miércoles, 31 de agosto de 2011

El palmero

He visto este vídeo y me he quedado flipado en colores. Será un friqui, será un típico americano borrachín con sangre andaluza por sus venas sin saberlo, o será palmillero de un grupo flamenco desde hace 10 años dando giras alrededor del mundo o lo que quiera que sea, pero por Dios, que este tío tiene un don.

Impresionante... ha cambiado el sentido de tocar las palmas para mí. De por vida.



¡¡¡721 palmas en un minuto!!!

martes, 30 de agosto de 2011

Frutilla

Hay anuncios con los que no puedo evitar echarme unas carcajadas, e inmediatamente después me entran unas inmensas ganas de compartirlos con ustedes. Aquí les pongo uno que seguro que les hace reír, o al menos, eso me ocurrió a mí.



Me parece increíble que el vídeo tenga más de diecinueve millones de visitas de reproducciones y yo no lo hubiese visto antes. Ya me dirán ustedes.

domingo, 28 de agosto de 2011

Último día en Bruselas

Para nuestro último día en Bruselas previmos permanecer en la ciudad, donde aún nos quedaban pendientes algunas visitas interesantes por realizar. La primera de ellas era conocer la casa museo de Erasmo de Rotterdam, situada en Anderlecht, el barrio más conocido de las afueras de Bruselas.

La entrada a la Casa Museo de Erasmo era conjunta con la visita a una antigua casa del coqueto Begijnhof de Anderlecht, situado muy cerca del museo, junto a la Eglise St Guidon. La visita a la casa beguina fue curiosa e interesante, donde nos mostraron, por encima, cómo se desarrollaba la vida de reflexión y austeridad de las mujeres dentro de la comunidad beguina. Seguidamente visitamos la Casa Museo de Erasmo, que personalmente me encantó. Pudimos ver varios originales de sus obras, o su supuesto escritorio de trabajo, así como disfrutar de un agradable paseo por su jardín, donde mantienen todavía un pequeño jardín botánico, al que Erasmo era bastante aficionado.

Sentados en uno de los bancos ubicados en el jardín, junto a un robusto árbol que ofrecía una buena sombra, llamamos a los chiquitines para saber de ellos. ¡Siempre es una alegría escucharlos hablar! Sobretodo después de saber que están tan bien cuidados y que, a diferencia de nosotros, apenas nos echan de menos.

Directamente desde Anderlecht, cogimos el metro que nos llevó al Parque del Cinquentenario.

Desde el parque pudimos ver, desde lejos, el Arco del Cinquentenario. Junto al Parque está ubicado el famoso Barrio del Parlamento, con modernos edificios, como el de La Comisión Europea o el del Consejo de la Unión Europea o el mismo Parlamento Europeo. Junto a ellos está el Parc Léopold, un inmenso jardín alrededor de un precioso estanque, un lugar verdaderamente agradable para pasar reposadamente el día con la familia. Lo atravesamos hasta llegar al Place du Luxembourg desde donde cogimos un autobús que nos llevó a De Brouckère, desde donde fuimos caminando hacia el edificio art nouveau diseñado por Víctor Horta del Centro Belga del Cómic. Los belgas son reconocidos mundialmente por sus viñetas (Tintín, Los Pitufos, Astérix, Lucky Luque ...) y este museo es una buena muestra de ello. La visita nos dejó algo insatisfechos pues esperábamos algo más interesante, aunque es cierto que no soy un gran aficionado a los comics, aunque siempre me gustó Tintín.

Volvimos a De Brouckère y buscamos un sitio agradable donde poder almorzar algo, pues tanto paseo nos había abierto el apetito. No nos fue difícil y en pocos minutos me encontré de nuevo con una cerveza en la mano.

Terminamos de almorzar y nos pusimos "manos a la obra" y continuamos con nuestro itinerario preestablecido, de manera que nos montamos en el metro en De Brouckère cerca del Hotel Monopole y nos dirigimos hacia la estación de Louise, muy cerca del grandioso edifico del Palacio de la Justicia, hacia donde nos acercamos para tener una más completa impresión de su extraordinaria dimensión. Desde allí nos montamos en un tranvía que nos dejó a un pequeño paseo de la Casa Museo de Victor Horta.

El Musée Horta es un magnífico ejemplo del trabajo del que es considerado por muchos como el padre del art nouveau. La visita de la Casa de Victor Horta me recordó mucho a la visita que hicimos, hace algunos años, en Barcelona, a La Casa Batlló del español Antonio Gaudí. Una visita interesante, especialmente el trabajo como interiorista. Un trabajo exhaustivo hasta el mínimo detalle.

Volvimos sobre nuestros cansados pasos hacia el tranvía que nos llevó cerca de la Notre Dame du Sablon, una iglesia gótica con un púlpito impresionante y magníficas vidrieras que, sin embargo, después de ver tantos interiores bellos de iglesias no nos llamó tanto la atención como se le suponía. Justo en frente de la iglesia está la Place du Petit Sablon, un atractivo jardín con una fuente central en recuerdo a dos nobles que Felipe II mandó decapitar en La Grand Place cuando provocaron el levantamiento de los Países Bajos contra la Corona española, y es que ya se sabe que Felipe II era conocido como El prudente, y prudente le debió parecer el no permitir más sublevaciones y escarmentar a los herejes. Ya advertí antes que España mantenía bien a raya a todo aquel que se inmiscuyera en los intereses del Imperio.

