La entrada a la
Casa Museo de Erasmo era conjunta con la visita a una antigua casa del coqueto
Begijnhof de
Anderlecht, situado muy cerca del museo, junto a la
Eglise St Guidon. La visita a la casa beguina fue curiosa e interesante, donde nos mostraron, por encima, cómo se desarrollaba la vida de reflexión y austeridad de las mujeres dentro de la comunidad beguina. Seguidamente visitamos la
Casa Museo de Erasmo, que personalmente me encantó. Pudimos ver varios originales de sus obras, o su supuesto escritorio de trabajo, así como disfrutar de un agradable paseo por su jardín, donde mantienen todavía un pequeño jardín botánico, al que Erasmo era bastante aficionado.

Sentados en uno de los bancos ubicados en el jardín, junto a un robusto árbol que ofrecía una buena sombra, llamamos a los chiquitines para saber de ellos. ¡Siempre es una alegría escucharlos hablar! Sobretodo después de saber que están tan bien cuidados y que, a diferencia de nosotros, apenas nos echan de menos.
Directamente desde
Anderlecht, cogimos el metro que nos llevó al
Parque del Cinquentenario.

Desde el parque pudimos ver, desde lejos, el
Arco del Cinquentenario. Junto al Parque está ubicado el famoso
Barrio del Parlamento, con modernos edificios, como el de
La Comisión Europea o el del
Consejo de la Unión Europea o el mismo
Parlamento Europeo. Junto a ellos está el
Parc Léopold, un inmenso jardín alrededor de un precioso estanque, un lugar verdaderamente agradable para pasar reposadamente el día con la familia. Lo atravesamos hasta llegar al
Place du Luxembourg desde donde cogimos un autobús que nos llevó a
De Brouckère, desde donde fuimos caminando hacia el edificio
art nouveau diseñado por
Víctor Horta del
Centro Belga del Cómic. Los belgas son reconocidos mundialmente por sus viñetas
(Tintín, Los Pitufos, Astérix, Lucky Luque ...) y este museo es una buena muestra de ello. La visita nos dejó algo insatisfechos pues esperábamos algo más interesante, aunque es cierto que no soy un gran aficionado a los comics, aunque siempre me gustó
Tintín.
Volvimos a
De Brouckère y buscamos un sitio agradable donde poder almorzar algo, pues tanto paseo nos había abierto el apetito. No nos fue difícil y en pocos minutos me encontré de nuevo con una cerveza en la mano.
Terminamos de almorzar y nos pusimos "manos a la obra" y continuamos con nuestro itinerario preestablecido, de manera que nos montamos en el metro en
De Brouckère cerca del
Hotel Monopole y nos dirigimos hacia la estación de
Louise, muy cerca del grandioso edifico del
Palacio de la Justicia, hacia donde nos acercamos para tener una más completa impresión de su extraordinaria dimensión. Desde allí nos montamos en un tranvía que nos dejó a un pequeño paseo de la
Casa Museo de Victor Horta.
El Musée Horta es un magnífico ejemplo del trabajo del que es considerado por muchos como el padre del art nouveau. La visita de la Casa de Victor Horta me recordó mucho a la visita que hicimos, hace algunos años, en Barcelona, a
La Casa Batlló del español
Antonio Gaudí. Una visita interesante, especialmente el trabajo como interiorista. Un trabajo exhaustivo hasta el mínimo detalle.

Volvimos sobre nuestros cansados pasos hacia el tranvía que nos llevó cerca de la
Notre Dame du Sablon, una iglesia gótica con un púlpito impresionante y magníficas vidrieras que, sin embargo, después de ver tantos interiores bellos de iglesias no nos llamó tanto la atención como se le suponía. Justo en frente de la iglesia está la
Place du Petit Sablon, un atractivo jardín con una fuente central en recuerdo a dos nobles que
Felipe II mandó decapitar en
La Grand Place cuando provocaron el levantamiento de los Países Bajos contra la Corona española, y es que ya se sabe que
Felipe II era conocido como El prudente, y prudente le debió parecer el no permitir más sublevaciones y escarmentar a los herejes. Ya advertí antes que España mantenía bien a raya a todo aquel que se inmiscuyera en los intereses del Imperio.
Seguimos en nuestro recorrido, a partir de ahora, improvisado hacia
Place du Grand Sablon, un escalón intermedio entre la zona alta y la zona baja de la ciudad. Afortunadamente nosotros nos dirigimos en ese sentido y todo resultó cuesta abajo. Aún así hicimos una paradita para refrescarnos y descansar los pies en una terraza bien situada con vistas a la Plaza.

Nuestro camino cuesta abajo nos fue llevando por preciosas calles secundarias donde, además, vimos curiosas fachadas decoradas con viñetas de comics. Así fuimos dejándonos llevar hasta pasar a saludar al
Manneken Pis de camino a
La Grand Place y todas las calles de los alrededores, visitando las tiendas de souvenirs, pensando en traer algunos regalos de recuerdo para nuestra vuelta a casa. En
La Grand Place nos mantuvimos de nuevo un buen rato disfrutando de la maravillosa panorámica, y es que no se cansa uno de verla.
Subimos a la habitación del hotel para guardar algunos regalos que habíamos comprado, y preparar las maletas para nuestra marcha al día siguiente, porque nos teníamos que levantar bastante temprano para coger el tren que nos llevara al aeropuerto para volar hacia Málaga.

Pero aún teníamos algunas cosas pendientes y una vez que tuvimos todo muy bien dispuesto para no perder nada de tiempo a la mañana siguiente, bajamos a cenar algo a la misma plaza en frente de nuestro hotel, donde me tomé las dos últimas cervezas del viaje, acompañadas por un buen queso, unas aceitunas, y unas croquetas de gambas, típicas de la zona. De postre os podéis imaginar que subimos hasta la plaza del niño meón, donde hacían los mejores gofres que habíamos probado en Bruselas, y después mientras nos tomábamos los deliciosos gofres volvimos a paso lento hacia
La Grand Place, donde literalmente nos tumbamos en el suelo para disfrutar, una vez más, del diario espectáculo de luces y sonido que tiene lugar en la histórica Plaza.

Así acabó nuestro viaje a Bélgica, del que mantendremos siempre un inolvidable recuerdo.
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