domingo, 14 de julio de 2019

Múnich. Día 3.

Después del inolvidable concierto que nos había regalado Neil Young + Promise of the Real en la noche anterior, teníamos todo el día para visitar Múnich y algunas de sus atracciones turísticas que más nos llamaban la atención. La primera atracción que fuimos a visitar fue la Alte Pinakothek. Yo soy un enamorado de la pintura. Nos costó encontrarla porque no disponíamos de navegador. 

Comenzaron a caer unas pocas gotas a primera hora de la mañana aunque pocos minutos antes habíamos desayunado en un patio del hotel. La Alte Pinakothek está considerada como el gran museo de pintura antigua de Múnich, donde pudimos contemplar obras tan sobresalientes de pintores como Durero, Canaletto, Velázquez, Goya, Van der Weyden, Boticelli, Leonardo Da Vinci, Tiziano, Lucas Cranach y un larguísimo etcétera. Hubiera permanecido en el museo todo el día completo, pero el resto de Múnich estaba fuera esperándonos.

A menos de un cuarto de hora andando de la pinacoteca está la Residenz, a la que nos habían recomendado visitar encarecidamente, y así hicimos. Lo primero que hay que decir de la Residenz es que es enorme, y la entrada es múltiple, es decir, hay varias visitas distintas en edificios separados y con diferentes accesos, además están los exteriores, que están meritoriamente decorados. Los patios y fuentes de los jardines que hay repartidos por en medio de los distintos edificios ya son dignos de visita. Las obras expuestas por las habitaciones y los distribuidores del palacio, en general, son de una gran belleza. Los aposentos reales, la marquetería del piso, la elegancia de la ornamentación, absolutamente todo es grandioso y adecuado. Pero probablemente lo más destacable es el Antiquarium, que es un  pasaje abovedado donde se muestran frescos de estilo renacentistas sobre distintos temas. La bella armonía de la sala, la simetría disimulada, así como sus proporciones equilibradas hacen que sea un lugar difícil de olvidar. Precioso. Una visita imprescindible. 

Otra visita dentro de la Residenz que no dejamos pasar fue el Teatro Cuvilliés, que fue destruido durante la segunda guerra mundial, pero está reconstruido como el original y es un maravilloso ejemplo de teatro de estilo rococó. Tiene que ser especial poder disfrutar de una obra en un teatro tan especial.

Justo cuando salíamos de la Residenz estaba cayendo un buen chaparrón, así que en una zona aporticada de la salida esperamos a que pasase. En veinte minutos ya estábamos buscando un lugar donde almorzar. Finalmente fuimos a un Hacker Pschorr que nos habían recomendado y donde disfruté de un par de pintas de cerveza estupendas y en mi caso de unos típicos escalopes empanados que estaban riquísimos.

Una vez que habíamos repuesto energías decidimos ir a patear la ciudad un poco sin rumbo, a pasear sin más, dejándonos llevar e ir disfrutando del paseo y de las vistas. Caminamos así varios kilómetros pasamos Odeonsplatz,  por Marienplatz y callejeamos dando rodeos hasta llegar casualmente a Sendlinger Tor, donde había mucho ambiente y animación, pero a esa altura del día estábamos cansados, o mejor dicho, derrotados, y decidimos continuar nuestra larga caminata hasta Karlsplatz donde cogimos el metro que, en pocas paradas,  nos llevó hasta el hotel. Ya tocaba descansar. 


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