Seguimos en nuestro recorrido, a partir de ahora, improvisado hacia Place du Grand Sablon, un escalón intermedio entre la zona alta y la zona baja de la ciudad. Afortunadamente nosotros nos dirigimos en ese sentido y todo resultó cuesta abajo. Aún así hicimos una paradita para refrescarnos y descansar los pies en una terraza bien situada con vistas a la Plaza.

Nuestro camino cuesta abajo nos fue llevando por preciosas calles secundarias donde, además, vimos curiosas fachadas decoradas con viñetas de comics. Así fuimos dejándonos llevar hasta pasar a saludar al Manneken Pis de camino a La Grand Place y todas las calles de los alrededores, visitando las tiendas de souvenirs, pensando en traer algunos regalos de recuerdo para nuestra vuelta a casa. En La Grand Place nos mantuvimos de nuevo un buen rato disfrutando de la maravillosa panorámica, y es que no se cansa uno de verla.

Subimos a la habitación del hotel para guardar algunos regalos que habíamos comprado, y preparar las maletas para nuestra marcha al día siguiente, porque nos teníamos que levantar bastante temprano para coger el tren que nos llevara al aeropuerto para volar hacia Málaga.

Pero aún teníamos algunas cosas pendientes y una vez que tuvimos todo muy bien dispuesto para no perder nada de tiempo a la mañana siguiente, bajamos a cenar algo a la misma plaza en frente de nuestro hotel, donde me tomé las dos últimas cervezas del viaje, acompañadas por un buen queso, unas aceitunas, y unas croquetas de gambas, típicas de la zona. De postre os podéis imaginar que subimos hasta la plaza del niño meón, donde hacían los mejores gofres que habíamos probado en Bruselas, y después mientras nos tomábamos los deliciosos gofres volvimos a paso lento hacia La Grand Place, donde literalmente nos tumbamos en el suelo para disfrutar, una vez más, del diario espectáculo de luces y sonido que tiene lugar en la histórica Plaza.

Así acabó nuestro viaje a Bélgica, del que mantendremos siempre un inolvidable recuerdo.

viernes, 26 de agosto de 2011

Malinas - Lovaina - Bruselas

Cerca de Bruselas hay dos pequeñas localidades famosas por su historia y por su belleza: Mechelen y Leuven, o en cristiano: Malinas y Lovaina.

El día amaneció más despejado que ninguno de los días que llevábamos en Bélgica, pero todavía muy lejos de ser lo que en el sur de España entendemos como un día soleado, aunque para nosotros fue como agua de mayo, especialmente para esta jornada en la que teníamos previstos muchos exteriores, además de más desplazamientos.

Llegamos a la estación de Malinas y nos dirigimos con paso firme directamente hacia la Grote Markt, una preciosa y amplia plaza con agradables bares y cafés. Justo al lado de la Plaza se encuentra la Catedral St Romboutskathedraal, que tardó más de 300 años en construirse, y posee el mejor carillón de Bélgica, que sólo suena los fines de semana y festivos, por lo que, como era festivo, tuvimos la fortuna de escuchar. Rodeamos completamente la Catedral antes de volver a la Plaza donde también está ubicado el Stadhuis, realizado claramente en dos estilos completamente distintos, con un bello patio interior, abierto al público. Después de hacernos unas fotos en la plaza decidimos tomar asiento en una de las múltiples terrazas de la plaza y tomarnos un café mientras llamábamos, como todos los días, para saber de los pequeñajos. Casualmente aquella mañana había una exposición de coches antiguos que devolvió a la plaza a otra época.

Nos levantamos de nuestros asientos en la terraza de la plaza rumbo al Palacio de Margarita de Austria, situado muy cerca de la Plaza, con un bonito jardín interior de estilo renacentista, donde Margarita vivió hasta su muerte. Margarita fue considerada en su época como una de las mujeres más inteligentes de la realeza europea, que tuvo bajo su tutela, en este Palacio, al futuro Emperador Carlos V, así como a sus hermanos. Además a Margarita se le reconoce que gobernó los Países Bajos durante ocho años con prudencia y sabiduría.

Regresamos a la Grote Markt para despedirnos de ella y continuamos hacia la estación de tren, pero lo hicimos por otro camino algo más largo, dando un rodeo, para poder disfrutar de las cuidadas fachadas que rodeaban el Korenmarkt y también, algo más alejado, del Brusselpoort, o Puerta de Bruselas, la única de las doce puertas medievales de la ciudad que aún sobrevive de cuando Malinas era una ciudad amurallada. Llegamos, por fin, a la estación de ferrocarril de Malinas con los pies algo más que fatigados y cogimos con dirección a Lovaina un tren que nos permitió descansar y estirar las piernas durante la media hora que duró el trayecto de una ciudad a otra.

Al llegar a Lovaina, en la misma estación de tren, justo en frente, había una muy animada plaza, con gran cantidad de locales con agradables terrazas, que incitaban a tomarse una cerveza, y además el tiempo acompañaba de lo lindo, pero, sin embargo, continuamos hacia la Biblioteca, que era el primer edificio interesante de camino a la Grote Markt. La Biblioteca es un edificio espectacular, totalmente reformado después de ser incendiado por los nazis. Delante de la Biblioteca hay una amplia plaza, Laudezeplein, la más grande de Lovaina, con una curiosa estatua de un bicho ensartado por una aguja de acero a 23 metros de altura.

