Uno de los regalos que recibí por mi 50 cumpleaños fue una noche de hotel y Pepi y yo no quisimos dejarlo mucho pasar y nos pusimos manos a la obra. Encontramos un hotel que estaba incluido en la oferta en Castellar de la Frontera, un pueblo de la provincia de Cádiz que no conocíamos y eso que está a menos de una hora y media desde casa.
Hicimos un poco de todo. Fuimos un domingo, porque en Fuengirola era fiesta al día siguiente, el día del Carmen. Llegamos para tomar posesión de nuestra habitación e ir a comer al pueblo. Después una merecida siesta y al despertar un baño en la piscina y un poco de lectura en la hamaca. Por la noche, con la fresquita fuimos a picar algo al pueblo.
Al día siguiente, tras un fabuloso desayuno buffet, visitamos el pequeño pueblo amurallado, precioso pero muy incómodo para vivir. La carretera hasta llegar tiene mil curvas, muchas de ellas muy cerradas, además hay precipicios y casi no caben dos coches en la calzada, así que si te cruzas con un coche que baje mientras subes ya está liado. Bueno, quizás estoy exagerando, pero en la cara de pánico de Pepi eso es lo que se podía imaginar. Al menos las vista desde allí sobre el Embalse del Guadarranque es maravillosa.
Fuimos a almorzar como dios manda a el Restaurante El Mirador, la noche antes habíamos dejado hecha la reserva, y la verdad es que comimos estupendamente. Todavía tengo el recuerdo del Solomillo de Retinto con Foie que me tomé.
Regresamos al hotel, que aunque ya se había acabado nuestra estancia en él, aún nos dejaron usar sus instalaciones y así disfruté de una siesta en la hamaca, debidamente untado en crema solar, y de un baño en la piscina. En un ratito estábamos de vuelta a casa.
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