era probar una nueva forma para mí de acudir a una representación teatral. Comencé a leerla, sí, avancé por sus capítulos pero dejé de leer justo antes del final, quedando solamente un par de capítulos. El objeto era poder mantener la sorpresa del final pero al mismo tiempo poder seguir la representación con el conocimiento de haber leído la novela, o casi.Y lo cierto es que me agradó el resultado.  Fui comprobando los enormes saltos de capítulos que se daban en la obra. ¡Qué complicado debe ser cortar o eliminar capítulos y mantener lo esencial del núcleo! ¡Ir limpiado y desnudando un texto de lo superfluo e innecesario! Evidentemente en los días siguientes de la representación acabé de leer la novela.

Un libro, salvo raras excepciones, siempre alcanza algo más allá de lo que lo hace una adaptación a teatro, por razones obvias.  A una novela, y más a una extensa, lo normal es dedicarle más horas que a una obra de teatro. El autor nos ha tenido a su disposición más horas, y ha podido mostrarnos más matices, descripciones e incluso ha podido ir y venir, pasear, dar un rodeo o situarse de espaldas a lo que pretenda mostrar. Puede jugar con el lector, llevarle de la mano, incluso mecerlo. Es otro concepto.

La obra teatral me gustó mucho. Dos horas sin intermedio. Ariadna Gil se encargó del complicado papel de Jane Eyre, y bueno, no era lo que me esperaba. En cambio me encantó el papel de Abel Folk. La música fue interpretada en directo por un piano y un violonchelo. ¡Qué fuerza tiene la música en directo! Al finalizar estuve un buen rato aplaudiendo en pie desde mi butaca.

viernes, 14 de diciembre de 2018

The Kleejoss Band en el Louie Louie

Pocos días después de haber aterrizado, casi sin haber desecho aún las maletas, me esperaba un concierto en el Louie Louie y además uno del que llevaba bastante tiempo esperando. The Kleejoss Band es una banda de rock sin tonterías que vienen tocando juntos varios años ya desde tierras zaragozanas. Si no los conocen estoy seguro que deben estar cometiendo varios pecados de los gordos, casi mortales diría yo. Y no es sólo por sus discos de estudio, que son brutales, es que sus directos son una auténtica barbaridad.

En el Louie Louie dieron un conciertazo de los que quedarán en el recuerdo. Llevo ya unos cuantos conciertos encima y éste es uno de esos que merecen el precio de la entrada casi cuando no han llegado ni a la mitad del concierto.

Fuimos al Louie Louie mi vecino, mi cuñado y yo como vamos muchas veces, a ver un concierto de rock, compartir unas cervezas con unos amigos y a pasarlo bien, la música en directo me produce un efecto comparable con pocas cosas. Apenas comenzó el concierto ya todos sabíamos que íbamos a disfrutar de lo lindo.

Me gustaría señalar que el Louie Louie está a una hora en coche desde casa. Una hora para llegar y una hora para regresar. A eso hay que sumar que hay poca puntualidad y que la mayoría de las veces que vamos nos toca cenar fuera. Quiero señalar también con esto que no es una cosa para hacer a diario, y que tengo que elegir bien las escapadas que hago, y las veces que dejo a mi mujer en casa con los niños para irme a un concierto. En esta ocasión no tenía duda ninguna. Y acerté.

Han ganado un fan conmigo, y desde ya estoy atento a sus conciertos y deseando que vengan de nuevo y a ser posible pronto. Y según nos dijeron con disco bajo el brazo.


lunes, 10 de diciembre de 2018

Dublín. Día 3

Nuestro tercer y último día en Dublín también comenzó temprano, aunque no tanto como lo hicimos el día anterior. El cielo estaba completamente despejado y había una temperatura estupenda para descubrir la ciudad. Antes repetimos el desayuno irlandés contundente y seguidamente nos acercarnos al centro en autobús, pero en esta ocasión bajamos en una parada en O'Connor, cerca de The Spire. La idea era visitar St Mary's Pro Cathedral y justo después The Clock Tower.

Primero visitamos la procatedral que en varios sitios que había consultado por Internet recomendaban su visita y la verdad es que fue un acierto. Es un templo que está inspirado en la arquitectura griega a la par de la romana, y mantiene perfectamente incorporados ambos estilos. Me agradó la visita y a los niños les gustó verla desde el interior. No parecía tan grandiosa desde fuera, decían. Todo muy armonioso y equilibrado. Sencillamente bella.