La Grote Markt de Lovaina no tiene la grandeza de la de La Grand Place de Bruselas, ni tampoco es comparable con la de Amberes, o, ni siquiera, con la de Brujas, ya que no tiene ni la amplitud, ni gran cantidad de edificios acorde con la plaza, pero tiene un edificio, el del Stadhuis o Ayuntamiento, que es una verdadera obra de arte. No he visto nunca nada igual, podría decir que es el edificio más bello que jamás he visto, y difícilmente creo que haya otro que me parezca tan bonito. Ya sabía yo antes de llegar que me encantaría pues había visto fotos por Internet y en las guías, pero por más fotos que había visto no dejó de sorprenderme, es un edificio maravilloso. Puedo asegurar que las fotos no le hacen justicia.

En la Plaza, además del magnífico Ayuntamiento está la Sint Pieterskerk (Iglesia de San Pedro), que desde la plaza del Mercado tiene un perfil estupendo. Muy cerca de la Grote Markt está la Oude Markt, que es la Plaza antigua de Lovaina, y, en realidad, es una calle, sin salida, pues al final de ella, y, prácticamente en todo su alrededor, están los edificios de la Universidad, o vivienda de los profesores, decanos, rectores... y por supuesto de los estudiantes. Hoy día Lovaina es una gran ciudad universitaria, la más grande y más antigua de los Países Bajos. En esta Universidad enseñó Erasmo de Rotterdam, del cual hay una modesta estatua, con la que nos hicimos gustosamente unas fotos.

La Oude Markt está llena de bares y restaurantes, con buenos precios en sus cartas, buenas terrazas y muchísimas cervecerías, como toda buena ciudad universitaria requiere, así que aprovechamos el buen tiempo que disfrutábamos ese día para tomar asiento en una terraza y comer algo. ¡Qué rica estaba la cerveza que me tomé!

Seguimos hacia el otro extremo de la ciudad para visitar el Groot Begijnhof, famoso por tener canales que lo atraviesan, y porque uno de los pastores del Begijnhof fue consejero del joven Carlos V, y posteriormente llegó a ser el Papa Adriano VI. Mi mujer añadiría que también debería ser famoso por el alto número de tobillos destrozados que debe acumular al salir del lugar. El Groot Begijnhof de Lovaina es una ciudad dentro de la ciudad que ocupa tres hectáreas, con un laberinto de calles, canales, jardines y patios que hacen que pasear por ellos sea un verdadero placer, aunque si uno no se anda con cuidado y sobretodo con buena orientación puede perderse fácilmente. Así que para salir deshicimos todos nuestros pasos hasta llegar a la estación de tren donde nos despedimos de una de las ciudades con más encanto que conocí. Ojalá algún día pueda enseñársela a mis niños.

De vuelta a Bruselas fuimos a una pastelería situada en las Galerías St Hubert, a la que Pepi ya había echado el ojo en su primera visita, pues tenía una gran cantidad de tartas, y no sólo de gofres vive el hombre, por lo que antes de volver al hotel nos acercamos a probar un par de ellas, aunque yo me tomé un crêpe que, aunque estaba bueno, no era comparable a los deliciosos crepes que mi mujer me prepara.

No pasamos mucho tiempo en el hotel antes de volver a pisar las adoquinadas calles de Bruselas. Queríamos acercarnos a ver el Brussels Summer Festival, un festival de 10 días y varios escenarios repartidos en distintos sitios de la ciudad y que colocaba uno de sus escenarios, el más grande de todos, en la Place des Palais, un entorno magnífico para un concierto al aire libre. Esa noche, además, actuaba Jamie Cullum, del que recientemente vi un concierto en el Castillo de Fuengirola.

Después de disfrutar de la música de Cullum, bajamos de nuevo a la plaza situada delante nuestro hotel donde cenamos, en uno de los típicos locales bruselenses, unas frittes y una salchicha, siempre acompañadas de una cerveza, claro. Una cena rápida y económica.

Para rematar el día fuimos a tomarnos una cerveza a Delirium Café, una cervecería espectacular, de varias plantas, incluidos varios sótanos, en distintos locales, unidos unos con otros, donde tienen el honor de servir 2004 distintos tipos de cervezas. Han leído bien. 2004 distintos tipos de cervezas. ¡Increíble! Lo más parecido al Paraíso de los cerveceros. Pedí las dos cervezas de grifo más raras que vi y después de disfrutarlas volvimos algo contentillos hacia el hotel, pasando antes, claro está, por La Grand Place.

martes, 23 de agosto de 2011

Amberes y Bruselas

En nuestro cuarto día por Bélgica teníamos planeado visitar Amberes, la segunda ciudad más populosa del país, después de la capital. Amberes es conocida mundialmente por tener uno de los puertos comerciales más grandes de Europa, así como por su Universidad, por su fama en el tallado de diamantes pero, sobre todo, por ser la ciudad donde Petro Paulo Rubens desarrolló gran parte de su trabajo.

Lo primero que se visita al llegar a Amberes, si se tiene la suerte de viajar en tren, es su sensacional estación de ferrocarril, de estilo neoclásico. Una maravilla técnica y arquitectónica en la que cuatro distintos niveles de vías dan una idea clara de su magnitud. Una estación de primoroso diseño con una espectacular cúpula sobre una escalinata y un reloj que bien merecen detenerse a disfrutar en su contemplación.

