Todas las mañanas, de camino al trabajo, acompaño cogida de la mano a mi pequeña de 3 años a la guardería. Durante estas caminatas aprovecho para intentar enseñarle diversos aspectos que espero le puedan llegar a ser útiles en la vida. Le voy explicando qué son los pasos de cebra, los semáforos y, entre otras cosas, para qué están las papeleras.
Pero ocurre que vamos de camino, y justo la persona que va delante deja caer una colilla sin apagar al suelo, o escupe sin ningún disimulo o incluso arroja descaradamente la publicidad del limpiaparabrisas de su coche a la acera. Ella me dice sorprendida: mira papá, ese hombre ha tirado una cosa al suelo y no a la papelera. Le explico tristemente que quizás se le habrá caído sin darse cuenta.
Como aún tiene tres años y por lo tanto mantiene una dulce inocencia, cree todo lo que su padre le cuenta, pero ya me van entrando ganas de explicarle que hay personas que aunque no lo parezcan son cerdos. Son cerdos de dos patas y son la verdadera peste porcina del planeta.
Enseguida me doy cuenta del error y me recrimino lo inapropiado de la expresión preguntándome qué culpa tienen los cerdos para semejante insulto.
2 comentarios:
Estoy completamente de acuerdo contigo... Hay muchas cosas con las que no puedo en esta vida: el robo, la mentira,... pero algo tan sencillo (debe no serlo) como la educación, que se recibe de tus padres cuando eres pequeño y en teoría no se olvida... Me enfadó cuando veo la gente incivilizada, que creen que cuando salen de sus casas, pueden hacer lo que quieran y donde quieran... A esos, los enviaba yo a la selva, con los animales salvajes!!!
Lo curioso es que no imagino a esta gentuza escupiendo, ni tirando los papeles en la esquina del salón,ni ninguna desvergonzada actitud similar,luego... son conscientes de lo que hacen, pero les da igual, que es lo peor. Por eso, esa dejadez, esa relajación de modales es aun más molesta.
Malditos hijos de satanás.
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