Justo en frente de la fachada principal de St Mary's, cruzando una calle, está La Torre del Reloj, pero a medio camino, en una amplia zona ajardinada, hay una escultura de una mano enorme, titulada The Wishing Hand. A los niños les gustó mucho la escultura y quisieron posar para unas fotos, a mí, en cambio, me atraía más la que hay de James Joyce justo girando dos calles más allá, en una perpendicular a O'Connell. ¡Algún día tendré que leer Ulises!

Continuamos nuestro paseo de descubrimiento por Henry St, donde había una especie de mercadillo navideño. Es una calle muy comercial y nos encontramos con muchas zapaterías. Continuamos hasta The Church Café, que es una iglesia que hoy día es un café-bar. Esta zona estaba llena de comercios de todo tipo, no sólo dedicados al turismo. Precisamente allí, en una especie de franquicia de artículos de regalos, Carrolls Irish Gifts, compramos unos cuantos recuerdos para llevar a casa. Finalmente cruzamos el río Liffey por Millennium Bridge pues la idea era acercarnos a The Temple Bar y tomar algo, para poder visitarlo por el interior. Yo me tomé un pequeño whiskey de malta de 12 años elaborado por ellos, solo, sin hielo. Muy dulzón.

El local es más espacioso de lo que parece desde el exterior, e incluso tiene un patio interior calefactado donde se puede fumar sin salir del local. Supongo que será algo muy socorrido para los fumadores en días de lluvia o mucho frío, es decir, casi siempre menos en verano. En cada mesa había una caja de cerillas y de música de fondo estaba sonando Van Morrison. Como era diciembre el local estaba decorado con adornos navideños y esto le proporcionaba al conjunto un ambiente más acogedor si cabe. Miguelito se fue muy contento porque precisamente allí, en Temple Bar aprendió a encender cerillas por primera vez en su vida en el rato que estuvimos allí.

Todo el barrio está decorado con muy buen gusto. Las calles adoquinadas, los interiores forrados de madera, los barriles, la decoración navideña, todo ayuda a producir  un clima acogedor y hogareño. Dan ganas de sentarse en una de sus mesas, pedir una pinta de Guinness y dejar pasar el día mientras se charla con música de fondo.

Recorrimos todo el barrio, con tranquilidad, disfrutando del paseo hasta llegar a Merrion Square y acercarnos a la vivienda en la que vivió muchos años Oscar Wilde, y también a la famosa escultura con la figura del escritor que hay ubicada en la esquina a la entrada del parque. 

Desde el parque de Merrion Square fuimos paseando hacia St. Stephen's Green. Accedimos a la altura del prestigioso hotel The Shelbourne. Habíamos postergado nuestra visita a St Stephen's Green tras consultar las predicciones meteorológicas e hicimos bien, porque esa mañana era una delicia pasear por el parque. Hay un gran lago, con su puente de piedra, patos y aves acuáticas y sobre todo grandes árboles. Me encantaría tener conocimientos en botánica y saber reconocer los distintos árboles, sus hojas, sus orígenes y características principales.

No muy lejos de allí estaba la casa, hoy residencia privada, donde vivió Bram Stoker, uno de los más afamados escritores del mundo, autor de Drácula, además de amigo personal de Oscar Wilde. Nos acercamos a verla y contemplamos que sólo quedaba una gastada placa que señalaba el lugar.

Teníamos reservada una visita guiada en Kilmainhan Gaol, que es una cárcel situada al oeste de Dublín, famosa por haber jugado un importante papel en la historia de Irlanda. Como íbamos justos de tiempo nos acercamos en taxi. La visita fue en inglés (o debería decir irlandés), y para los niños fue algo complicado porque no entendían las explicaciones pero como el lugar era un tanto peculiar, lo sobrellevaron bastante bien.

