Cerca de Bruselas hay dos pequeñas localidades famosas por su historia y por su belleza: Mechelen y Leuven, o en cristiano: Malinas y Lovaina.
El día amaneció más despejado que ninguno de los días que llevábamos en Bélgica, pero todavía muy lejos de ser lo que en el sur de España entendemos como un día soleado, aunque para nosotros fue como agua de mayo, especialmente para esta jornada en la que teníamos previstos muchos exteriores, además de más desplazamientos.
Regresamos a la Grote Markt para despedirnos de ella y continuamos hacia la estación de tren, pero lo hicimos por otro camino algo más largo, dando un rodeo, para poder disfrutar de las cuidadas fachadas que rodeaban el Korenmarkt y también, algo más alejado, del Brusselpoort, o Puerta de Bruselas, la única de las doce puertas medievales de la ciudad que aún sobrevive de cuando Malinas era una ciudad amurallada. Llegamos, por fin, a la estación de ferrocarril de Malinas con los pies algo más que fatigados y cogimos con dirección a Lovaina un tren que nos permitió descansar y estirar las piernas durante la media hora que duró el trayecto de una ciudad a otra.
Al llegar a Lovaina, en la misma estación de tren, justo en frente, había una muy animada plaza, con gran cantidad de locales con agradables terrazas, que incitaban a tomarse una cerveza, y además el tiempo acompañaba de lo lindo, pero, sin embargo, continuamos hacia la Biblioteca, que era el primer edificio interesante de camino a la Grote Markt. La Biblioteca es un edificio espectacular, totalmente reformado después de ser incendiado por los nazis. Delante de la Biblioteca hay una amplia plaza, Laudezeplein, la más grande de Lovaina, con una curiosa estatua de un bicho ensartado por una aguja de acero a 23 metros de altura.
La Oude Markt está llena de bares y restaurantes, con buenos precios en sus cartas, buenas terrazas y muchísimas cervecerías, como toda buena ciudad universitaria requiere, así que aprovechamos el buen tiempo que disfrutábamos ese día para tomar asiento en una terraza y comer algo. ¡Qué rica estaba la cerveza que me tomé!
Seguimos hacia el otro extremo de la ciudad para visitar el Groot Begijnhof, famoso por tener canales que lo atraviesan, y porque uno de los pastores del Begijnhof fue consejero del joven Carlos V, y posteriormente llegó a ser el Papa Adriano VI. Mi mujer añadiría que también debería ser famoso por el alto número de tobillos destrozados que debe acumular al salir del lugar. El Groot Begijnhof de Lovaina es una ciudad dentro de la ciudad que ocupa tres hectáreas, con un laberinto de calles, canales, jardines y patios que hacen que pasear por ellos sea un verdadero placer, aunque si uno no se anda con cuidado y sobretodo con buena orientación puede perderse fácilmente. Así que para salir deshicimos todos nuestros pasos hasta llegar a la estación de tren donde nos despedimos de una de las ciudades con más encanto que conocí. Ojalá algún día pueda enseñársela a mis niños.
De vuelta a Bruselas fuimos a una pastelería situada en las Galerías St Hubert, a la que Pepi ya había echado el ojo en su primera visita, pues tenía una gran cantidad de tartas, y no sólo de gofres vive el hombre, por lo que antes de volver al hotel nos acercamos a probar un par de ellas, aunque yo me tomé un crêpe que, aunque estaba bueno, no era comparable a los deliciosos crepes que mi mujer me prepara.
Después de disfrutar de la música de Cullum, bajamos de nuevo a la plaza situada delante nuestro hotel donde cenamos, en uno de los típicos locales bruselenses, unas frittes y una salchicha, siempre acompañadas de una cerveza, claro. Una cena rápida y económica.
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