Cerca de Bruselas hay dos pequeñas localidades famosas por su historia y por su belleza: Mechelen y Leuven, o en cristiano: Malinas y Lovaina.
El día amaneció más despejado que ninguno de los días que llevábamos en Bélgica, pero todavía muy lejos de ser lo que en el sur de España entendemos como un día soleado, aunque para nosotros fue como agua de mayo, especialmente para esta jornada en la que teníamos previstos muchos exteriores, además de más desplazamientos.
Llegamos a la estación de Malinas y nos dirigimos con paso firme directamente hacia la Grote Markt, una preciosa y amplia plaza con agradables bares y cafés. Justo al lado de la Plaza se encuentra la Catedral St Romboutskathedraal, que tardó más de 300 años en construirse, y posee el mejor carillón de Bélgica, que sólo suena los fines de semana y festivos, por lo que, como era festivo, tuvimos la fortuna de escuchar. Rodeamos completamente la Catedral antes de volver a la Plaza donde también está ubicado el Stadhuis, realizado claramente en dos estilos completamente distintos, con un bello patio interior, abierto al público. Después de hacernos unas fotos en la plaza decidimos tomar asiento en una de las múltiples terrazas de la plaza y tomarnos un café mientras llamábamos, como todos los días, para saber de los pequeñajos. Casualmente aquella mañana había una exposición de coches antiguos que devolvió a la plaza a otra época.
Nos levantamos de nuestros asientos en la terraza de la plaza rumbo al Palacio de Margarita de Austria, situado muy cerca de la Plaza, con un bonito jardín interior de estilo renacentista, donde Margarita vivió hasta su muerte. Margarita fue considerada en su época como una de las mujeres más inteligentes de la realeza europea, que tuvo bajo su tutela, en este Palacio, al futuro Emperador Carlos V, así como a sus hermanos. Además a Margarita se le reconoce que gobernó los Países Bajos durante ocho años con prudencia y sabiduría.
Regresamos a la Grote Markt para despedirnos de ella y continuamos hacia la estación de tren, pero lo hicimos por otro camino algo más largo, dando un rodeo, para poder disfrutar de las cuidadas fachadas que rodeaban el Korenmarkt y también, algo más alejado, del Brusselpoort, o Puerta de Bruselas, la única de las doce puertas medievales de la ciudad que aún sobrevive de cuando Malinas era una ciudad amurallada. Llegamos, por fin, a la estación de ferrocarril de Malinas con los pies algo más que fatigados y cogimos con dirección a Lovaina un tren que nos permitió descansar y estirar las piernas durante la media hora que duró el trayecto de una ciudad a otra.
Al llegar a Lovaina, en la misma estación de tren, justo en frente, había una muy animada plaza, con gran cantidad de locales con agradables terrazas, que incitaban a tomarse una cerveza, y además el tiempo acompañaba de lo lindo, pero, sin embargo, continuamos hacia la Biblioteca, que era el primer edificio interesante de camino a la Grote Markt. La Biblioteca es un edificio espectacular, totalmente reformado después de ser incendiado por los nazis. Delante de la Biblioteca hay una amplia plaza, Laudezeplein, la más grande de Lovaina, con una curiosa estatua de un bicho ensartado por una aguja de acero a 23 metros de altura.
La Grote Markt de Lovaina no tiene la grandeza de la de La Grand Place de Bruselas, ni tampoco es comparable con la de Amberes, o, ni siquiera, con la de Brujas, ya que no tiene ni la amplitud, ni gran cantidad de edificios acorde con la plaza, pero tiene un edificio, el del Stadhuis o Ayuntamiento, que es una verdadera obra de arte. No he visto nunca nada igual, podría decir que es el edificio más bello que jamás he visto, y difícilmente creo que haya otro que me parezca tan bonito. Ya sabía yo antes de llegar que me encantaría pues había visto fotos por Internet y en las guías, pero por más fotos que había visto no dejó de sorprenderme, es un edificio maravilloso. Puedo asegurar que las fotos no le hacen justicia.
En la Plaza, además del magnífico Ayuntamiento está la Sint Pieterskerk (Iglesia de San Pedro), que desde la plaza del Mercado tiene un perfil estupendo. Muy cerca de la Grote Markt está la Oude Markt, que es la Plaza antigua de Lovaina, y, en realidad, es una calle, sin salida, pues al final de ella, y, prácticamente en todo su alrededor, están los edificios de la Universidad, o vivienda de los profesores, decanos, rectores... y por supuesto de los estudiantes. Hoy día Lovaina es una gran ciudad universitaria, la más grande y más antigua de los Países Bajos. En esta Universidad enseñó Erasmo de Rotterdam, del cual hay una modesta estatua, con la que nos hicimos gustosamente unas fotos.