Al salir de la estación volvimos a comprobar que la llovizna pertinaz nos alcanzó también en Amberes, pero que a pesar de su persistencia no consiguió resquebrajar nuestro entusiasta ánimo y continuamos con nuestra visita como la teníamos prevista.

Junto a la estación está situado el Zoológico, y justo en frente, dando un pequeño rodeo, se puede pasear por una calle llena de tiendas de diamantes, al llegar a una gran avenida peatonal, De Keyserlei, desde la cual, caminando un poco se puede ver el edificio de la Opera, continuamos calle abajo encontrándonos con unos grandes almacenes que estaban cerrados al ser domingo y muy cerca, girando a la izquierda, está la Rubenhuis (La Casa Museo de Rubens), que teníamos previsto visitar. La casa es muy amplia, más bien un palacete, que Rubens usó como hogar y estudio durante 29 años. Está muy bien conservada y decorada, con una gran cantidad de cuadros de distintos artistas, y posee un pequeño jardín con un pórtico barroco diseñado por él mismo. Es una visita muy recomendada.

Salimos de la casa empapados del estilo grueso y cargado de movimiento de Rubens, y decidimos continuar desviándonos brevemente hacia la Sint Jacobskerk (Iglesia de San Jacobo) que es donde está enterrado Rubens. Entramos casualmente mientras se estaba celebrando la misa, de manera que caminamos en silencio, acercándonos lenta y sigilosamente hacia donde estaba la tumba, pero el párroco nos indicó con bastantes malos modos que nos fuésemos, así que imaginamos, una vez expulsados por la poco candorosa y más bien enérgica y malhumorada mano de Dios en la tierra, que seguro que Rubens prefería que contempláramos sus obras antes que su tumba. Así que au revoir Sint Jacobskerk.

Continuamos camino de la catedral pero en nuestro camino teníamos parada obligatoria en una bonita plaza donde está localizada la iglesia Sint Carolus Borromeuskerk (Iglesia de San Carlos Borromeo) de fachada barroca, en cuyo diseño participó Rubens, y justo en frente, está la biblioteca con una fachada clásica preciosa. Un lugar estupendo para hacerse unas fotos.

Nos fuimos acercando por calles medievales a la gigantesca torre de la catedral, la mayor de Bélgica, que tardaron casi dos siglos en construir, entre calles estrechas con bonitos restaurantes, muy bien decorados, muchos de ellos integrados a la Catedral, verdaderamente adosados. Una rareza realmente curiosa, que yo nunca había visto antes y que hacía más especial a la Catedral.

Desde allí fuimos a la Grote Markt de Amberes, donde está situado el Stadhuis, y las sedes gremiales de la época y en el centro, una enorme fuente con la estatua de Brabo, según cuenta la leyenda, sobrino de Julio César que le cortó la mano al mítico gigante Antígono y la arrojó al río Escalda. La vista general de La Plaza Mayor es magnífica y encantadora. Uno desearía guardarla en la mente por siempre.

Mientras tanto el cielo seguía a lo suyo, ahora chispea, ahora no, y en una de las veces que parecía que sí, nos metimos en un restaurante típico belga donde vimos algunos platos distintos a los que solemos ver por aquí y que nos entraron por el ojo.

Después de la parada volvimos a la Grote Markt para echarle un último vistazo y continuamos hacia el puerto donde estaba el Vleeshuis o edificio del gremio de los carniceros, un edificio de aspecto llamativo por alternar la piedra con el ladrillo dando un aspecto similar al jamón con vetas. Cerca de él estaba el castillo medieval Het Steen, el edificio más antiguo de Amberes, convertido en atracción musical para niños.

Volvimos sobre nuestros pasos hacia la Catedral y nos desviamos hacia La Plaza Verde desde la que hay una magnífica vista lateral de la Catedral y una escultura del hijo predilecto más famoso de la ciudad: Rubens. Desde la misma plaza cogimos un metro que nos llevó a la estación Central, desde la que volvimos a Bruselas en tren.

Desde la estación Central de Bruselas de nuevo tomamos un metro para ir a ver el Atomium, probablemente el monumento de Bruselas más reconocido en el mundo. Nuestra intención era entrar dentro del Atomium pero nos encontramos el cartel de "gesloten" en las taquillas, que viene a significar algo así como darte con las puertas en las narices. Tampoco nos importó mucho porque lo verdaderamente interesante es ver el exterior.

Justo al lado del Atomium está el Mini-Europe que es un parque donde tienen a escala la mayoría de los monumentos más relevantes de Europa. La verdad que muchas de las miniaturas estaban algo deterioradas y el parque lo vi un poco abandonado, dejado, pero hacía una tarde agradable en Bruselas y apetecía pasear.