Preguntamos al guía por un sitio cercano donde almorzar comida local de buena calidad y de buen precio y nos recomendó uno que estaba allí cerca, el Patriot's Inn, donde tomé un fish & chips estupendo. Aquí cayó la última pinta de cerveza del viaje. El viaje llegaba a su irremediable final. Transporte público hasta el hotel, recogida de equipaje, y en taxi al aeropuerto. Un viaje inolvidable por los cuatro.

domingo, 9 de diciembre de 2018

Dublín. Día 2

Me asomé por la amplia ventana de la habitación del hotel y todavía era noche cerrada. Llevaba con los ojos abiertos como platos más de una hora y aún quedaba otra hora larga antes de que sonara el despertador. En los viajes suelo despertarme pronto. Soy así. Supongo que son mis nerviosas ansias por descubrir ciudades y por aprovechar el tiempo.

Desayunamos el típico british breakfast en el hotel, abundante y reconfortante. De nuevo el autobús nos llevó al centro pero bajamos unas paradas antes porque quisimos comenzar nuestra visita desde otro sitio punto distinto de la ciudad.

Nuestra primera visita prevista era la iglesia de St. Joseph's. Llegamos pronto pero ya estaba abierta, junto a su jardín estaban preparando una especie de rastro benéfico, pero pudimos acceder sin ningún problema. Su exterior es imponente, piedra granítica de gris plomizo, a un costado de la fachada sobresale un robusto torreón que sirve de campanario. Ángulos rectos, esquinas engrosadas por pilastrones y cubiertas vertiginosas de pizarra a dos aguas. Templos religiosos casi como fortalezas de reyes. El interior es coqueto y acogedor con una envolvente luminosidad vidriada.

A pocos pasos de St. Joseph's Church está Blessington Park, pero como aún era temprano estaba cerrado.  Desde el exterior de la verja pudimos ver The Lodge, que es pequeña cabaña que hacía las veces de vivienda para el encargado de la antigua dársena que existía en ese lugar. Blessington Street es una calle típicamente irlandesa, con las fachadas de ladrillo visto, con amplias ventanas de palillería correderas en vertical con puertas de entradas de colores adornadas de dos pilares a sus lados y un arco de medio punto sobre ellas. La imagen que todos tenemos grabada en nuestra memoria visual de una típica vivienda irlandesa.

No muy lejos de allí está la hermosa Abadía Presbiteriana, que precisamente estaban restaurando la aguja de la torre del reloj. Junto a la Abadía, adosada a su izquierda, está el Museo de escritores dublineses. Todo permanecía aún cerrado. Cruzando la calle está el Parque conmemorativo a las personas que perdieron su vida en la causa Irlandesa, Garden of Remembrance.  Rodeamos el parque y en una corta y silenciosa caminata llegamos hasta la entrada del James Joyce Centre, un museo para promover la comprensión de la vida y la obra del famoso novelista irlandés. También permanecía aún cerrado. Pero no nos importó porque tampoco era nuestra intención visitarla. Aparte de no disponer de mucho tiempo, a los niños no creíamos que les iba a gustar, aunque tal vez sí, porque la visita se realiza en el interior de una antigua casa de estilo georgiano del siglo XVIII. 

Giramos en la esquina del Teatro Nacional, en el que por lo visto había una exposición de dinosaurios. Por detrás y al fondo se atisbaba el hospital Rotunda, donde nació Bono, cantante de U2. Bajamos por O'Connell Street, una de las calles más famosas de Dublín, hasta llegar a The Spire, considerado el monumento más alto del mundo con sus 120 metros de altura. Tendrán que estirar el cuello si lo quieren ver completo. Oficialmente es el Monumento a la Luz, pero todo el mundo lo conoce como The Spire (La Aguja).

Bajamos O'Connell hasta cruzarnos con el río Liffey, giramos por Bachelor's Walk, para caminar junto al río para cruzarlo por Ha'penny Bridge, donde inevitablemente nos hicimos unas fotos, al igual que en el pasadizo del Merchant's Arch, en el que imitamos una vieja foto que se hicieron U2 en sus comienzos. Fue gracioso. Nos acercamos a The Temple Bar, para contemplarlo a luz del día. Aún era pronto para tomarse una pinta, y además ya empezábamos a tener prisa porque habíamos quedado para realizar una visita guiada a pie desde la plaza junto al City Hall.

Llegamos con tiempo para identificarnos y comenzar la visita. Iniciamos nuestro paseo guiado por el centro de Dublín desde el Castillo, y allí, en mitad de la gran plaza, nuestro guía nos resumió en pocos minutos la historia más relevante de Irlanda y especialmente la de Dublín. Lo hizo de una manera amena y divertida, y creo que hasta los niños se enteraron bien. Visitamos el jardín que hace años era una laguna negra y que dio nombre a la ciudad. Admiramos el torreón medieval y nos explicó parte de su tremenda historia.

