Nuestra última jornada del viaje decidimos pasarla completamente en Zamora. Durante los días anteriores habíamos planeado unas cuantas visitas por la ciudad e incluso reservamos una excursión guiada a pie por el centro histórico.
La visita comenzaba a primera hora de la mañana en la plaza Viriato, que está justamente a la puerta de nuestro hotel, así que más cómodo era imposible. La visita comenzó como suelen comenzar todas las visitas. La guía nos relató con un breve resumen de los acontecimientos de la ciudad y de sus principales personajes y de los hechos que permanecieron como leyendas en la memoria de la historia, o con suerte, a veces, en papel o en piedra.
Desde la plaza de Viriato nos dirigimos por la Rúa los Francos hasta la fachada principal de la coqueta Iglesia Santa María Magdalena, justo en frente del Convento Clarisas El Tránsito. Giramos a la izquierda en la plaza de San Ildefonso para visitar la Iglesia de San Ildefonso, que me gustó más desde el exterior que desde el interior. Las proporciones adecuadas, la austeridad y simplicidad de los adornos, el color de la piedra, los arcos de medio punto, los detalles de madera en las cubiertas... Lo confieso, soy un enamorado del Románico Zamorano.
A pocos pasos de allí está el Mirador del Troncoso. Las vistas al Duero desde allí son embriagadoras. En esa dulce mañana las cigüeñas sobrevolaban el cielo, a la izquierda el Puente de Piedra, a la derecha, roto o inacabado, el Puente de los Poetas. El silencio permitía escuchar el discurrir del Duero. Daban ganas de degustar la eternidad allí, pero la visita guiada continuaba, y quedaba mucho por descubrir todavía en una ciudad tan monumental.
La Catedral de Zamora es una de mis catedrales favoritas. Es pequeña para muchos, un poco pastiche para otros, pero para mí es enormemente bella. El cimborrio de influencia bizantina sobre el crucero de la planta de cruz latina es extraordinario. La vista exterior del cimborrio es excelente, pero la cúpula interior no se queda corta y también, a mi juicio, es de obligada visita. Además, a un costado del conjunto catedralicio, sobresale una alta, robusta y orgullosa torre del s. XVIII, cuyo origen fue defensivo, y que en ocasiones también sirvió como cárcel.
No podemos olvidar detenernos a contemplar la Portada del Obispo, la Capilla de San Ildefonso o los retablos, y en especial los tapices flamencos del Museo Catedralicio sobre la batalla más famosa de la historia de la humanidad, la batalla de Troya. Por si fuese poco, a escasos pasos de la Catedral está el Duero y el castillo, del que quedan restos de su castigada historia. Todo en conjunto es uno de los lugares más encantadores que he visitado.
Nada más salir de la catedral, recuperándote aún del Síndrome de Stendhal, nuestra guía nos comenta justo delante de un portón sobre un arco románico, que esa es la casa de Arias Gonzalo, más conocida como la Casa del Cid. Te tienes que sentar.
Pero, sin embargo, la visita continuaba, visitamos la muralla, recuerden que Zamora es conocida como "Zamora la bien cercada" y se nos contó la historia de la Puerta de Doña Urraca y ahí acabó la visita. La guía se marchó y los turistas nos fuimos esparciendo de acá para allá. Nosotros nos quedamos recorriendo el castillo y los exteriores de la Plaza de la Catedral y nos acercamos a admirar la belleza sencilla y natural de la Iglesia de San Isidoro. Regresamos a la plaza Viriato y comenzamos el recorrido opuesto con el que habíamos comenzado la visita guiada.
La Plaza Mayor de Zamora recoge a los dos Ayuntamientos, el viejo y el actual, y en medio la Iglesia de San Juan, que es también estupenda, en una esquina de la iglesia hay una escultura del Merlú, figura fundamental de la Semana Santa Zamorana. Continuando por la calle San Torcuato alcanzas el Palacio de los Momos, pero ya había llegado la hora de almorzar y desde hacía un par de días le habíamos echado el ojo a un restaurante, Restaurante La Rua, así que no le dimos más vueltas. Pastel de pescado y marisco de entrada, arroz a la Zamorana y de postre Cañas zamoranas. Todo para chuparse los dedos. Después de tan suculenta pitanza, lo recomendado para la ocasión es una cabezadita en Palacio. El resto del día fue como pueden imaginar de un día de descanso en una ciudad soñada. Piscina, café junto a la piscina, un poco de lectura en una hamaca, un batido, ducha en la habitación y paseo nocturno volviendo a visitar todo lo que habíamos visitado durante la mañana pero en esta ocasión con la iluminación nocturna. Una preciosidad. Después de un día tan cargado de encanto tocaba poner fin: picamos algo, después un helado y para acabar dulces sueños.