Desde el Mini-Europe volvimos al hotel, nos cambiamos y fuimos de cena a la Rue de Bouchers, que es una sinuosa vía adoquinada llena de restaurantes y cervecerías, es conocida como el estómago de Bruselas. Pedimos unos escargots de entrada y unos mejillones gratinados, croquetas de queso y gambas para compartir, por su puesto acompañado de frittes y buenas cervezas. Para bajar la deliciosa cena y los gofres que tomamos de postre, fuimos a dar las buenas noches, dando un largo paseo, al meón belga y también nos acercamos a ver a Jeanneke Pis, que es la versión femenina del Manneken Pis, después volvimos para ver La Grand Place iluminada de noche, con un espectáculo de luces incluido que realizan a diario, y regresamos, por fin, a descansar a nuestro hotel, con la satisfacción de haber vivido un día inolvidable.

lunes, 22 de agosto de 2011

Bruselas

Llegamos en tren Estación Central de Bruselas, una de las tres estaciones que existen en la ciudad. Al igual que en Brujas, cuando abandonamos el hotel, estaba lloviendo, un chirimiri ligero y monótono que fastidia tanto las gafas de mi mujer. Teníamos nuestro hotel en Bruselas situado muy cerca de la estación y nos llevó unos cinco minutos en llegar a pie hasta él.

Como llegamos muy temprano aún no tenían preparada la habitación, pero nos asignaron una en la planta sexta, la planta más alta de todas, con vistas a La Grand Place, con techos inclinados, que hacía esquina y tenía dos ventanas, cada una a una calle distinta. Un lujo de habitación, sin embargo no pudimos hacer uso de ella en ese momento, de manera que dejamos las maletas junto a la recepción, porque teníamos muchas visitas previstas en nuestro primer día en Bruselas.

Nuestro primer destino eran los Musées Royaux des Beaux-Arts (Museos de Bellas Artes), que es algo así como varios museos juntos y están situado en una zona de la ciudad, la zona alta, que merece por sí misma la visita. De camino a los museos paseamos a través de Mont des Arts, con su famoso reloj de agujas doradas en un lateral, frente al edificio modernista del Meeting Point, dejando atrás la escultura ecuestre del Rey Alberto, pasamos por delante de la fachada art nouveau del Old England, situado muy cerca de la Place Royale, donde estaban comenzando los preparativos para un festival de música. En la Place Royale está situada la Iglesia de St-Jacques-sur-Coudenberg, que no visitamos porque lo más reseñable es su hermosa fachada dieciochesca, de estilo clásico; poco más adelante se encuentra la escultura de Godofredo de Bouillon, que luchó en las primeras cruzadas católicas.

El Museo de Bellas Artes es verdaderamente impresionante, un regalo para los ojos, especialmente la sala de Rubens, aunque hay grandísimas obras de arte como La muerte de Marat de Jacques-Louis David, que siempre quise admirar, La tentación de San Antonio de Dalí, o La lectura de Bisschop, entre otros muchos, muchísimos maravillosos cuadros.

Al salir del museo pudimos ver a gran distancia el enorme edificio del Palacio de Justicia, el edificio más grande de Europa. Volvimos sobre nuestros pasos hacia la Place Royale, por la Place des Palais, delante del Parque de Bruselas, donde está el Palais Royal (Palacio Real), que hoy día es la residencia oficial del monarca belga y su familia. Dicen que cuando el rey se encuentra en el país una bandera ondea en palacio, y ese día ondeaba.

Se nos hizo tarde y bajamos al centro a buscar algún lugar donde comer algo rápido para continuar con nuestras visitas por la zona, porque ya se sabe que en Bélgica hay que darse prisa porque la mayoría de las visitas terminan entre las cinco y las seis de la tarde. Encontramos un griego que preparaban kebabs con patatas fritas y tenía una terraza con sombrillas de la marca Leffe, así que no tuvimos que buscar más. Los kebabs no estuvieron muy buenos pero al menos fue barato y rápido.

Volvimos al Palais Royal e iniciamos la visita. El edificio es espectacular, y aunque el interior ya no lo es tanto, porque en mi opinión le falta decoración, mostraba una gran cantidad de lámparas impresionantes, casi tantas como chinos nos encontramos en el recorrido.

Al salir del Palais volvieron a caer unas gotas, lo suficiente para que no nos entretuviésemos en hacer fotos de exteriores y nos hiciera dirigir nuestros pasos hacia la Catedral de San Miguel y Santa Gúdula, que no estaba muy lejos de allí y nos ofrecía resguardo. En la catedral hicimos un parón disfrutando del silencio apacible y sosegado que siempre poseen los centros religiosos. Abrimos el libro de la guía y buscamos todo lo que el libro aconsejaba visitar, desde el púlpito barroco, las vidrieras del Juicio Final o los restos románicos que subsisten en la cripta, como por supuesto su fachada de dos torres gemelas de aproximadamente el siglo XIII.

Abandonamos la catedral y bajamos la escalinata principal con una sonrisa en la cara al comprobar que había cesado la lluvia y que el cielo parecía haberse despejado. Bajamos al centro de la ciudad, y paramos a visitar las elegantes Galeries St-Hubert, la primera galería comercial cubierta de Europa, en otra época centro de artistas, cuando Victor Hugo o Alejandro Dumas paseaban bajo su bóveda de cristal.

Desde allí encaminamos nuestros pasos hacia La Grand Place, sin lugar a dudas lo más hermoso de Bruselas. El corazón de la ciudad. La primera vez que se entra en la plaza uno se queda sin palabras, es todo ojos. Siempre está animada, de día y de noche, casi a cualquier hora, con sus adornados edificios gremiales, el estilizado ayuntamiento, los bustos de piedras en las fachadas neoclásicas, las cúpulas en algunos edificios, dan un aspecto general grandioso e imponente sin reducirle o menoscabar un ápice de su hermosura.