La Oude Markt está llena de bares y restaurantes, con buenos precios en sus cartas, buenas terrazas y muchísimas cervecerías, como toda buena ciudad universitaria requiere, así que aprovechamos el buen tiempo que disfrutábamos ese día para tomar asiento en una terraza y comer algo. ¡Qué rica estaba la cerveza que me tomé!
Seguimos hacia el otro extremo de la ciudad para visitar el Groot Begijnhof, famoso por tener canales que lo atraviesan, y porque uno de los pastores del Begijnhof fue consejero del joven Carlos V, y posteriormente llegó a ser el Papa Adriano VI. Mi mujer añadiría que también debería ser famoso por el alto número de tobillos destrozados que debe acumular al salir del lugar. El Groot Begijnhof de Lovaina es una ciudad dentro de la ciudad que ocupa tres hectáreas, con un laberinto de calles, canales, jardines y patios que hacen que pasear por ellos sea un verdadero placer, aunque si uno no se anda con cuidado y sobretodo con buena orientación puede perderse fácilmente. Así que para salir deshicimos todos nuestros pasos hasta llegar a la estación de tren donde nos despedimos de una de las ciudades con más encanto que conocí. Ojalá algún día pueda enseñársela a mis niños.
De vuelta a Bruselas fuimos a una pastelería situada en las Galerías St Hubert, a la que Pepi ya había echado el ojo en su primera visita, pues tenía una gran cantidad de tartas, y no sólo de gofres vive el hombre, por lo que antes de volver al hotel nos acercamos a probar un par de ellas, aunque yo me tomé un crêpe que, aunque estaba bueno, no era comparable a los deliciosos crepes que mi mujer me prepara.
No pasamos mucho tiempo en el hotel antes de volver a pisar las adoquinadas calles de Bruselas. Queríamos acercarnos a ver el Brussels Summer Festival, un festival de 10 días y varios escenarios repartidos en distintos sitios de la ciudad y que colocaba uno de sus escenarios, el más grande de todos, en la Place des Palais, un entorno magnífico para un concierto al aire libre. Esa noche, además, actuaba Jamie Cullum, del que recientemente vi un concierto en el Castillo de Fuengirola.
Después de disfrutar de la música de Cullum, bajamos de nuevo a la plaza situada delante nuestro hotel donde cenamos, en uno de los típicos locales bruselenses, unas frittes y una salchicha, siempre acompañadas de una cerveza, claro. Una cena rápida y económica.
Para rematar el día fuimos a tomarnos una cerveza a Delirium Café, una cervecería espectacular, de varias plantas, incluidos varios sótanos, en distintos locales, unidos unos con otros, donde tienen el honor de servir 2004 distintos tipos de cervezas. Han leído bien. 2004 distintos tipos de cervezas. ¡Increíble! Lo más parecido al Paraíso de los cerveceros. Pedí las dos cervezas de grifo más raras que vi y después de disfrutarlas volvimos algo contentillos hacia el hotel, pasando antes, claro está, por La Grand Place.
Regresamos a la Grote Markt para despedirnos de ella y continuamos hacia la estación de tren, pero lo hicimos por otro camino algo más largo, dando un rodeo, para poder disfrutar de las cuidadas fachadas que rodeaban el Korenmarkt y también, algo más alejado, del Brusselpoort, o Puerta de Bruselas, la única de las doce puertas medievales de la ciudad que aún sobrevive de cuando Malinas era una ciudad amurallada. Llegamos, por fin, a la estación de ferrocarril de Malinas con los pies algo más que fatigados y cogimos con dirección a Lovaina un tren que nos permitió descansar y estirar las piernas durante la media hora que duró el trayecto de una ciudad a otra.
Al llegar a Lovaina, en la misma estación de tren, justo en frente, había una muy animada plaza, con gran cantidad de locales con agradables terrazas, que incitaban a tomarse una cerveza, y además el tiempo acompañaba de lo lindo, pero, sin embargo, continuamos hacia la Biblioteca, que era el primer edificio interesante de camino a la Grote Markt. La Biblioteca es un edificio espectacular, totalmente reformado después de ser incendiado por los nazis. Delante de la Biblioteca hay una amplia plaza, Laudezeplein, la más grande de Lovaina, con una curiosa estatua de un bicho ensartado por una aguja de acero a 23 metros de altura.
