viernes, 7 de diciembre de 2018

Dublín. Día 1

Dublín era una de las capitales de Europa que aún nos faltaba por conocer, y no por falta de ganas. Todo lo contrario, pero por una razón u otra nuestra anhelada visita siempre se iba complicando. Por fin, tras mucho googlear, encontramos una combinación de vuelos y precios que se ajustaba a lo que estábamos buscando. Los vuelos eran directos y los horarios nos permitían aprovechar nuestra estancia. Los niños tenían muchas ganas de viajar y nosotros aún más.

El vuelo de salida del aeropuerto de Málaga se retrasó poco más de una hora por un inconveniente técnico en el avión. Todo sea por la seguridad. Finalmente aterrizamos en Dublín alrededor de las 13:00. El cielo estaba completamente encapotado por una densa nube grisácea y una finísima llovizna emborronaba el horizonte, y humedecía la pista de aterrizaje. Desde el aeropuerto fuimos directos al hotel en taxi. Nuestro hotel  estaba en North Wood, a medio camino entre el aeropuerto y el centro de Dublín

Dejamos el equipaje en la habitación y comenzamos nuestro primer contacto con Dublín. Tomamos el autobús en una parada a escasos metros del hotel, tal y como nos informaron en recepción, y nos dirigimos hacia la avenida College Green, en pleno corazón del centro de Dublín, donde al fondo está la elegante universidad del Trinity College, fundada en 1592 por la Reina Isabel I.

Accedimos al College por el arco principal hacia los jardines centrales, a la izquierda está la capilla de la universidad, que tenía más aspecto de edificio gubernamental que eclesiástico, a la derecha un edificio de apariencia exterior casi idéntico. El interior no lo pudimos ver porque se encontraba cerrado.

Una llovizna finísima e intermitente caía sobre nosotros, pero aún así no impidió que hiciéramos las inevitables fotografías. La arquitectura del Trinity College es singular. Las dimensiones en planta vienen a ser simétricas, en cambio, los edificios no lo son. Digamos que es una simetría planteada, o buscada, pero sin terminar de alcanzar. En un lado están las aulas y en otra la residencia.

Hacia la derecha del jardín central, por la parte de atrás del edificio, se encuentra la Biblioteca del Trinity College. Impresionante. Tuvimos que hacer una pequeña cola de una media hora. El ticket es válido tanto para acceder a la Biblioteca como a un exposición del Libro de Kells, en la que no estaba el Libro de Kells, pues en esos días se estaba restaurando y no lo pudimos admirar. Al menos nos hicieron un descuento en el precio habitual de la entrada y sí pudimos disfrutar de la exposición. Fue un fastidio, aunque lo que realmente buscábamos contemplar era la Biblioteca, que es una de las atracciones más visitada de toda Irlanda, y no me extraña. La recomiendo.

En uno de las plazas del Trinity nos encontramos con una escultura, Esfera dentro de una esfera. Me llamó la atención porque recordaba haber visto una escultura similar en Roma, en los Museos Vaticanos. Comprobé por Internet que sí, que son dos obras de la misma serie del mismo autor, Arnaldo Pomodoro. Me alegró haberlas relacionado.

En uno de los parques de la universidad, el más extenso, de un césped de verde tan intenso que parecía falso, se estaba disputando un partido de fútbol. A Miguelito le hacía ilusión ver un poco el partido y estuvimos viéndolo unos minutos. El sol parecía asomarse tímidamente y queríamos aprovechar para seguir descubriendo rincones de tan animada ciudad.

Bajamos por Grafton Street, hasta el cruce con St Anne Street, donde le teníamos reservada una sorpresa a Sofía. Allí se encuentra una de las mejores tiendas de quesos de Dublín, si no la mejor: Sheridans Cheesemongers. Una tienda para los muy roedores. La idea era probar quesos, llevarnos algunos para tomar como aperitivo antes de nuestro almuerzo, pues ya pellizcaban las tripas.

Antes de nada, casi lo primero y obligatorio que hay que hacer en Dublin es tomarse una cerveza, pero no vale una cerveza cualquiera, tiene que ser una Guinness y además ha de ser bien tirada, y uno de los pubs que tiene el orgullo de ser uno de los mejores tirando Guinness es McDaids, que lleva sirviendo pintas de Guinness desde 1779. En apenas 100 metros están situados Sheridans, McDaids y a medio camino de una y otra está Bunsen, una hamburguesería donde la comida es simple, pero buena. La carta es tan sencilla que cabe en una tarjeta de visita. Hay dos menús: la hamburguesa y la hamburguesa con queso, simple o doble. Patatas fritas o batatas fritas. Riquísimas. De beber me pedí una Bunsen Lager, una cerveza muy suave que elaboran ellos mismos. 

Habíamos terminado de almorzar algo más tarde de lo habitual y no debíamos entretenernos más si queríamos disfrutar de las tiendas abiertas por el centro con tiempo suficiente. En Dublín la mayoría de las tiendas cierran en diciembre como mucho a las 19:00, y les aseguro que hay muchas más que cierran antes de esa hora.  A los niños les encantó entrar en la tienda de Disney y hacer un poco el ganso. Yo entré en lo que es un clásico en Dublín, una Whiskey Shop, L. Mulligan. Daban ganas de sentarse a leer  con un whiskey en una mano y un buen libro en la otra. Lástima que no disponía de tiempo, pero por mí, bien que me hubiera echado el día allí encerrado tranquilamente.

Continuamos hasta el centro comercial de Stephen's Green, que está justo al final de Grafton Street. Es un edificio magnífico. Con la cubierta de grandes y amplias cristaleras para intentar aprovechar la poca luz que las espesas nubes del cielo dublinés dejan escapar. Merece la pena asomarse para verlo.  Continuamos bajando por Dawson Street, hacia la zona de Temple Bar porque teníamos intención -especialmente Pepi y Sofía- de visitar Queen of Tarts. Habíamos visto un documental en el que recomendaban probar la tarta de queso y así hicimos. Me gustaría destacar que esta merienda la pagó Miguel, que se trajo sus ahorros y quiso invitarnos él por su cuenta. ¡Qué generoso es a veces!

Ahí dimos prácticamente por finalizado el día, que había sido largo e intenso, aunque todavía nos quedaron ganas de pasear por las calles de Temple Bar, de hacer selfies por doquier, y bueno, dejarnos llevar un poco por el atractivo de la esquina siguiente. Así fuimos casi sin darnos cuenta acercándonos a College Green, que es desde donde cogimos el autobús que nos llevaría hasta pocos metros de nuestro hotel, que dicho sea de paso era apropiadamente acogedor. No faltaba un detalle ni en la habitación ni en las zonas comunes del hotel. Si vuelvo a Dublín me encantaría repetir en el Hotel Dublin Skylon. Muy recomendable.

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