Nos sentamos en una terraza en una esquina de la misma Grand Place y nos pedimos dos caffè latte y un gofre para compartir, y desde la terraza tuvimos una visión más pausada de la plaza. Después fuimos edificio por edificio, con la guía entre las manos, leyendo la peculiaridad de cada fachada. Una maravilla.

Seguimos en busca del último objetivo turístico del día, el famoso niño meón de Bruselas, el Manneken Pis, símbolo reconocido de la ciudad. Nos hicimos unas fotos con él, y nos quedamos un poco con cara de: bueno vale, ya está.

Volvimos al hotel para descansar un poco y estirar las piernas tumbados en la cama, porque luego planeamos cenar en una pizzería que había cerca de nuestro hotel. Después de la cena volvimos a dar un paseo por La Grand Place y alrededores donde echamos el ojo a alguna cervecería que otra y al famoso Théâtre Marionettes de Toone.

sábado, 20 de agosto de 2011

Gante-Brujas

Para nuestra segunda jornada en Bélgica, en nuestro plan a grandes trazos, habíamos previsto escaparnos desde Brujas a Gante para volver el mismo día de nuevo al hotel, y eso fue lo que hicimos. Despertamos bien temprano, y bajamos a tomar el desayuno que teníamos incluido en el precio del hotel, seguidamente dimos una larga caminata hasta la estación de tren, en parte para despertarnos y en parte para empezar a bajar el desayuno.

En algo menos de una hora estábamos en Gante, ciudad que vio nacer a Carlos Quinto de Alemania y Primero de España. El Emperador Carlos, hijo de Juana La Loca y Felipe el Hermoso, nieto de los Reyes Católicos, que junto con su hijo Felipe II crearon el Imperio Español, el más grande que jamás vio la humanidad. Un imperio en el que nunca se ponía el Sol. El emperador que dijo aquello de "hablo en italiano con los embajadores; en francés, con las mujeres; en alemán con los soldados; en inglés con los caballos y en español con Dios", y que mantuvo a raya a turcos, moros, luteranos y protestantes durante toda su vida.

En Gante cayeron sobre nosotros las primeras gotas del viaje, una llovizna fina e intermitente pero que fue suficiente para entorpecer nuestros primeros pasos por la ciudad imperial. Paramos en una cafetería para tomar un café y aprovechar para llamar a nuestros pequeños y saber de ellos.

Nuestra primera visita, después de disfrutar durante unos minutos del impresionante centro histórico, fue la Catedral de San Bavón, precisamente el lugar donde fue bautizado Carlos V, pero que hoy día es conocida por exponer el retablo de la Adoración del Cordero Místico de los hermanos Hubert y Jan Van Eyck, de 1432.

El políptico fue expoliado por Napoleón, que se llevó cuatro partes de él a París y que regresaron a Gante en 1816; y ese mismo año lo volvieron a robar y cuenta la leyenda que un holandés lo compró por una cerveza. Regresó a su lugar originario un siglo después, en 1919. En la segunda guerra mundial, los nazis lo ocultaron en una mina de sal de Salzburgo, que le causó algún que otro deterioro, como veis una pintura con mucha historia.

En la Catedral de San Bavón hay también diversas obras de importancia, pero me gustaría resaltar el púlpito, de mármol blanco de Carrara y madera de Dinamarca, que representa El triunfo de la Verdad sobre el Tiempo. Simplemente impresionante.

Continuamos visitando el Belfort o Campanario, de 95 m de altura, que está justo en frente de la Catedral, y junto a ambos, alineada, está la Iglesia de San Nicolás, que también visitamos. Las tres edificaciones definen el horizonte medieval de la ciudad.

Dejamos el área monumental para caminar paralelos al río Escalda, por una de las calles más pintorescas de la ciudad, el Graslei, en la zona donde estaba el puerto medieval, que presenta casas gremiales perfectamente conservadas, algunas del siglo XII. En la parte de atrás está el Korenmarkt, en otros tiempos el mercado de maíz y centro comercial de la ciudad, hoy día es el edificio de Correos. Cerca también está el mercado de la carne, de más de quinientos años de antigüedad, en cuyo interior, sorprendentemente, nos encontramos jamones colgando del techo, como promoción de la cocina de Flandes.

Además nos acercamos a Het Gravensteen (Castillo de los Condes de Gante), un castillo medieval que evoca el inestable y violento contexto histórico de Gante. Más tarde, a finales del siglo XVII, sirvió de prisión, hoy día es un atractivo turístico más de la ciudad. Cerca de allí pudimos hacernos una foto junto con Dulle Griet, el célebre cañón de color rojo en el folclore de la ciudad. Volvimos a la plaza de la Catedral y en uno de los múltiples locales de comida rápida que se encuentran allí almorzamos unas frittes y unos bocadillos -el mío de cangrejo- y cogimos un tranvía que nos llevó a la estación, donde tomamos el tren de vuelta a Brujas. ¡Qué sueñecito nos entró en el tren!

Nada más regresar a Brujas nos pusimos las pilas y apretamos el paso para visitar la Iglesia de Nuestra Señora, antes de que cerraran las puertas, para admirar la magnífica escultura en mármol realizada por Miguel Ángel, de una maravillosa belleza clásica, profundamente admirable. También admiramos un cuadro, Nuestra Señora de los Siete Dolores, de alrededor de 1530, de Adrian Isenbrandt, el cual yo no conocía y me encantó.