Rodeamos el castillo hasta pasar junto a la coloridas fachadas que dan al sur. El guía preguntó si alguno de nosotros había estado alguna vez en el Palacio da Pena, en Sintra. Los niños levantaron la mano orgullosos de conocer el sitio que se les mencionaba. Lo cierto es que hay cierto parecido y el guía nos explicó que no era simple casualidad, sino que el arquitecto había sido el mismo y gustaba de dejar su colorido sello, aunque este es un punto que aún no he podido confirmar.

Giramos bajo un puente por un camino peatonal, en cuya entrada había una placa en honor a Jonathan Swift señalando que una vivienda cercana, ya derruida, nació el gran escritor irlandés. Al final del camino, subiendo tramos de escaleras, y girando a la izquierda llegas a Christ Church, y en frente  Dublinia, con su curiosa unión, en forma de puente cubierto sobre la carretera. El conjunto es formidable.

A un lado de Christ Church hay unas marcas de dibujo sobre el piso de lo que fue una construcción vikinga. Los restos se encontraron en unas obras, se depositaron en otro lugar, y han querido dejar, para hacernos una idea, de lo que era un asentamiento vikingo. Curioso.

El guía por petición popular decidió que era el momento de hacer una parada de necesidad y nos llevó a un lugar no muy lejos de allí, en Temple Bar donde a un lado de la acera había un Gastrocafé,  donde al parecer servían buen café y buen té, y al otro lado un Pub, Badbobs, donde servían estupenda cerveza. Doy fe.

Continuamos nuestro redescubrir de Temple Bar camino de St. Andrew's Church, junto a la que está una de las más famosas esculturas de Dublín, si no la que más: Molly Malone. Nuestro guía nos contó varias de las leyendas que existen alrededor de la figura de tan afamado personaje y así dio por finalizada su visita, no sin antes ofrecernos varias recomendaciones de lugares "auténticos" para almorzar, pero aunque eran las tres de la tarde, aún no teníamos apetito y decidimos visitar la Catedral de San Patricio antes de que cerrase.

En un agradable pase de un cuarto de hora nos plantamos en el parque que hay localizado junto a Saint Patrick's Cathedral, en el que habían instalado una especie de pequeña exposición infantil alrededor del cuento de Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver.

Hay mil leyendas alrededor de la creación de la catedral, y de su origen y de cómo San Patricio en un pozo que había situado allí mismo bautizaba a los paganos para convertirlos en cristianos. La historia como ocurre tantas veces está entre las tinieblas de la realidad, pero lo que sí parece cierto es que la actual catedral terminó su construcción en 1270. Ha llovido. Y más allí en Dublín.

La Catedral de San Patricio es bonita, distinta a lo que estamos acostumbrados. Para empezar a mí me llamó la atención el suelo, que es de coloridos mosaicos con decoraciones de símbolos celtas en muchos casos.

Una de las primeras cosas que te aprendes de la Catedral de Dublín es que existe una larga tradición musical en ella y que fue allí donde se presentó el Mesías de Handel por primera vez. El coro de la catedral es famoso y aún sigue cantando misa diaria. Cuando nosotros accedimos a la catedral estaban ensayando. También contemplamos el busto y el epitafio de Jonathan Swift que está enterrado allí. En el reducido cementerio que hay junto a los muros de la catedral se pueden ver lápidas con cruces celtas descubiertas en el siglo XIX.

Decidimos ir a uno de los pubs que el guía nos había recomendado, O'Neills, que estaba en la acera de en frente de la escultura de Molly Malone. Dimos un pequeño rodeo para llegar pues no queríamos volver por las calles que habíamos recorrido antes, la idea era ver cosas distintas-

O'Neills fue un acierto. Mucha variedad, buena cantidad y un precio adecuado. Era un self service, te ponías en cola, decías lo que querías, pagabas, esperaban que te lo diesen y te lo llevabas a tu mesa. Por suerte encontramos una mesa en una pequeña esquina con un ventanal que nos gustó mucho. Estaba abarrotado  y habían algún salón con grandes pantallas y aficionados viendo un partido de fútbol. Un local muy animado.

