Llegamos a Medinaceli a media mañana. El día estaba completamente despejado y la temperatura era un regalo. Ya desde antes de llegar a Medinaceli, conforme uno empieza a acercarse por carretera, se puede advertir desde la distancia lo que es la atracción más reconocida de esta coqueta localidad, un arco de triunfo romano. Tan imponente arco fue erigido a finales del siglo I y servía como puerta de acceso a la ciudad, aparte del significado conmemorativo propio de este tipo de construcción. Dos mil años diciendo aquí estoy yo, bajo sus bóvedas cruzaron emperadores, reyes, personajes sobresalientes de la historia así como ejércitos victoriosos y derrotados, pero él sigue allí, como testigo fiel, incluso de ese presente matutino en el que nosotros nos encontrábamos. Vale la pena visitar Medinaceli solamente para verlo.
Pero Medinaceli es más que su arco. Es un pequeño pueblo soriano medieval, bien cuidado y con preciosos rincones. Su localización es determinante. Se encuentra ubicado en lo más alto de una colina y fue frontera estratégica entre moros y cristianos. Cuenta la historia que Almanzor falleció aquí en la retirada de la batalla de Calatañazor, y que también, siglos más tarde, fue protagonista en la resistencia ante las tropas napoleónicas.
Fuimos adentrándonos en la ciudad por sus estrechas y encantadoras callejuelas hasta detenernos en una pequeña plaza a la entrada de la Iglesia de Santa María. En medio de la plaza un árbol majestuoso embellece el conjunto. A pocos pasos está la plaza mayor de Medinaceli, de planta irregular, con su Alhóndiga de dos plantas aporticadas. Preciosa. El pueblo se encontraba en fiestas y el ambiente era insólito. Todo estaba decorado como si fuese un mercado medieval. Había una demostración de cetrería a caballo, puestos vendiendo productos artesanales: miel, jabones, quesos, pasteles almendrados o trabajos en mimbre y barro y así un buen número de productos artesanales típicos de la zona. También había músicos tocando una especie de música medieval mientras un grupo de ocas y patos cruzaban con gracia la plaza.
En la misma plaza también está el Palacio Ducal, que se encontraba engalanado para la ocasión y que no pudimos visitar por estar cerrado. Abandonamos Medinaceli en dirección a Almazán, pero antes compramos fruta deshidratada para el camino.
En la misma plaza también está el Palacio Ducal, que se encontraba engalanado para la ocasión y que no pudimos visitar por estar cerrado. Abandonamos Medinaceli en dirección a Almazán, pero antes compramos fruta deshidratada para el camino.
Almazán es una población cuyo mayor atractivo monumental son la Iglesia de San Miguel, el Palacio de los Altamira, ambas en la plaza mayor, y las puertas de entrada. La Iglesia de San Miguel es a mi parecer especialmente bella. Sus proporciones equilibradas, sobresaliendo un atípico campanario y las acostumbradas características románicas resultan un conjunto hermoso. La plaza también cuenta con la sobriedad del Palacio de los Altamira, que fue residencia puntual de los Reyes Católicos, y junto a la plaza el mirador hacia el río Duero. Accedimos y despedimos Almazán por la Puerta de Herreros, y poco antes de cruzar la torre del reloj conocida como la Puerta de la Villa, que da acceso a la plaza mayor, compramos unas yemas de huevo que estaban riquísimas.
Llegamos a Soria casi a la hora de almorzar. Aparcamos en un parking junto al Paseo el Espolón y fuimos directos al Fogón del Salvador, pues ya apenas teníamos tiempo para visitar nada antes de almorzar. Todo lo que probamos estaba exquisito. Lo recomiendo sin duda y si vuelvo a Soria, es parada segura.
Después de comer fuimos a visitar la Iglesia de Santo Domingo, de estilo románico del siglo XII. Tuvimos suerte porque la encontramos abierta y pudimos acceder a visitarla, pero lo más destacado de la iglesia, a mi juicio, es su portada principal, con una entrada ensalzada con cuatro arquivoltas con relieves alrededor de un pantocrátor en el frontón. En la fachada además sobresale un rosetón central. El conjunto es muy atractivo a la vez que excepcional.
Decidimos regresar al centro dando un pequeño rodeo para poder ver cosas distintas a la vuelta que a la ida. Fuimos a la Plaza Mayor de Soria, donde está el Ayuntamiento y la Fuente de los Leones, y continuamos hasta el Palacio de los Condes de Gómara, para al final llegar a la Alameda de Cervantes, fue un paseo muy agradable. Holgazaneamos un rato y regresamos al coche, pero antes paramos en Mantequerías York para tomarme un café, que tocaba conducir.
A las afueras de Soria, cruzando el Duero por el Puente de Piedra está el Monasterio de San Juan de Duero, que está entre las Maravillas del Románico Español. Del Monasterio lo que más llama la atención es su claustro del siglo XIII. Un experto en arte románico podría resumir gran parte de la evolución de la arquitectura románica en los arcos del claustro. Están casi todos los elementos arquitectónicos románicos en él. El medio punto, los capiteles con la ornamentación vegetal y animal, los arcos cruzados, los distintos modelos de fustes, algún arco con influencia mudéjar e incluso hay un atrevimiento arquitectónico con la desaparición de la pilastra de apoyo. Una maravilla el conjunto. Pero todo no acaba en el claustro; el interior también es especialmente singular. Dos templetes, uno semiesférico, el otro cónico, cada uno con su altar, y cada uno con sus columnas y sus capiteles historiados. Me fui de allí sabiendo que observé una mínima parte de lo que debería haber admirado, pero el tiempo no es infinito y menos cuando los niños empiezan a impacientarse por irse de lo que ellos ven como un lugar aburrido.