Abandonamos la iglesia con los pies ya bastante machacados y decidimos que era el momento idóneo para montarnos en uno de los múltiples tours en barcos que hay por los canales, ya que el tiempo parecía haber mejorado y nos ofrecía su mejor sonrisa. El paseo en barco fue muy placentero a la par que ilustrativo, pues el guía y timonel hablaba algo de español y fue explicándonos las cautivadoras fachadas de los edificios así como más de una anécdota curiosa que la visión desde el barco nos ofrecía. Recomiendo a cualquiera que visite Brujas realizar uno de estos tours.

Decidimos pasear tranquila y relajadamente por las pequeñas y adornadas calles menos transitadas, saliéndonos de los principales recorridos turísticos, intentando respirar el auténtico latir de la ciudad en un viernes por la tarde noche. Callejeamos con la intención de perdernos, de no tener norte ni destino, dejándonos llevar hasta que nuestros pies pidieron descanso cerca de una taberna, en los bajos de un bonito edificio de ladrillo, donde sólo se servían bebidas, especialmente cervezas, con una carta muy amplia.

Uno de los descubrimientos agradables en este lugar fue que cuando pides una cerveza, siempre te la sirven en su vaso, quiero decir en el vaso en el que se supone que se debe servir la cerveza, con la marca de la cerveza. Es común ver una mesa donde cuatro personas piden cuatro cervezas distintas y tienen cuatro vasos distintos, incluso servidos de manera distinta. Una gozada para los que amamos la cerveza. Allí probé la que tendría que haber probado en Gante, una Gouden Carolus Tripel, que, según afirma la guía El País Aguilar, era la cerveza favorita de Carlos V; Pepi probó una cosa rara que le recomendó un amigo, una cerveza con cerezas, la probé y qué quieren que les diga, prefiero la cerveza sin mezclas.

Estas cervezas nos abrieron el apetito, de manera que volvimos a la preciosa Grote Markt de Brujas y volvimos a tomar asiento otra vez en una terraza. Volví a pedir mejillones que es uno de los platos típicos de la zona, aunque en esta ocasión los pedí cocinados de otra manera, y Pepi un kitsch de verduras que compartimos y por supuesto más cervezas. Menos mal que el camino al hotel era corto.

viernes, 19 de agosto de 2011

Llegando a Brujas

Comenzamos nuestro deseado viaje aterrizando en Bruselas, a pesar de que nuestro primer destino era Brujas, una de las ciudades más románticas y bellas que jamás he visitado.

Desde el mismo aeropuerto de Bruselas tomamos un tren que nos llevó hasta Brujas, aunque tuvimos que hacer escala en Bruselas Nord, donde además aprovechamos para almorzar un bocado rápido y, en mi caso, tomarme mi primera cerveza belga. Una vez que llegamos a la estación de trenes de Brujas, sabiendo que estaba algo alejada del hotel y que como además íbamos cargados con pesadas maletas, decidimos coger un taxi que nos llevara hasta el hotel.

El hotel que teníamos reservado con bastante antelación en Brujas cumplió ampliamente las expectativas que teníamos puestas en él y resultó ser un hotel elegante y lujoso, muy recomendable, a pocos pasos de la plaza del Stadhuis van Brugge (Ayuntamiento de Brujas), un magnífico edificio histórico de seis siglos de antigüedad, estratégicamente situado en el centro de la ciudad. Sin embargo nuestra primera visita era el Begijnhof, que al ser un interior visitable, con esos horarios antituristas que ofrecen los belgas en la mayoría de sus atracciones, tuvimos que adelantar a cualquier visita para no perdérnosla.

Desde el hotel, una vez hecho el check in, camino al Begijnhof, nos deleitamos con preciosas estampas de la ciudad que también es conocida como la Venecia del norte. Llegamos al convento de las beguinas, conocido como Begijnhof, que está formado por unas treinta casas blanqueadas y una iglesia, todas ellas alrededor de un cuidado jardín que recordaba a otra época, y que nos sirvió como una perfecta primera toma de contacto con la tranquilidad que veníamos buscando y hasta cierto punto necesitando.

Salimos relajados del convento con la intención de callejear desde allí hasta la Grote Markt (Plaza Mayor), dejándonos llevar entre el gentío por las estrechas y angostas calles que los alrededores nos fueron descubriendo. Encontramos una gran cantidad de locales, todos muy bien decorados, como tabernas, tiendas de souvenirs, o chocolaterías, pero por lo que nos sentimos atraídos especialmente fue por el olor de los locales donde se servían los wafels (gofres), y así fue como sin darnos cuenta, guiados por el hipnotizador y delicioso olor, tomamos asiento en uno de esos locales y nos tomamos nuestros primeros gofres acompañados de un caffè latte (café con leche). Sin palabras.

Abandonamos el local con los ojos entornados y la tripa saciada, y continuamos con nuestro vagabundeo por las enredadas calles adoquinadas de esta encantadora ciudad, cruzando canales de cientos de años de antigüedad, haciéndonos fotos con atractivas panorámicas, deteniéndonos en plazas con paredes pintadas en diversos colores, todo verdaderamente romántico, una ciudad que mantiene casi completamente intacta su estructura medieval.