Una vez que habíamos repuesto energías con un merecido avituallamiento y descanso fuimos al National Museum of Ireland. Uno de mis objetivos principales de nuestra visita a Dublín. Como siempre me pasa necesitaría mucho más tiempo del que estuve, pero si algo es limitado e inescrutable en esta vida eso es el tiempo, y más si cabe en un viaje. Vimos obras maravillosas, el edificio es magnífico y la presentación de las obras me pareció estupenda. Un lugar para pasar días. Vimos obras de Signac, Monet, John Singer Sargent, Meissonier, Gainsborough,Tintoretto, Canaletto... y una obra que yo llevaba tiempo deseando contemplar, El prendimiento de Cristo de Caravaggio.  Una joya. Desafortunadamente no pudimos disfrutar de la obra de Velázquez, La cena de Emaús, porque estaba de préstamo. Una pena, pero en cambio sí pudimos disfrutar de estupendas obras de Goya o de una de las obras destacadas de la historia de Irlanda, Los esponsales de Strongbow de Maclise. La gran sala es simplemente fascinante.

Salimos del museo y fuimos a tomar un café, la noche era cerrada y el cielo plomizo parecía que en cualquier momento iba a descargar una tormenta sobre nosotros, pero no sucedió, por suerte para nosotros.

Ya iba siendo hora de ir retirándose al hotel pero aún tuvimos tiempo para acercarnos a Grafton Street, ver la placa que hay de Ulysses, pasar por delante de Lillie's, un famoso local nocturno dublinés, o escuchar un par de canciones de los músicos callejeros. Cogimos el autobús que nos llevó al hotel. Ya iba tocando descansar después de un día tan largo y así reponer energías para el día siguiente.


viernes, 7 de diciembre de 2018

Dublín. Día 1

Dublín era una de las capitales de Europa que aún nos faltaba por conocer, y no por falta de ganas. Todo lo contrario, pero por una razón u otra nuestra anhelada visita siempre se iba complicando. Por fin, tras mucho googlear, encontramos una combinación de vuelos y precios que se ajustaba a lo que estábamos buscando. Los vuelos eran directos y los horarios nos permitían aprovechar nuestra estancia. Los niños tenían muchas ganas de viajar y nosotros aún más.

El vuelo de salida del aeropuerto de Málaga se retrasó poco más de una hora por un inconveniente técnico en el avión. Todo sea por la seguridad. Finalmente aterrizamos en Dublín alrededor de las 13:00. El cielo estaba completamente encapotado por una densa nube grisácea y una finísima llovizna emborronaba el horizonte, y humedecía la pista de aterrizaje. Desde el aeropuerto fuimos directos al hotel en taxi. Nuestro hotel  estaba en North Wood, a medio camino entre el aeropuerto y el centro de Dublín

Dejamos el equipaje en la habitación y comenzamos nuestro primer contacto con Dublín. Tomamos el autobús en una parada a escasos metros del hotel, tal y como nos informaron en recepción, y nos dirigimos hacia la avenida College Green, en pleno corazón del centro de Dublín, donde al fondo está la elegante universidad del Trinity College, fundada en 1592 por la Reina Isabel I.

Accedimos al College por el arco principal hacia los jardines centrales, a la izquierda está la capilla de la universidad, que tenía más aspecto de edificio gubernamental que eclesiástico, a la derecha un edificio de apariencia exterior casi idéntico. El interior no lo pudimos ver porque se encontraba cerrado.

Una llovizna finísima e intermitente caía sobre nosotros, pero aún así no impidió que hiciéramos las inevitables fotografías. La arquitectura del Trinity College es singular. Las dimensiones en planta vienen a ser simétricas, en cambio, los edificios no lo son. Digamos que es una simetría planteada, o buscada, pero sin terminar de alcanzar. En un lado están las aulas y en otra la residencia.

Hacia la derecha del jardín central, por la parte de atrás del edificio, se encuentra la Biblioteca del Trinity College. Impresionante. Tuvimos que hacer una pequeña cola de una media hora. El ticket es válido tanto para acceder a la Biblioteca como a un exposición del Libro de Kells, en la que no estaba el Libro de Kells, pues en esos días se estaba restaurando y no lo pudimos admirar. Al menos nos hicieron un descuento en el precio habitual de la entrada y sí pudimos disfrutar de la exposición. Fue un fastidio, aunque lo que realmente buscábamos contemplar era la Biblioteca, que es una de las atracciones más visitada de toda Irlanda, y no me extraña. La recomiendo.