La jornada siguiente fue la hora de nuestra triste despedida de Zamora. Después del desayuno admiramos el exterior la Iglesia de San Cipriano, disfrutamos de las espléndidas vistas desde el Mirador de San Cipriano, nos acercamos al Palacio del Cordón y desde el parking frente a la Biblioteca pusimos rumbo de vuelta al sur. Por el camino hicimos pocos altos, un par de paradas para tomar un café, estirar las piernas, repostar, desbeber y a almorzar en Sevilla. En siete horas de carretera llegas a casa. Otro viaje al zurrón de la placentera memoria de los recuerdos imborrables. Y que siga así.
La Catedral de Zamora es una de mis catedrales favoritas. Es pequeña para muchos, un poco pastiche para otros, pero para mí es enormemente bella. El cimborrio de influencia bizantina sobre el crucero de la planta de cruz latina es extraordinario. La vista exterior del cimborrio es excelente, pero la cúpula interior no se queda corta y también, a mi juicio, es de obligada visita. Además, a un costado del conjunto catedralicio, sobresale una alta, robusta y orgullosa torre del s. XVIII, cuyo origen fue defensivo, y que en ocasiones también sirvió como cárcel.
No podemos olvidar detenernos a contemplar la Portada del Obispo, la Capilla de San Ildefonso o los retablos, y en especial los tapices flamencos del Museo Catedralicio sobre la batalla más famosa de la historia de la humanidad, la batalla de Troya. Por si fuese poco, a escasos pasos de la Catedral está el Duero y el castillo, del que quedan restos de su castigada historia. Todo en conjunto es uno de los lugares más encantadores que he visitado.
Nada más salir de la catedral, recuperándote aún del Síndrome de Stendhal, nuestra guía nos comenta justo delante de un portón sobre un arco románico, que esa es la casa de Arias Gonzalo, más conocida como la Casa del Cid. Te tienes que sentar.
Pero, sin embargo, la visita continuaba, visitamos la muralla, recuerden que Zamora es conocida como "Zamora la bien cercada" y se nos contó la historia de la Puerta de Doña Urraca y ahí acabó la visita. La guía se marchó y los turistas nos fuimos esparciendo de acá para allá. Nosotros nos quedamos recorriendo el castillo y los exteriores de la Plaza de la Catedral y nos acercamos a admirar la belleza sencilla y natural de la Iglesia de San Isidoro. Regresamos a la plaza Viriato y comenzamos el recorrido opuesto con el que habíamos comenzado la visita guiada.
La Plaza Mayor de Zamora recoge a los dos Ayuntamientos, el viejo y el actual, y en medio la Iglesia de San Juan, que es también estupenda, en una esquina de la iglesia hay una escultura del Merlú, figura fundamental de la Semana Santa Zamorana. Continuando por la calle San Torcuato alcanzas el Palacio de los Momos, pero ya había llegado la hora de almorzar y desde hacía un par de días le habíamos echado el ojo a un restaurante, Restaurante La Rua, así que no le dimos más vueltas. Pastel de pescado y marisco de entrada, arroz a la Zamorana y de postre Cañas zamoranas. Todo para chuparse los dedos. Después de tan suculenta pitanza, lo recomendado para la ocasión es una cabezadita en Palacio. El resto del día fue como pueden imaginar de un día de descanso en una ciudad soñada. Piscina, café junto a la piscina, un poco de lectura en una hamaca, un batido, ducha en la habitación y paseo nocturno volviendo a visitar todo lo que habíamos visitado durante la mañana pero en esta ocasión con la iluminación nocturna. Una preciosidad. Después de un día tan cargado de encanto tocaba poner fin: picamos algo, después un helado y para acabar dulces sueños.
La jornada siguiente fue la hora de nuestra triste despedida de Zamora. Después del desayuno admiramos el exterior la Iglesia de San Cipriano, disfrutamos de las espléndidas vistas desde el Mirador de San Cipriano, nos acercamos al Palacio del Cordón y desde el parking frente a la Biblioteca pusimos rumbo de vuelta al sur. Por el camino hicimos pocos altos, un par de paradas para tomar un café, estirar las piernas, repostar, desbeber y a almorzar en Sevilla. En siete horas de carretera llegas a casa. Otro viaje al zurrón de la placentera memoria de los recuerdos imborrables. Y que siga así.
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