Después de un buen rato de paseo por el casco antiguo, declarado patrimonio de la humanidad por la Unesco, con Pepi sufriendo en sus tobillos el irregular piso que ofrece el empedrado de las calles, llegamos a la Grote Markt. Una plaza preciosa, de las más bonitas que he visto, con la torre Belfort (campanario) y el Mercado cubierto, de forma rectangular, situado muy cerca de la plaza del Ayuntamiento.

No pudimos evitar tomar asiento en una de las múltiples terrazas que existen en la Plaza Mayor. Pedimos de entrada pan de ajo, y probamos por primera vez los mejillones típicos de la zona y el estofado tradicional de Flandes y las frittes, que no son otra cosa que patatas fritas, eso sí, riquísimas. Todo estaba para chuparse los dedos. Además acompañamos la comida con cervezas típicas de la región, la mía fue una bien grande de doble fermentación, con un alto contenido en alcohol que achispó mi cabeza, y cuando nos levantamos de la mesa, para volver al hotel, sujeté a mi señora por encima del hombro, aunque no quedaba muy claro quién sostenía a quién, y con una noche estrellada volvimos a la confortable habitación, y pusimos fin a la que fue una perfecta primera jornada de viaje.

miércoles, 17 de agosto de 2011

¡Ya estoy de vuelta!

¡Ya estoy de vuelta! No se asusten ni se preocupen más, que no me olvidé de ustedes y que ya vuelvo a manejar este blog. Aterricé esta mañana después de pasar seis días de descanso y turismo -junto con mi señora y sin los niños- por el país de los Gofres, de la cerveza y de las patatas fritas. ¿Ya acertaron de qué país acabo de volver? ¡¡Exacto, de Bélgica!! Así que en los próximos días preparensen para un resumen de los mejores y más memorables momentos de nuestro viaje por Flandes.

Además he ampliado largamente, como pueden suponer, el archivo de cervezas para presentarles en la categoría de este blog: Una cerveza y Salva.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Una Staropramen

Hoy voy a presentarles una cerveza que probé por primera vez, que yo recuerde, allá por agosto de 2005, en Praga. Como pueden suponer es una cerveza checa, una Staropramen, que es posiblemente junto con la cerveza Pilsner Urquell la más popular del país.

Sobre el botellín de un distinguido color verde, en la etiqueta de diseño inolvidable con el fondo del castillo de Praga, se afirma que se fabrica en la capital checa desde 1869.

Es una cerveza algo más oscura de lo habitual, con un sabor intenso al principio, quizás algo fuerte para paladares delicados, con una espuma poco consistente y con un tamaño de burbuja considerable y con un 5% de alcohol.

Todavía recuerdo la primera vez que pedí una cerveza en una restaurante en Praga, al poco de aterrizar, lo hice levantando un dedo algo dubitativo, a la par que le decía al camarero la palabra "pivo" temiendo no ser entendido. Decidí seguir todo el viaje pidiendo las cervezas así, sin especificar la marca, dejándome sorprender. ¡Qué buenos recuerdos!

domingo, 7 de agosto de 2011

Este desorden

Parece mentira pero ahora que disfruto de más tiempo, ahora que gozo de mis merecidas vacaciones, de alguna manera, peor me organizo y me está resultando complicado aprovechar mi tiempo y como consecuencia inmediata de ese desorden es que actualizo menos este blog.

La verdad es que con eso de ir a la playa, o a la piscina, asistir a algún concierto que otro y con eso de despertarse más tarde y dormir la siesta, casi todo el resto del tiempo lo paso jugando con los niños, o leyendo, o escuchando música, y si es posible, por las noches, mi señora y yo vemos una película. Pero no crean que todo el monte es de orégano, que también hay que hacer la compra, recoger líos, preparar las comidas, los baños de los niños y cosas que también llevan su tiempo.

Por eso no se extrañen si últimamente no paso mucho por aquí, y es que una de las "promesas" que me hice este verano, justo antes de las vacaciones, era no pasar mucho tiempo delante de la pantalla, que para eso ya está el trabajo.

La vida era
mucho más fácil
cuando la manzana
y la mora
eran sólo
frutas

miércoles, 3 de agosto de 2011

El buen inicio

Ya estoy de vacaciones. Oficialmente lo estoy desde el lunes, que era el primer día en el que se suponía que tendría que haber ido a trabajar y no fui, pero en realidad, en cuerpo y alma, estoy de vacaciones desde el sábado a eso de las dos y veinte de la tarde cuando eché el cerrojazo a la puerta de la oficina.

Pocos minutos más tarde, cuando subía de camino a casa, bajo un calor pegajoso, con las calles vacías y los auriculares puestos a todo volumen venía organizando en mi cabeza todas aquellas cosas que tengo intención de hacer durante las vacaciones. Sé que luego muchos de los proyectos que me autoimpongo no podré realizarlos, por eso venía organizándome, para intentar no dejar las cosas a medio hacer.

Al llegar a casa, lo primero que hice fue encender el aire acondicionado, darle caña a la música y después me cambié de ropa para ponerme fresquito con unas chanchas y un bañador. Ya listo fui a la cocina a ver qué me había dejado mi señora para almorzar, y encontré sobre la encimera un enorme y jugoso bocadillo de tortilla de patatas con cebolla y algunos pimientos fritos. ¡Cómo me conoce la jodía! ¡Olía que alimentaba!. Abrí el frigorífico y del rincón más privilegiadamente frío de la nevera saqué una cerveza de esas especiales que me gusta guardar para días como el de hoy...

A eso le llamo yo un buen inicio.