martes, 20 de julio de 2021

Pintar la luz - Museo Carmen Thyssen

Suelo acudir casi como un mandato a las exposiciones temporales del Museo Carmen Thyssen de Málaga. Las considero pequeños regalos que el Museo nos ofrece a los que amamos la pintura. Algo que no se debe dejar pasar. Si dependiera de mí las visitaría casi cada semana, pero me conformaría con ir cada mes. Sólo con pensar en la posibilidad de poder regresar y contemplar de nuevo las obras, ya me pone de buen humor. Poder hallar nuevos detalles que se me escaparan la ocasión anterior, poder contemplar la belleza casi oculta en las pequeñas pinceladas detrás de la oscuridad de un paisaje del mediodía o bien en los agitados brochazos en el interior de una ola de mar. ¡Qué maravilla! Creo que podría pasar la vida así.

En esta exposición la temática común era Pintar la Luz, que creo que debe ser una de las enormes dificultades que se le presentan al artista cuando tiene la intención de pintar un cuadro, pero al mismo tiempo es quizás donde el artista puede mostrar mejor su destreza y su sentir pictórico. Es ese momento previo que el artista debe inclinarse entre por la quietud dorada de un paisaje a pleno sol o el vibrante movimiento de un jinete a la luz de la luna. Imagino que hay mundos complejos de pensamiento y luchas interiores de carácter en decisiones de este  tipo. Artistas que decidan espontáneamente y otros que mantengan dudas hasta una vez terminado un cuadro.

El fondo de la colección del Carmen Thyssen es maravilloso y en esta ocasión rindió homenaje a los maestros catalanes del siglo XIX y XX, entre ellos Ramón Casas, Mariano Fortuny, Santiago Rusiñol, Joaquín Sunyer, Lluis Graner o Rafael Duracamps... Podría pasar tardes enteras contemplando sus cuadros. En esta ocasión quedé prendado por algunos de ellos, especialmente por uno de Rafael Duracamps, que hablaré con más detalle en otro momento de él. También me volví a reencontrar con el precioso Atardecer de Modest Urgell. 

Otra obra que desconocía y me gustó mucho es de Pere Torné Esquius, que es de una evocación inusitada. Dos sillas, que tal vez puedan ser mecedoras si consideramos la pronunciada inclinación del respaldo, aparentemente tres servicios de té, un ramo de flores recién entregado, o recogido. Al fondo una cortina de paso a una vivienda, de una elegancia a juego con las flores y una calidez que ofrecen al conjunto un colorido preciosista. Una ventana con sus visillos y una especie de bruma que otorgan al conjunto un misterio añadido. Una obra extraordinaria.


Mesa en el jardín - Pere Torné Esquius 1913

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