Vimos una pequeña exposición de lo que fue la de defensa numantina y nos dirigimos a Calatañazor. que es una localidad diminuta. Según el censo 56 habitantes en 2016. Pueden hacerse una idea. Pues ahora entiendan que Calatañazor posee un castillo, o lo que queda de él, y este castillo contiene una torre, la Torre del Homenaje, que está restaurada, así como la muralla del siglo XII, pero además posee una Iglesia -que visitamos- y una ermita, la Ermita de la Soledad. Lo mejor de todo son las vistas desde lo alto de la torre del homenaje. Es un pueblo curioso del que me llamó la atención la manera atípica que tienen de ejecutar las chimeneas.
El día estaba llegando a su fin y aún teníamos que llegar a El Burgo de Osma y quedar con nuestro casero, pues en el Burgo de Osma habíamos reservado un apartamento justo en la Plaza de la Catedral y buscar un sitio para cenar. Todo fue rodado e incluso nos dio tiempo a pasear por la Calle Mayor y sentarnos en la Plaza Mayor, y ver cómo Miguelito jugaba al fútbol con unos niños que estaban jugando en la plaza. Cenamos en el Restaurante Capitol, y otra vez más nos fuimos encantados porque todo lo que probamos estaba exquisito. El solomillo de ternera al foie, para chuparse los dedos.
Después de la cena tocaba ir al apartamento, regalarse un buen baño y descansar para encarar el día siguiente que se esperaba intenso también.
Llegamos a Soria casi a la hora de almorzar. Aparcamos en un parking junto al Paseo el Espolón y fuimos directos al Fogón del Salvador, pues ya apenas teníamos tiempo para visitar nada antes de almorzar. Todo lo que probamos estaba exquisito. Lo recomiendo sin duda y si vuelvo a Soria, es parada segura.
Después de comer fuimos a visitar la Iglesia de Santo Domingo, de estilo románico del siglo XII. Tuvimos suerte porque la encontramos abierta y pudimos acceder a visitarla, pero lo más destacado de la iglesia, a mi juicio, es su portada principal, con una entrada ensalzada con cuatro arquivoltas con relieves alrededor de un pantocrátor en el frontón. En la fachada además sobresale un rosetón central. El conjunto es muy atractivo a la vez que excepcional.
Decidimos regresar al centro dando un pequeño rodeo para poder ver cosas distintas a la vuelta que a la ida. Fuimos a la Plaza Mayor de Soria, donde está el Ayuntamiento y la Fuente de los Leones, y continuamos hasta el Palacio de los Condes de Gómara, para al final llegar a la Alameda de Cervantes, fue un paseo muy agradable. Holgazaneamos un rato y regresamos al coche, pero antes paramos en Mantequerías York para tomarme un café, que tocaba conducir.
A las afueras de Soria, cruzando el Duero por el Puente de Piedra está el Monasterio de San Juan de Duero, que está entre las Maravillas del Románico Español. Del Monasterio lo que más llama la atención es su claustro del siglo XIII. Un experto en arte románico podría resumir gran parte de la evolución de la arquitectura románica en los arcos del claustro. Están casi todos los elementos arquitectónicos románicos en él. El medio punto, los capiteles con la ornamentación vegetal y animal, los arcos cruzados, los distintos modelos de fustes, algún arco con influencia mudéjar e incluso hay un atrevimiento arquitectónico con la desaparición de la pilastra de apoyo. Una maravilla el conjunto. Pero todo no acaba en el claustro; el interior también es especialmente singular. Dos templetes, uno semiesférico, el otro cónico, cada uno con su altar, y cada uno con sus columnas y sus capiteles historiados. Me fui de allí sabiendo que observé una mínima parte de lo que debería haber admirado, pero el tiempo no es infinito y menos cuando los niños empiezan a impacientarse por irse de lo que ellos ven como un lugar aburrido.
Vimos una pequeña exposición de lo que fue la de defensa numantina y nos dirigimos a Calatañazor. que es una localidad diminuta. Según el censo 56 habitantes en 2016. Pueden hacerse una idea. Pues ahora entiendan que Calatañazor posee un castillo, o lo que queda de él, y este castillo contiene una torre, la Torre del Homenaje, que está restaurada, así como la muralla del siglo XII, pero además posee una Iglesia -que visitamos- y una ermita, la Ermita de la Soledad. Lo mejor de todo son las vistas desde lo alto de la torre del homenaje. Es un pueblo curioso del que me llamó la atención la manera atípica que tienen de ejecutar las chimeneas.
El día estaba llegando a su fin y aún teníamos que llegar a El Burgo de Osma y quedar con nuestro casero, pues en el Burgo de Osma habíamos reservado un apartamento justo en la Plaza de la Catedral y buscar un sitio para cenar. Todo fue rodado e incluso nos dio tiempo a pasear por la Calle Mayor y sentarnos en la Plaza Mayor, y ver cómo Miguelito jugaba al fútbol con unos niños que estaban jugando en la plaza. Cenamos en el Restaurante Capitol, y otra vez más nos fuimos encantados porque todo lo que probamos estaba exquisito. El solomillo de ternera al foie, para chuparse los dedos.
Después de la cena tocaba ir al apartamento, regalarse un buen baño y descansar para encarar el día siguiente que se esperaba intenso también.
No hay comentarios:
Publicar un comentario