La Grote Markt de Lovaina no tiene la grandeza de la de La Grand Place de Bruselas, ni tampoco es comparable con la de Amberes, o, ni siquiera, con la de Brujas, ya que no tiene ni la amplitud, ni gran cantidad de edificios acorde con la plaza, pero tiene un edificio, el del Stadhuis o Ayuntamiento, que es una verdadera obra de arte. No he visto nunca nada igual, podría decir que es el edificio más bello que jamás he visto, y difícilmente creo que haya otro que me parezca tan bonito. Ya sabía yo antes de llegar que me encantaría pues había visto fotos por Internet y en las guías, pero por más fotos que había visto no dejó de sorprenderme, es un edificio maravilloso. Puedo asegurar que las fotos no le hacen justicia.
En la Plaza, además del magnífico Ayuntamiento está la Sint Pieterskerk (Iglesia de San Pedro), que desde la plaza del Mercado tiene un perfil estupendo. Muy cerca de la Grote Markt está la Oude Markt, que es la Plaza antigua de Lovaina, y, en realidad, es una calle, sin salida, pues al final de ella, y, prácticamente en todo su alrededor, están los edificios de la Universidad, o vivienda de los profesores, decanos, rectores... y por supuesto de los estudiantes. Hoy día Lovaina es una gran ciudad universitaria, la más grande y más antigua de los Países Bajos. En esta Universidad enseñó Erasmo de Rotterdam, del cual hay una modesta estatua, con la que nos hicimos gustosamente unas fotos.
La Oude Markt está llena de bares y restaurantes, con buenos precios en sus cartas, buenas terrazas y muchísimas cervecerías, como toda buena ciudad universitaria requiere, así que aprovechamos el buen tiempo que disfrutábamos ese día para tomar asiento en una terraza y comer algo. ¡Qué rica estaba la cerveza que me tomé!
Seguimos hacia el otro extremo de la ciudad para visitar el Groot Begijnhof, famoso por tener canales que lo atraviesan, y porque uno de los pastores del Begijnhof fue consejero del joven Carlos V, y posteriormente llegó a ser el Papa Adriano VI. Mi mujer añadiría que también debería ser famoso por el alto número de tobillos destrozados que debe acumular al salir del lugar. El Groot Begijnhof de Lovaina es una ciudad dentro de la ciudad que ocupa tres hectáreas, con un laberinto de calles, canales, jardines y patios que hacen que pasear por ellos sea un verdadero placer, aunque si uno no se anda con cuidado y sobretodo con buena orientación puede perderse fácilmente. Así que para salir deshicimos todos nuestros pasos hasta llegar a la estación de tren donde nos despedimos de una de las ciudades con más encanto que conocí. Ojalá algún día pueda enseñársela a mis niños.
De vuelta a Bruselas fuimos a una pastelería situada en las Galerías St Hubert, a la que Pepi ya había echado el ojo en su primera visita, pues tenía una gran cantidad de tartas, y no sólo de gofres vive el hombre, por lo que antes de volver al hotel nos acercamos a probar un par de ellas, aunque yo me tomé un crêpe que, aunque estaba bueno, no era comparable a los deliciosos crepes que mi mujer me prepara.
No pasamos mucho tiempo en el hotel antes de volver a pisar las adoquinadas calles de Bruselas. Queríamos acercarnos a ver el Brussels Summer Festival, un festival de 10 días y varios escenarios repartidos en distintos sitios de la ciudad y que colocaba uno de sus escenarios, el más grande de todos, en la Place des Palais, un entorno magnífico para un concierto al aire libre. Esa noche, además, actuaba Jamie Cullum, del que recientemente vi un concierto en el Castillo de Fuengirola.
Después de disfrutar de la música de Cullum, bajamos de nuevo a la plaza situada delante nuestro hotel donde cenamos, en uno de los típicos locales bruselenses, unas frittes y una salchicha, siempre acompañadas de una cerveza, claro. Una cena rápida y económica.
Para rematar el día fuimos a tomarnos una cerveza a Delirium Café, una cervecería espectacular, de varias plantas, incluidos varios sótanos, en distintos locales, unidos unos con otros, donde tienen el honor de servir 2004 distintos tipos de cervezas. Han leído bien. 2004 distintos tipos de cervezas. ¡Increíble! Lo más parecido al Paraíso de los cerveceros. Pedí las dos cervezas de grifo más raras que vi y después de disfrutarlas volvimos algo contentillos hacia el hotel, pasando antes, claro está, por La Grand Place.
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