En uno de las plazas del Trinity nos encontramos con una escultura, Esfera dentro de una esfera. Me llamó la atención porque recordaba haber visto una escultura similar en Roma, en los Museos Vaticanos. Comprobé por Internet que sí, que son dos obras de la misma serie del mismo autor, Arnaldo Pomodoro. Me alegró haberlas relacionado.

En uno de los parques de la universidad, el más extenso, de un césped de verde tan intenso que parecía falso, se estaba disputando un partido de fútbol. A Miguelito le hacía ilusión ver un poco el partido y estuvimos viéndolo unos minutos. El sol parecía asomarse tímidamente y queríamos aprovechar para seguir descubriendo rincones de tan animada ciudad.

Bajamos por Grafton Street, hasta el cruce con St Anne Street, donde le teníamos reservada una sorpresa a Sofía. Allí se encuentra una de las mejores tiendas de quesos de Dublín, si no la mejor: Sheridans Cheesemongers. Una tienda para los muy roedores. La idea era probar quesos, llevarnos algunos para tomar como aperitivo antes de nuestro almuerzo, pues ya pellizcaban las tripas.

Antes de nada, casi lo primero y obligatorio que hay que hacer en Dublin es tomarse una cerveza, pero no vale una cerveza cualquiera, tiene que ser una Guinness y además ha de ser bien tirada, y uno de los pubs que tiene el orgullo de ser uno de los mejores tirando Guinness es McDaids, que lleva sirviendo pintas de Guinness desde 1779. En apenas 100 metros están situados Sheridans, McDaids y a medio camino de una y otra está Bunsen, una hamburguesería donde la comida es simple, pero buena. La carta es tan sencilla que cabe en una tarjeta de visita. Hay dos menús: la hamburguesa y la hamburguesa con queso, simple o doble. Patatas fritas o batatas fritas. Riquísimas. De beber me pedí una Bunsen Lager, una cerveza muy suave que elaboran ellos mismos. 

Habíamos terminado de almorzar algo más tarde de lo habitual y no debíamos entretenernos más si queríamos disfrutar de las tiendas abiertas por el centro con tiempo suficiente. En Dublín la mayoría de las tiendas cierran en diciembre como mucho a las 19:00, y les aseguro que hay muchas más que cierran antes de esa hora.  A los niños les encantó entrar en la tienda de Disney y hacer un poco el ganso. Yo entré en lo que es un clásico en Dublín, una Whiskey Shop, L. Mulligan. Daban ganas de sentarse a leer  con un whiskey en una mano y un buen libro en la otra. Lástima que no disponía de tiempo, pero por mí, bien que me hubiera echado el día allí encerrado tranquilamente.

Continuamos hasta el centro comercial de Stephen's Green, que está justo al final de Grafton Street. Es un edificio magnífico. Con la cubierta de grandes y amplias cristaleras para intentar aprovechar la poca luz que las espesas nubes del cielo dublinés dejan escapar. Merece la pena asomarse para verlo.  Continuamos bajando por Dawson Street, hacia la zona de Temple Bar porque teníamos intención -especialmente Pepi y Sofía- de visitar Queen of Tarts. Habíamos visto un documental en el que recomendaban probar la tarta de queso y así hicimos. Me gustaría destacar que esta merienda la pagó Miguel, que se trajo sus ahorros y quiso invitarnos él por su cuenta. ¡Qué generoso es a veces!

Ahí dimos prácticamente por finalizado el día, que había sido largo e intenso, aunque todavía nos quedaron ganas de pasear por las calles de Temple Bar, de hacer selfies por doquier, y bueno, dejarnos llevar un poco por el atractivo de la esquina siguiente. Así fuimos casi sin darnos cuenta acercándonos a College Green, que es desde donde cogimos el autobús que nos llevaría hasta pocos metros de nuestro hotel, que dicho sea de paso era apropiadamente acogedor. No faltaba un detalle ni en la habitación ni en las zonas comunes del hotel. Si vuelvo a Dublín me encantaría repetir en el Hotel Dublin Skylon. Muy recomendable.